CONTRATAPA
› Por Pablo Suárez
Va con onda, a mis amigos libreros
Hay un dicho con pretensiones antropológicas que dice: "En África, cuando se muere un viejo, se quema una biblioteca". Aunque sea obvio, lo comentaré: se refiere a que la ausencia de escritura o el exceso de analfabetismo, hace que en muchas poblaciones africanas, la única forma de transmisión de conocimiento sea la oral. De modo que cuando el viejito se murió, si no lo contó a tiempo, se lleva a la tumba (cualquiera que sea la forma que esta adquiera) los conocimientos que aprendió de sus antepasados.
Por suerte, acá estamos mucho mejor que en África (?). Tenemos escritura y todos sabemos leer y escribir. Los viejos también se mueren (ahí estamos empatados, cierto) pero la evolución que a nosotros nos vino en forma de capitalismo y mercantilismo, ha logrado que cuando un viejo se muere, aunque se lleve la experiencia y los relatos de la colimba y de la máquina de River o del Santos de Pelé, lo que ocurre con su biblioteca propiamente dicha, es que sus hijos y nietos venden su biblioteca. Y ahí es donde quería llegar.
Y el lector se preguntará de inmediato: ¿con qué fin y qué criterio liquidamos una biblioteca ajena? -(que puede no ser tan ajena si es de un familiar)-. ¿Para hacer espacio? ¿Para vaciar el mobiliario que contenía los libros y llevarlos a nuestra casa y aprovechar el viejo estilo provenzal que tan bien sienta en nuestro propio living? ¿O quizás para vender esos mismos muebles, que pueden terminar valiendo mucho más que la cultura a la que dieron soporte?
Esta historia comienza cuando llega uno a una librería de usados. Tras saludar a los presentes y dejar el bolso en el mostrador, por un genético impulso anárquico más que anarquista, ignoro la ordenada estantería temática y el orden alfabético y me siento atraído por un lote de libros que están en el estante. Allí vemos por ejemplo una serie de autores soviéticos de distinto calibre; desde los célebres manuales de materialismo dialéctico, pasando por algún libro de Stalin, a alguna novela de la épica bolchevique del tipo Así se templó el acero. Alguna cosilla de Claridad, algo de Tor y quizás de la Pequeña biblioteca. Mucho Stalin y poco Lenin. Aquí, evidentemente el comunismo argentino ha perdido un baluarte. Pero seguramente en esa biblioteca habría también bastante de los clásicos rusos: Dostoievsky, Tolstoi, Gorki. No llegaron a la librería. Como tampoco llegaron los volúmenes de Marx, Engels y Hegel que seguramente acompañaban a su vulgata. Analizando lo que falta, podemos trazar también un perfil de sus hijos y nietos. Imagino la escena, alguien diciendo, "No, Marx dejémoslo, nunca sabemos cuándo podremos necesitarlo" o "¿Hegel? Dejalo, es filosofía, siempre se va a estudiar Hegel en calle Entre Ríos..."
Algo similar ocurre con las bibliotecas peronistas. Cuando vemos libros de Isabel Perón, o quizás de algunos historiadores como José María Rosa -mucho espacio-, o los más desconocidos Astesano o Puiggrós, quizás algún folleto de Perón hablando al pueblo del año 73, 74, o libros de Luder, Bittel, Unamuno o algún otro dirigente de segunda línea, podemos suponer que son el resultado de una limpieza. Y que en casa quedaron El libro del plan quinquenal o alguna pieza autografiada por un alto personaje partidario. Pero con los libros del peronismo original, la herencia puede tener otro valor. Ese mismo libro del Plan Quinquenal, o alguna revista original de los años dorados, puede tener un precio interesante. Entonces, para ver cuánto quedó de ese hombre peronista en la memoria de sus deudos, debemos acercarnos al mostrador de la librería para ver si están, envueltos en celofán algunas de aquellas maravillas iconográficas del peronismo clásico y saber si fueron trocados por imágenes de Roca, Sarmiento o los más afines, Rosas o Eva Perón.
En un momento pensé que esos libros denotaban muerte porque para el que visita seguido esas librerías, esos libros aparecen en tropel, de repente, todos juntos. Y el librero, como rindiendo un homenaje póstumo a esa fraternidad de papel y tinta que los ha unido durante años en bibliotecas viendo pasar jóvenes estudiando, cumpleaños, profesores preparando clases, fiestas, discusiones, viejos escribiendo, etc. los mantiene unos días más juntos, deseando quizás un destino común para ellos. Pero un par de sucesos me hicieron cambiar de opinión.
Puede que no haya muertes detrás de esos lotes... Puede haber un cambio de paradigma... Vemos en vidriera a Vargas Llosa, García Márquez, Fuentes y pensamos: "ojo, esta persona debe rondar los 60-70 años. Está vivo, pero quizás ha reemplazado a aquellas glorias de juventud por los policiales nórdicos". Y el "deterioro de los términos de intercambio" (eso está en un libro de la CEPAL, que el librero recibió en el lote, por mera gentileza) ha hecho que haya que entregar a varias de aquellas glorias, a cambio de un Larsson o un Mankell. Y pensando siempre en lo que no vemos, preguntémonos. Si acá están El otoño del patriarca, El libro de Manuel y La tía Julia ¿quiénes quedarán en la biblioteca hasta el final? ¿Rayuela de Cortázar primera edición? No. Quedó, pero se lo llevó una nieta. ¿Megafón? Puede ser... ahí los libros-símbolos mandan y Megafón es de esos, como lo son Cien años de soledad, El Quijote, o el Martín Fierro ilustrado.
Y si de un día para otro vemos que subrepticiamente aparecen en las publicaciones de Facebook de uno de nuestros libreros los títulos de Fromm, Jung, Jones, Klein, etc. yo me permito arrimar otra hipótesis: acá se impuso un sinceramiento: "quedate con los Amorrortu o los de Biblioteca Nueva, si al final, siempre terminás yendo a consultar eso, no sé para qué conservar todos esos libros que ocupan tanto espacio". Y sí, es cierto. Entonces no nos queda otra que dar la razón y desprendernos (quizás sin dolor) de esos compañeros de viaje.
Pero estemos alertas: detrás de esos tristes abuelitos resignados, pueden esconderse seres capaces de urdir complejas tramas para invertir los dividendos del canje en la compra de dispositivos electrónicos que los mantendrán leyendo durante muchos años más. Debemos estar preparados.
Mientras su negocio funcione, tratemos de querer a esos agentes especiales de la memoria en que el mercado ha convertido a los libreros de viejo. Pensemos que ellos también tienen corazón y que -creería- no está en venta. Pero por las dudas, no le preguntes el precio.
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