CONTRATAPA
› Por Roberto Sánchez
-Me imaginaba que no ibas a ir. En el fondo.. me lo esperaba, los hombres son todos iguales -dijo ella con una mezcla de resignación y cansancio.
-¡Los hombres, ah sí, claro, los hombres! -se atajó él -¿Y las mujeres...qué quieren?, ¿no te dije muchas veces que lo mejor para los dos es que no nos vean en público, no estamos bien así?
- ¿Qué público? -replicó ella, medio asombrada -ya te adelanté por teléfono, es el casamiento de un primo lejano en un pueblito donde no te conocen ni los perros, ¿de qué tenés miedo?
-Ah sí, eh? Y yo, ¿cómo aparezco allí, me querés decir ?..qué soy, eh, tu novio, tu amante, un amigo...qué, a ver, me podés decir? - inquirió él. Adoptaba el aire de los ofendidos injustamente cuando se transgreden, sin previo aviso, las reglas de un pacto.
-No te pongas así -dijo ella mirando a su alrededor. El bar estaba casi desierto y el mozo, apoyado sobre la barra, contemplaba aburrido algún punto impreciso del espacio. Comenzó a revolver su cortado con la cucharita, lentamente, observando como se mezclaban la espuma blanca y el café en jirones amarronados. Sin mirarlo, sabía que él la atravesaba en ese momento con un gesto duro y expectante -nunca te pido nada y no sé...no me pareció tan arriesgado.
-¡Ah no, claro! exclamó él, triunfal -la señorita va a poder darse el lujo de presentarse ante sus parientes, mostrando que no está tan sola como todo el mundo cree...a ver si todavía imaginan que no es capaz de conseguirse un tipo..¡y a mí que me parta un rayo!
-No seas cruel -dijo ella sin levantar la vista del pocillo -y no grités...ya hace casi un año que hacemos siempre lo mismo...una vez por semana, o cada quince días, en el mismo lugar, a la misma hora y pensé que....
-¿Y a que viene eso ahora? -interrumpió él. Había prendido un cigarrillo que sostenía con los labios tensos y apretados y la miraba con los ojos entrecerrados por el humo -¿No estuviste de acuerdo hasta hoy?...acaso te prometí algo mas, eh?..contestame, te prometí algo mas?
-Cuando empezamos con esto, al poco tiempo me dijiste...me dijiste que me querías -dijo ella. Había tomado un sorbo del cortado y miraba sin ver, a través del ventanal, los transeúntes de la calle en la luz opaca del atardecer. Parecía elegir cuidadosamente cada palabra y sentía crecer, desconocida hacia él, una bronca extraña, de una fría turbulencia -Sí, muchas veces me dijiste cuánto me querías..., que yo era tu oasis, que estabas podrido de tu mujer y los chicos...., que no aguantabas mas esa vida de mierda....en fin, que por suerte me tenías a mí....¡qué estúpida, en todo este tiempo me lo creí!
- ¡Pará, ché, pará! -pero...¿qué te pasa a vos? -había apagado el cigarrillo y la miraba con cara de extrañeza. Era la primera vez que advertía en ella esa actitud tan resuelta y dudaba entre la firmeza y la conciliación -no te entiendo, te juro que no te entiendo. Hasta hace quince días estábamos fenómeno y ahora, de golpe y porrazo, me salís con esta historia de tu primo y el casamiento y el antojo de que te acompañe... no te das cuenta que...
-¡Basta! -interrumpió ella -¿por qué siempre hablás en nombre de los dos? Súbita, desafiante, había girado la cabeza y lo fulminaba con sus brillantes ojos verdes -¡Es-tá-ba-mos fe-nó-me-no! -dijo, parodiando su gesto de extrañeza -¿Quién estaba fenómeno?... ¡Vos... vos y tu egoísmo!..¡no me conocés, no me conocés nada!..¡no sabés que siento, no sabeé que pienso, nunca lo supiste ni lo vas a saber! ¡Ah, el señor estaba harto de su vida de mierda y encontró una minita para encamarse una vez por semana...¿Y yo?..¿Qué soy yo?...pensaste alguna vez en mi rutina?..¡Laburar toda la semana para tenerte un par de horas, siempre apurado, siempre mirando tu reloj, en ese inmundo departamento de tu amigote!
-Pero...escuchá -intentó el, conciliador. Había prendido otro cigarrillo y miraba alarmado a su alrededor; le daban pánico los escándalos. El mozo parecía haber perdido su aburrimiento y ahora los miraba sin disimular, casi divertido. Aprovechó para llamarlo con una seña -No te pongas así... de última, si querés, yo...
-¡No quiero nada, ya no quiero mas nada de vos! -concluyó ella, terminante. Había estado conteniendo el llanto y comenzaba a sentir, paradójica, una tristeza blanda y confortante. Miró nuevamente a través del ventanal. Anochecía y las primeras luces, vacilantes, comenzaban a encenderse. Estaba refrescando y todo el mundo, presuroso, regresaba a su casa.
-Bueno, yo no quise...lastimarte -dijo él. Había pedido la cuenta y miraba con disimulo su reloj -Mirá... si querés... yo podría...
-Por favor, no digas mas nada -dijo ella sin dejar de mirar por la ventana.
-Pero...y ahora... ¿Qué vas a hacer? -interrogó él, titubeante. Lo ganaba rápidamente, mas que la angustia o la tristeza, la incertidumbre de lo incontrolable.
-¿Qué voy a hacer? -se preguntó ella. Giró nuevamente la cabeza, sonrió con ironía y lo miró tranquila, como con lástima - nada... lo de siempre... llegar mañana a la oficina, saludar a todos, sentarme a la máquina y respetuosamente, como siempre, decirte... buenos días... "señor".
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