CONTRATAPA
› Por Matías Magliano
Acabás de elegir el artículo del diario para leer, o para ver de qué se trata. Desbloqueaste el teléfono y te acercás a reposar el peso del cuerpo en la pared. Acompañás el movimiento con los pies y despegás cortito el hombro y lo volvés a apoyar. Ya está, pensás, ya está otra vez; estás a punto de hacerlo de nuevo. Igual que en la conversación del restorán. Son diez segundos, desbloquear, mirar notificaciones, abrir y cerrar una aplicación y terminan siendo ocho minutos, o más. Te pasa siempre. Sacás el teléfono y te aislás, por un momento consultás Facebook, un repaso al Twitter, si entró mensaje nuevo de Whatsapp. Chequeás los mails, si alguno pregunta cómo estás. O algún comentario sobre el libro, alguien que lo leyó y te lo quiere comentar. Una recomendación de lectura, una invitación a participar. Todos los correos son descuentos de bancos, ofertas, una suscripción que desea cancelar. La última vez que entraste a la tabaquería una señora compró un abrecartas, ¿qué uso le dará? Ningún mail, nada en Whatsapp. En Facebook, cuatro eventos nuevos, uno que te puede interesar. Nada, nada, una foto de un bebé, dos bodas, ningún funeral. A Germán le gusta el Nuevo Ford KA, esta noticia apareció cuatro veces, era una publicidad. Feliz cumpleaños, feliz cumpleaños, fotos de navidad. Un chiste bueno, otro malo, uno regular. Ensayo, ensayo, enlace que desea guardar. Buen comentario, sarpada manera de pensar. Bardo, quilombo, quilombo se tiene que armar. Dos músicos que no conozco, uno que me gustaría escuchar. ¿Y éste qué escribió? Parece una confidencia, una intimidad. Nada, parecía bueno pero no da para más. Personas que me gustaría ver, otras nunca más. Vuelta al inicio, ¿alguna novedad? Chiste nuevo de Tute, Eameo, la pintura de Bruno, un nuevo portal. Atrás, atrás, menú principal. Atajo al navegador. Siete pestañas guardadas, cuatro para borrar. Cargaste el diario, última novedad, Última generación, noticias sobre el celular. De la conversación del almuerzo sólo escuchaste la mitad. La prima hablaba cruzado con el del collar. El gordo tiraba las cuatro o cinco fórmulas que usa siempre para levantar. La mina de enfrente era nueva y le daba vueltas, no lo aguantaba más. El gordo tiraba las fórmulas y empezaba a transpirar. En el medio la inflación, el desguace y la situación brutal. El que escuchaba no pensaba, de eso no iba a hablar. Una se compró carteras, otra zapatos, volvía de un viaje en Pakistán.
