CONTRATAPA
› Por Sonia Catela
Temen por mi salud mental. Aducen que un período tan prolongado como el que cargo frente al gobierno de esta isla, acumula deterioros y menguas. "¿Está masticando el dentífrico, comandante?", "¿Recuerda qué día es hoy, comandante?" tienden sus continuas trampas para capturar algún desconcierto mío. "De acuerdo, bien, es lunes, comandante. ¿Acaso no se comprometió en público a anunciar la amnistía política a las diez en punto?" Si rechazo haber prometido lo que me quieren arrancar, estarán acercando un platito con las píldoras que doblegan mi vigilia, me derriban en somnolencias en las que los "sí" que les convienen son filmados para su provecho; a éstos que me han cercado les tiro su hueso: "efectivamente, caballeros, haré el anuncio de la amnistía", y que qué esperan para arrimarme los micrófonos y encender las luces del estudio (que mantienen montado en un ángulo de mi dormitorio a la espera de cualquier desliz que los favorezca), "¿Por qué sigue con el piyama puesto, comandante?", pretenden que confunda mi uniforme verde oliva, el que calzo apenas me levanto, con ropa de dormir; desean que me lo saque, que me presente públicamente en lienzos de cama y no con mi dignidad vestida, "me cambio luego", eludo, y se conforman; les basta con que anuncie la amnistía que les reportará ventajas monetarias y de poder, cualquiera sea la ropa que lleve puesta para hacerlo. Y ya tomo el micrófono y saludo a la población, cobro calentura, que los conspiradores se pudran en la cárcel, los ladrones de almas y de niños, ladrones que nos los roban agotándolos por hambre, cito estadísticas que son como fotos de la muerte y mi ira sale en vivo porque los domingos hablo en vivo; canto victoria muda por burlarlos; lides y trampas que se suceden desde la muerte de Elvio, pues calculo que con la muerte de mi hermano se afinó este cerco, el tenerme de rehén bajo candado y sobrevivo si Irina llama a las cinco en punto y exige mi voz en el teléfono o caso contrario arderá El Malecón con ellos dentro, de ese modo amenaza mi vieja compañera y los mantiene a raya; pero apenas me despido televisamente de la gente y se apagan las luces de los reflectores, ellos se me desploman encima con su rabia y sus jeringas venenosas; ni a las cinco ni a las tres las vieja Irina cuenta con bríos como para desalojarlos de aquí, mas sus reservas bastan para mantenerme con aliento, "quién es usted" me interpelan, "a que se cree comandante del ejército y hasta presidente de la república. A que sigue creyendo que ese piyama es un uniforme militar y esos botones, medallas". Han transcurrido tantos años que este camastro, estas condecoraciones y estos dolores podrían no pasar de pura ilusión, es cierto, y se convertirán en pura ilusión en poco tiempo más, pero ahorro fuerzas, no argumento ni les discuto en tanto me acomete el ligero desvanecimiento que precede al sueño artificial con que me aprisionan mis antiguos camaradas y flamantes enemigos, cada día dando un paso adentro aunque hoy no hayan podido pasar, y empujan, empujan hasta que llame Irina y yo le diga "los cuervos todavía no bajan, pero aletean, fijos, en lo alto" y ella se ocupe, como a diario, de que se allegue el reaseguro de una cámara, en persona, del Partido, de la Juventud, de los Combatientes, "tengo miedo" querrá decir Nirina con inflexiones de tono que sólo yo distingo, mientras asegura: "Apenas me mejore de la pierna machucada voy para ahí", "Con placer", río. Los que se inquietan por mi salud mental aducen que no han muerto tres de mis asistentes envenenados por ingerir la comida que se me destinaba, como mis sentidos acreditan. Que los tales asistentes en realidad no existen, ni que yo gobierne sitio alguno. Impiden que me acerque a la ventana que revela cómo pasan en bicicletas, o a pie, las banderas. Las banderas ondean sus "Que la salud sea contigo, compadre"; flamean mi nombre: "Que te mejores". Flotan en la calle desde la última enfermedad que tuve o me inventaron. Mientras las banderas ondulen como caricias, hechas con sábanas, pintadas vaya a saber con qué pinturas en esta isla de estrecheces, la preocupación será de mis apresadores. "¿Qué entrevista me tienes preparada para esta tarde, Irina?" susurro al tubo, ya en el límite de la inconsciencia, "irán los Veteranos de la Bahía"; en tanto a mi alrededor los amigos de confianza se van muriendo, mi debilidad se acrecienta y quedan únicamente sepultureros palas en mano, Irina provee la cámara en vivo, la que necesitamos para cerciorarnos de qué, quién soy todavía, y ellos. Todavía.
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