CONTRATAPA
› Por Víctor Maini
Algunos lo llamaban por su nombre de pila. Muchos le decían "el socialista". Eran tiempos en que dicho apodo traía otro relleno, trincheras de ideas, manojos de sueños, poesía desesperada. De mis parientes cercanos, era el único que contaba con auto propio, un Mercedez Benz 170, "el justicialista", negro y amarillo, fuente de su trabajo diario. Mi tío nunca fue peronista, siempre fue agradecido.
A su lado se me abrieron como abanicos los distintos barrios de una ciudad empeñada en arrancar palmeras y cubrir con asfalto vías de fantasmales tranvías como señal de progreso. Pagaba mis viajes con felicitados en mi cuaderno, escuchar sus historias era asistir a otra escuela. Nunca me habló con un lenguaje adaptado para niños, más bien pensaba en voz alta, decía cosas que sólo las entendí con el paso del tiempo. "La niebla es como el odio, no te deja ver el camino,¡si lo sabrán los turcos!, pero el sendero a seguir está siempre debajo, sólo hay que esperar a que se disipen las sombras." Hablaba solamente con la bandera de LIBRE levantada, cuando subía un pasajero había que hacer silencio de radio hasta que el cliente iniciara una conversación, según el chofer "el respeto ante todo". Para un cumpleaños me regaló mi primer yo-yo Russel, del cual no recuerdo su destino, de lo que nunca me olvidé fueron de las palabras con las que envolvió dicho presente. "El obrero es como este juguete, mientras más lejos de la mano del patrón se encuentre dentro del hilo de la historia, estará mejor. Lo ideal sería cortar el piolín, dejar de ser objeto."
Fanático del automovilismo y el boxeo, decía ser simpatizante de Deportivo Desamparados de San Juan con el fin de no quedar excluido de las charlas sobre fútbol. Su infancia había transcurrido en cuyo, pero lo que más lo ligaba a dicha institución, era el desamparo. Parecía huir del abandono, volviendo a su paisaje silbando tonadas. Después, la vida le bajó la bandera, su memoria acumuló imágenes como fichas su viejo reloj tachero, sus huesos se quebraron como elásticos después de rodar caminos repetidos, estacionó su soledad a cuarenta y cinco grados en pleno centro del olvido. Las circunstancias lo obligaron a cambiar su auto de alquiler por una silla de ruedas alquilada y a su vidriada casa rodante por vidrios polarizados de un contenedor de viejos. Visitar al idealista, lúcido y filoso en sus comentarios, seguía siendo para mí un hermoso viaje. Juancito, el lavacoches de la empresa arrendataria de la chapa habilitante del lisiado, se encargaba de llevarle su mensualidad al geriátrico.
Una tarde festejamos, entre mates y facturas, la flamante ley de Asignación Universal por Hijo que brindaría una vida más digna a la familia numerosa del lavador de taxis. "Ahora, Juan, le vas a tener que dar el voto a la presidenta", se me ocurrió decirle mientras le acercaba un amargo. "¡Ni loco, ahora que la yegua firmó el decreto.... fuiste viejito, a otra cosa mariposa!". Un pesado silencio nos encerró hasta un rato después de la partida del mandadero. Como siempre, el discípulo de Alfredo Palacios se encargó de abrirlo mediante su ganzúa de palabras. "Los que estamos encerrados aquí adentro, podríamos escribir la historia con arrugas. Vimos todo lo visible, escuchamos todas las mentiras, aprendimos de nuestros errores. Un Consejo de Ancianos sería peligroso para este sistema. Casi todos los socialismos perdieron por goleada la batalla cultural contra el capitalismo. Entiendo que el hombre es el animal más manipulable del planeta. Comprendo también su infelicidad atada a las apariencias. Comparto sus miedos al hambre y a la muerte. Nada tengo para decir sobre la figura del desagradecido, me supera, sólo siento lástima por él."
En mi última visita repitió en varias oportunidades la misma expresión: "no te pierdas". "¡Me extraña Rolando Rivas, si sabés que me pego una vuelta cada vez que tengo un tiempo libre!", le contesté antes del beso final. Me despidió en la puerta del internado reiterando aquella frase y mostrando su puño izquierdo cerrado, gesto con el que me dejaba en la vereda de mi primera casa.
El nochero me dijo que tuvo la mejor de las muertes, la que todos deseamos, "siguió durmiendo sin darse cuenta de nada". No quise polemizar en vano. Contrariamente a quien escribe, mi tío siempre se dio cuenta de las cosas antes de que sucedieran. Como de costumbre, comprendí su mensaje después de un tiempo. No fueron un reproche sus últimas tres palabras, se trató de un claro pedido. No te pierdas en la bruma del rencor, ni dejes nunca de cortar hilos que estrangulen tu bien supremo, tu libertad, tampoco descuides a tu corazón del hielo del desamparo, si en verdad no quieres terminar cual paria parado en el umbral del desagradecimiento.
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