Dom 08.10.2006
rosario

CONTRATAPA

El bienestar de ver sufrir

› Por Luis Novaresio

Uno: El ex juez Carlos Fraticelli y su mujer, Graciela Dieser, se confabularon para matar a su hija Natalia porque la consideraban un fracaso para la pareja. Los problemas mentales de la nena la convertían en un estorbo que perjudicaba la imagen que tanto les había costado construir. Así fundamentó ayer la Justicia santafesina la resolución de condenar al matrimonio a prisión perpetua por el homicidio de la chica, agravado por el vínculo y por la alevosía. El fallo se conoció cerca de las cuatro de la tarde, a menos de seis días de que se cumpla el segundo aniversario de la muerte de Natalia.

Lo escribiste vos, en el diario en mayo de 2002.

Dos: Pensé en esas dos mujeres. Te lo juro. A una la conocí, me contaste, en un casamiento de un amigo que vivía en un pueblo cerca de su trabajo. Jamás me imaginé que íbamos a dar en mesas cercanas. Casamiento, alegría, trencito, cotillón y cuando alguno dice que todavía quedan cerveza y panchos la vi aparecer. Imponente. De porte y de decisión de mostrarlo. Alguien, casamiento, te repito, decidió presentarnos, a los gritos, transpirado, disfrónico y sin la convicción de que las dos nos enfrentábamos desde las entrañas. Porque este juicio por un enfrentamiento de entrañas. Tratar de saber o tratar de que el resto sepa como a mí me parece. Impartir (¿inflingir?) justicia. En el fondo no fue más que un caso de justicia típico. La pela sin cuartel entre una verdad que luce aparente y la que yo creo que sea definitiva. Cuando me estrechó la mano, ni siquiera el alcohol del casamiento del afecto mutuo la aflojó, supe que ella pelearía con esos cinco dedos, con esa palma, con esa muñeca por vencer la partida. El poder se juega a cada paso. Y no admite cobardes. Y ella lo sabía.

A la otra la vi por última vez en su casita. Así le decían las propias guardiacárceles a la celda de ella. Hace una semana tenía una familia, un hijo, una hija, una casa. Hoy no tengo nada de eso. Mi hijo, lejos. Mi hija muerta. Mi marido no lo es más. Mi casa, no existe Por eso, en su celda había mantelitos, un juego de té, un rosario, algo para leer. El intento de un aroma a hogar. Y sí, claro. Las rejas.

Cuando supe la sentencia pensé en esas dos mujeres, me contaste. La jueza de mano fuerte, con ansias de pelea de poder. Y en la madre de Natalia. Que acomodaba sus mantelitos bordados en la cárcel de Melincué.

Tres: El primer grito fue para que aguantase. Imperativo. ¡Aguante, maestro! Yo no me acuerdo de que hayan dicho maestro, me dijiste. Sí que aguantase. ¿Qué más se puede aguantar si es verdad que estuvo preso seis años? Si el problema es el desprecio social, si es eso, entonces era el juez el que debía haberle gritado eso a ellos. Porque ellos, yo me acuerdo, fueron los que contaron los detalles del asesinato. Hace apenas seis años ese hombre que luce como rocker era el asesino. La mataron por tonta o lela, porque presenció la pelea de esposos, porque era un obstáculo para su carrera. ¿Te acordás? Si vos mismo eras el que venía y me detallabas los pliegues de sábanas corriendo de alcoba en alcoba. ¿O no podés hacer memoria de cuando llegamos al velatorio y los jueces, un ministro de la Corte Suprema mismo, llegaron y al poco rato huyeron asustado de quedar manchados con la estela del chisme? Yo sé. Yo lo vi. Yo los vi. Yo, sí me acuerdo, te vi.

