CONTRATAPA
› Por Sonia Catela
Su apellido se ha ido cubriendo de una sarna que lo corroe, le gangrena cada una de sus letras, o, según la imaginación de tía Moni y tía Denise, "llevarlo, es arrastrar una larga larga cola de novia manoseada, sucia de pisotones y orines", "con decirte que mató a tu madre", se refieren a aquel hermano, Octavio, que llegó al pueblo, puso su consultorio médico y se abocó a practicar abortos, "no por plata, por majadero", "¿o no podía ejercer su ginecología y, de tanto en tanto, atender el desliz de alguna señora o señorita?" y pensaban: "abortos... como si fuera judío" pero lo dejaban detrás del paladar desde que a otro Videla, Justito, se le ocurrió investigar historia, (como el tunante llamaba a eso de ventilar los peores trapos sucios de la familia) y documentó la hipótesis de que los Videla, marranos, qué horrible palabra, venían de Portugal circuncisos y devotos del Dios de Israel, m'hija, y se destapó esa novedad que nos dejó pagando, porque si vivís en este pueblo tenés que respetar las reglas y las reglas mandan sentarse en el atrio los domingos y comulgar, caso contrario, convertirse en una de esas "minorías", que ya sabemos lo que significa.
Y la decisión de Justito: reintegrarse al redil de sus ancestros, con ceremonia de conversión y demás chiches en la sinagoga del pueblo, para enseguida emigrar a Israel, e incorporarse a su ejército; ahora que acaban de darle esa medalla por cierta acción llevada a cabo con éxito en el Líbano, y como buen hijo se la manda a su padre, Tito, Tito va y se la devuelve por correo, ofendidísimo. ¿Quién los entiende? solamente para los Videla una condecoración se vuelve afrenta, y las tías que pensaban alardear en el periódico: Justito Videla condecorado, "¿cómo no iban a matar a Chichina?". Tía Moni abre el bargueño, alza la bandeja de alpaca, dos copitas y un par de frascos de color ámbar.
"Un disgusto tras otro, sin respiro", "sumale lo de Arturo, ese mojigato: era el festejo de su flamante título de abogado, doscientos invitados a la cena agasajo, y si no juntó coraje para confesar que no había aprobado una sola materia de la carrera, ¿podía reparar lo hecho, colgándose del árbol de la plaza del pueblo (el roble) un sábado, para que todos los borrachos parranderos y las beatas tempraneras pudieran dar fe unánime de lo que habían visto? y por primera vez a un Videla se le negaron sacramentos, la entrada del cajón al templo, misas en su memoria, y hasta la pequeña crucecita en el aviso necrólogico, ese pusilánime, ¿tuvo que venir aquí para hacer lo que hizo, no le alcanzaba con el pino del parque España de Santa Fe?". "¿Querés de mandarina o de huevo?", "Te pruebo el de mandarina", "Han venido riquísimas este año" , "Cómo no iban a matar a tía Chichina, acumulando un escándalo sobre otro". Los Videla se las arreglan, de una forma o por la vía totalmente contraria, para cometer algo desviado, algo que a un sector de la familia le resulta excesivo e incontrolable, y en ocasiones, ininteligible, así, el educado doctor Ramón Videla, nombrado interventor en el Municipio de traje y corbata como dios manda, virtuoso funcionario, respetuoso de las estructuras jerárquicas y puntual feligrés a ritos y fechas patrias, siempre a su derecha en el palco el cura párroco bendiciendo obras y banderas, y luego resultó que desde el mismo púlpito en que se lo honraba, suena el trueno que lo descalifica como "genocida, colaboracionista del Proceso, torturador", "quién iba a imaginar que nos hicieran esto" lloriquean tía Moni y tía Denise, sin saberse a ciencia cierta si se refieren a los discursos volubles de los sacerdotes, o al tío Ramón y su conducta que no supo adelantarse e interpretar los vaivenes de la historia, pero el apellido se volvía una lepra y a su paso sonaba alguna campanilla, o de este bando, o del opuesto, o de todos juntos, con tal frecuencia "que la pobre Chichina no pudo sobrellevarlo" y nos va a matar también a nosotras, el libro negro de los Videla dando la nota: una, ramera; el otro, comunista con carnet de afiliación, o Marcelo, descubriendo que tomarle la mano a un muerto en su velorio producía efectos afrodisíacos sobre su jubilado mástil, bolilla que corrió por el pueblo y el pueblo yendo al velatorio para clavar la vista en el izamiento de la bandera de Marcelo, "como si los Videla nunca supieran diferenciar lo privado de lo público, lo que se hace en uno y otro ámbito, tan excluyentes", aporrea el puño de tía Moni haciendo temblar la bandeja con copitas, "excepto nosotras, querida", se enjuga la pena tía Denise con una servilletita de papel. Y ahora, que ya no sabían qué acto horrible faltaba (para uno u otro bando de la familia) se producía el debut de Román. Román, desnudándose frente a un auditorio, en este pueblo, por plata, striptisero, todos los jueves, en el ex cine Chaplin. "¿Qué profesión es ésa, striptisero?", "¿Profesión? depravación pura", "son los tiempos" recaba tía Moni. "Vivimos demasiado". Tía Moni corre las cortinas de macramé para que el sol no destiña los tapizados. Tía Denise destapa el botellón y huele. Los oprobios mutaban: nacían, vivían, se hundían, morían. Sus memorias se tornaban parodias, "¿te acordás que a la tía Anita se la ignoró porque se casó embarazada de Carlitos?", "¿y cuando se lo tenía a Rico encerrado para que no ventilara su locura por las calles del pueblo? Yo no sé cómo, pero los locos se extinguieron para siempre, ¿viste, Moni? Ya no queda un solo orate embotellado en el sótano de las casas".
Paladearon el licor de mandarinas.
Callaron. Memoraron a usureros, desfalcadores, a Ruth cortando la ruta 34 por esa pavada del 24 de marzo, Marcelito huyendo con la plata de la beneficencia.
"Así fueron la fueron matando de a poco a Chichina. Sí".
Volvieron a llenar las copitas. Recordaron.
Tía Moni repasó aquella tarde en que canasto en mano, al tantear el picaporte del lavadero, la paralizaron los inconfundibles gemidos de los que están haciendo la porquería; se escondió para luego ver salir, con cara de aquí no ha pasado nada, a tía Denise y al cuñado, Pedro, marido de tía Chichina.
Por su parte, Tía Denise, recuerda que los movimientos sospechosos de tía Moni, (escondía algo con mucho sigilo), la llevaron a ingeniarse para revisar el cajón que la hermana cerraba con doble llave; encontró cierta factura por 5000 pesos que indicaba la venta, hecha por tía Moni a una joyería de Santa Fe, de las alhajas de la nona, sustracción por la que se había despedido a la enfermera de la abuela. Tía Denise nunca supo qué necesidad inconfesable la llevó a Moni a cometer ese malversación (al fin, les había robado a su propias hermanas, a ella y tía Chichina, la parte que les tocaba); tampoco supo con qué propósitos guardó la factura.
Se ofrecen otra ronda. Beben. En verdad, los Videla nunca supieron distinguir lo que no debe divulgarse, propio de la vida privada, de lo que se hace a la luz del control social. Sólo tía Moni y tía Denise supieron no trasponer la frontera entre uno y otro ámbito. "¿Verdad?" ¿O en una de ésas, San expedito las exima, Chichina se enteró de los enjuagues que se cometían puertas adentro de su propia casa y eso fue lo que en definitiva nos la terminó matando a la pobre tía?
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