Lun 23.05.2016
rosario

CONTRATAPA

Walkie talkie flashback

› Por Gabriela Gervasoni

Habíamos caminado tanto aquel día. Mi hermano insistió en ir a pescar al Puente Gallego aunque sabía que a mí no me gustaba ir hasta allá. Igual lo seguí. Él iba adelante, al trotecito. Cada tanto corría unos metros y después paraba de golpe; se agarraba de las rodillas con la cabeza abajo para recuperar el aire. Yo iba medio desganado, pateando piedritas y levantando lo que encontraba. Antes, con mi papá, íbamos por ese mismo camino y llegábamos hasta la Circunvalación. De ida y vuelta juntábamos todo lo que encontrábamos. A mi me encantaba, era como una exploración o como ir a comprar cosas al centro, qué se yo. Me gustaba. Una vez me encontré un walkie talkie, esas radio llamadas de juguete. Encontré uno sólo. Estuve como tres años tratando de hacerlo andar y poder escuchar lo que hablaban otros, pero no hubo caso. "Si anduviera no lo hubieras encontrado ahí, tirado" me había dicho mi mamá. Pero yo insistía. Siempre creí en la suerte mía y el error ajeno. "Capaz que se le cayó a alguien, quién sabe". Cuando tiré el walkie talkie lo hice con la idea de que otro chico lo encuentre y tenga la esperanza de hacerlo andar, a pesar de que mi mamá me dijo que lo rompiera, que no dejara que otro tonto como yo se ilusionara con un juguete que no sirve. Pobre si alguien lo encontró, ahora que lo pienso. Pero la cuestión es que, otro día, no ese en que encontré el walkie talkie ni tampoco cuando lo tiré, sino el día que caminamos con mi hermano desde Domínguez hasta el Puente Gallego, bueno, ese día yo estaba muerto. Me latían las pantorrillas y me dolía el apéndice de tanto andar. Mi hermano Marcos seguía caminando adelante mío y más para adentro, yo, en cambio, iba rezagado y bien pegado a la ruta. Cerca de la cremería paró una chata azul. Adentro había dos tipos viejos, con boina y cara de gringos. No escuché bien qué le dijeron, pero mi hermano me miró y me hizo seña de subir a la chata. "Papá nos mata" le dije. Marcos nada más se reía. Estaba agarrado de una baranda de la camioneta y cada tanto se tocaba el bolsillo, como si lo tuviera lleno de billetes. El viento me daba de frente y a lo mejor por lo transpirado que estaba empecé a sentir un dolor en el pecho, como un catarro que se me quedaba ahí. También me dieron ganas de hacer pis, y me acordé que hacía como dos horas que habíamos salido de casa. Cuando llegamos a la Circunvalación los tipos estos empezaron a andar más rápido todavía. Para mi era como estar en otro país, nunca había andado por ahí; no sabía que la Circunvalación era tan larga... o tan redonda. Al rato llegamos a un campo. "El Abedul" se llamaba. Ahora sé que es un árbol, pero en aquel momento me imaginé que era un pájaro, o el nombre de una nena, o una princesa. Bajamos. Yo temblaba de frío y de miedo. Marcos estaba enloquecido, contento. Mil veces le pregunté: "¿Qué te dijo el gringo?", "¿Qué te dijo el gringo?". Pero nada, no me contestaba y seguía tocandose el bolsillo como si tuviera plata, mucha plata. En el campo tenían hasta avionetas. Una locura. Yo nunca había visto una avioneta tan cerquita, ni una cosechadora, que al lado mío era como un barco de grande. Aparecieron otros chicos; cuatro o cinco serían. Ahí los gringos nos explicaron a todos lo que había que hacer. Todavía me acuerdo de mi hermano saltando como un loco, las manos arriba y su voz de pito pidiéndonos que no paráramos, que nos moviéramos como él. El único contento era Marcos. Qué olor asqueroso que había, peor que en el puente Gallego. Y ahí, mientras saltaba y movía los brazos se me vino a la mente el recuerdo ese del walkie talkie, como ahora, ¿qué raro, no? Y lloré tanto aquella vez. No por el walkie talkie que nunca anduvo. Por mí lloré, nomás.

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