¿Y entonces, a qué viene tanto grito? Que aguante el juez, que estamos con usted, que el único que justicia es el de arriba. Te miré detenidamente y supe que no te importaba nada la vida de Natalia. Mucho menos su muerte. Supe enseguida que te daba lo mismo que se hubiera muerto angustiada por un amor no correspondido que se venga con unas pastillas como las de la tele o que se la hubiera descuartizado con el mismo cuchillo de cocina que se usa para trozar carne. Por una vez tratemos de ser sinceros. No te importan ni la chica, ni el juez ni la madre. Estás desesperado por vos mismo. Tu necesidad de indignarte o compadecerte son más fuertes que cualquier asesinato. Hacía rato que no venía tanto egoísmo disfrazado de afecto. Quizá, desde hace seis años que no lo presenciaba, cuando en nombre de esa pobre niña el mismo egoísmo se vestía de lengua vengadora que blasfemaba contra los asesinos. Infierno o paraíso, el de antes o el de ahora, o al revés, me tiene sin cuidado, puestos al servicio de vos mismo. Venganza.

Sentí que cuando se lo vivaba al juez, no nos importábamos de nada más que nosotros. Ahora venganza contra el sistema que es espantoso. ¿Y hace seis años no lo sabíamos? Antes venganza contra el hombre que decíamos había asesinado sin tener más convicción que el prejuicio. ¿Y ahora lo perdonamos o de repente, vimos la luz?

No hay límites para el espíritu de odio o placer propios cuando se ejerce sobre los otros. Así lo vi.

Cuatro: Según la sentencia, durante la madrugada del 20 de mayo Dieser le dio a Natalia una importante dosis de un tranquilizante llamado Uxen Retard. Una vez que la nena quedó indefensa, padre y madre la sofocaron tapándole la boca y la nariz y la estrangularon. "La asfixia pudo ser realizada por ambos en conjunto o por cualquiera en presencia o consentimiento del otro", indicó el juez Vidal.

¿Por qué la mataron?, escribiste. Igual que otro en el gran diario, te preguntaste. Natalia padecía de un leve retraso mental y eso, según el juez, fue el desencadenante. "La figura de Natalia complicaba, no tenía cabida y era tomado como un fracaso personal por parte de la pareja. Tenía una personalidad difícil de controlar y con sus reacciones impetuosas, ya sea en el trato con la gente como en la exteriorización del afecto hacia los chicos que le gustaban, escapaba a una familia perfecta que los Fraticelli querían presentar ante la comunidad en que vivían", sentenció Vidal.

Cinco: "Ver sufrir produce bienestar; hacer sufrir, más bienestar todavía -ésta es una tesis dura, pero es un axioma antiguo, poderoso, humano- demasiado humano, que, por lo demás, acaso suscribirían ya los monos; pues se cuenta que, en la invención de extrañas crueldades, anuncian ya en gran medida al hombre y, por así decirlo, lo "preludian". Sin crueldad no hay fiesta: así lo enseña la más antigua, la más larga historia del hombre -!y también en la pena hay muchos elementos festivos!" Fredierich Nietszche

Seis: Para el juez que los condenó, los Fraticelli estaban muy preocupados por su imagen. "Les interesaba más la apariencia que la vida familiar. Pudo haber una crisis que llevara al desmembramiento, junto a una serie de problemas que condujeron a los padres a confabularse para deshacerse del miembro de la familia que, a su juicio, perjudicaba la imagen que tanto les había costado construir". Está escrito en la sentencia. La que hace cuatro años vivamos. La que ahora merece que el condenado aguante.

El se ha lanzado a una campaña desesperada de decir, sin solución de continuidad, lo que muchos quisimos decir y, ¡claro!, no dijimos. Como tanto no dijimos. Ella salió de su prisión con mantelitos bordados para ser encerrada en un campo, lejos, de la cárcel de la pregunta y la respuesta sin límites. ¿O acaso no le vamos a pedir que cuente, paso a paso, el cuello, la bolsa de nylon, las pastillas, el hongo nasal?

Sufrir. Ver sufrir. Y ¿quizá inflingirlo?

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