Agarrás el teléfono, es otra realidad. Despegás el codo de la pared. Afuera se respira tranquilidad. Hay macetas con plantas en los extremos del local. Un palo borracho y la recta de la sombra que delimita claridad. Una colilla se acomoda en el surco de la baldosa, un bollo de papel toca el charco, junto a un nailon que se le adhiere, pista de hielo para hormigas o para el sapo, y salpicar. El pájaro pica la hoja, aletea, pega la vuelta y vuelve a picar. La sombra de los cables en tres líneas rectas en la vereda, palos de pool hasta la luna, o hasta la eternidad. El blíndex de la fachada tiene huellas de grasa de la gran ciudad. Manos chicas, manos grandes, padre e hijo apoyados al momento de jugar, la vidriera del zombi de un domingo al mediodía, acá o en Kazajistán. Las bajas del auto alumbran su foco y nada más. Si fuera de noche el faro tendría mayor emotividad. Un grupo de chicas, un Audi, un culo, zapatos aguja, minifaldas, carteras, bucles al viento, levedad. Un taco hundido en la baldosa, un traspiés, y vuelta a caminar. Las luces se reflejan sobre la chapa de los autos y más allá. El trapito a la sombra, su gorra y palo, la necesidad. De día las luces del auto podrían no estar. El barullo de la puerta del restorán, que se abre y te hace desconcentrar. Nada en Facebook, nada en Whatsapp. El Calvino del Google Play es largo, para otro momento, nada de lectura rápida para el tiempo de fumar. El hombro está adormecido por la presión del revoque, el material de frente deja sus puntos marcados en la correa del morral. Cambiás de posición, te quedás de pie y te volvés a recostar. Desde que tenés el teléfono es otro el modo de mirar. En el restorán tu mayor compañía fue el celular. La gente charlaba, vos estabas en otro lugar. Ultimas noticias sobre telefonía móvil, hashtag Internet, vida sana, contratapas, literatura y sociedad. Estar en todo el mundo, varias vidas, el mismo fuego a mil grados de realidad. La teletransportación toda junta en un solo lugar. La impresión de la grasa del dígito en la pantalla táctil, juegos varios, Coki, El cuarteto de Nos, una necesidad. La noticia que elegiste mirar habla sobre estudios de Michigan, Massachusetts, algún posgrado, una tesis doctoral. Estudiaron los efectos de la vida con el teléfono portátil, los comportamientos, los peligros y la comodidad. Dejamos de prestarle atención a lo que nos rodea, al comentario familiar, a la vereda, al auto, al culo, a la suciedad. Nos aísla. ¿Y eso está bien o está mal? Mapas, radio, videos, nace una nueva amistad. Contacto permanente, inmediato, sin respiro, pasando la frontera también es este lugar. La noticia una pedorrada, caer en lo común, sentarse a la mesa, escuchar. El lugar tradicional, el de antes, en mis tiempos, algo de click, click, click y mucho blá, blá, blá. Cinco vidas en una, más cultura, hiperactividad. Otra vez el dedo, pantalla táctil, menú principal. Nuevo evento en Facebook, asistirás. El mismo video porno por el Whatsapp. Salir, salir, atrás, atrás. Bloquear pantalla, oscuridad. Volás la colilla lejos de un tincazo, va en helicóptero y el viento la ayuda a aterrizar. Cae sobre la baldosa, transversal. La brisa la hamaca adelante y atrás, hiperquinesia que termina por encontrar el surco y el reposar. Te empujás y el envión te hace incorporar. Movés la cabeza a un lado y al otro, trac, trac, trac. Tire y empuje de la puerta de vidrio del restorán. Del silencio al barullo, ruido a cubiertos, bochinche, olor a comida, excesiva luminosidad. Las sillas se corren, te abren paso, chocás a una señora, pateás un bolso, te encaminás. Te gustaría buscar el libro, irte al río, al parque, a descansar. En la mesa sigue el postre, el café, en un rato la cuenta y el domingo a punto del cimbronazo, del ready to go, de transmutar. La charla de política no va a ningún lugar. El gordo suda, repite las fórmulas, fue a la peluquería, se hizo mechitas, hay un nuevo tratamiento capilar. La vida en Facebook, las noticias, el Whatsapp. No te perdiste nada, verborragia cinco, diez minutos más. Ya traen la cuenta, el libro, el parque, el río y la tranquilidad. El charco, la pista de hielo de hormigas, el salto del sapo y el salpicar. La colilla en el surco, el culo, el shot de líbido, ganas de tocar. La fatiga de la sombra que en suspiros se abre espacio y lugar. El picar del pájaro y la nube de humo al exhalar. Treinta por ciento de batería, tiempo estable, modo ahorro de energía, bloquear. Los ocho minutos, la billetera, fondo de soda y la propina; la moza cansada, ojeras por el resto de comida y tiempo que faltan procesar. La mano, un beso a cada comensal. Hasta la próxima, ya habrá oportunidad. La vida que es así, que pasa cuando tiene que pasar.
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