Sáb 11.11.2006
rosario

CONTRATAPA

Julio Vanzo

› Por Gary Vila Ortiz

En estas últimas semanas se ha estado hablando de que por fin la casa-estudio de Julio Vanzo tendrá el fin que tendría que haber tenido hace tiempo: el de ser el Museo Vanzo. Al parecer, la mayor parte de las obras que dejó Vanzo que han sido recuperadas se encontrará en ese estudio que es parte de la historia de la pintura de Rosario. Tememos, sin embargo, por otras cosas que había allí, una fenomenal documentación, a la cual es probable que no se le haya dado la importancia que tenía. Espero equivocarme. Nuestra preocupación por lo que ocurriría con todo eso que nos dejó Vanzo es larga. En este mismo diario y en este misma columna, el 10 de junio de 1995, escribimos un artículo que nos parece de interés repetir. Es el siguiente, sin modificaciones (y si la hay, es una breve).

"Hay algo que siempre me impresiona en las fotografías que detienen para siempre un instante de la realidad, la fotografía como un arte testimonial que obliga al fotógrafo a una conjunción de virtudes que se superponen misteriosamente en un único momento. Hay fotografías que pueden transformarse en una obsesión, otras se ocultan entre las páginas de un libro para encontrarlas algún día o no encontrarlas nunca. O encontrarlas en el momento menos esperado. Me emocionan las fotografías de las caras. Podría enumerar algunas de esas fotografía, pero las dejaré por el momento en la memoria. Me quiero referir a la fotografía que aparece -sorpresivamente- entre las páginas de un libro junto con una carta. La fotografía es la última que se le tomó a Julio Vanzo en su atelier. No sé por qué aparece en la primera edición en español de El idioma de los gatos de Spencer Holst (creo que ahora es un libro que ha vuelto a ponerse de moda), que apareció en 1972, un año que por muchos motivos no podré olvidar ni quiero. ¿Por qué la foto se encuentra allí? Ya lo dije, no lo sé, pero estaba, envuelta en la carta y guardada. La carta es de diciembre de 1987. Vanzo fue internado pocos días después. Los recuerdos que traen las fotos no son los mismos que traen las memorias, lo que se modifica en el interior es de una tonalidad distinta pero no se trata de un sustituto. La carta es de Héctor Alonso. Me dice: "Querido Gary: Como siempre he sido medio despistado y olvidé acompañarte en mi anterior articulo la fotografía de Julio en su estudio. No creo equivocarme si te aseguro que fue la última que se le hizo en el atelier. Notarás que se lo ve cansado, tristón. Pocos días después lo internaron. Con gusto te la obsequio, porque sé muy bien lo que vos significabas para él. Te ruego me disculpes. Un abrazo, Héctor".

Las relaciones formales con Alonso son las de lo que antes se diría "médico de cabecera" y enfermo. El es un gran médico y niega ser mi médico por los posibles papelones que le puedo hacer pasar (como dirían Alberto Mon o Figueroa Casas, soy un enfermo indisciplinado). De cualquier forma esta relación formal iniciada hace más de treinta años por la medicina ha servido para que conversemos de muchas cosas y discutamos de otras. De Mahler y de Sibelius, de los ensayos del New Yorker, de Pound y de Orwell, de Salinger y de las primeras versiones de Ellington, de Proust y de Oscar Wilde, a veces de mi asma y de mis otros achaques, que son más viejos que yo mismo. Fue una alegría encontrar la carta y la fotografía (que creo debe haber sido tomada por Domínguez Irizar, que supo tomar unas estupendas fotografías de Vanzo pero eso no lo sé a ciencia cierta).

El primer recuerdo que tengo de Vanzo es el de un cuadro que le regaló a mi viejo y que era lo que yo llamaría una metáfora expresionista de un ojo. Después lo conocí en su estudio, aún vivía Rosa Wernicke, y fue en esa ocasión donde pude ver por primera vez algunas de las tantas ilustraciones que Julio le había hecho para Las colinas del hambre, esa desgarrada y compasiva y tierna visión de un viejo sector de la ciudad que hoy ha quedado en la memoria de unos pocos, en la obra de Rosa, en algún poema de Daniel Giribaldi, en los dibujos o pinturas de Vanzo y de Grela. Debe haber fotografías por cierto, pero no las tengo en mi poder ni sé dónde puedan andar dispersas. Lo que más me enterneció de Vanzo, desde el primer momento, fue no sólo el cuidado que le daba a Rosa, sino la forma que se encontraba no sólo su obra sino la gran cantidad de recuerdos que tenía en su estudio, desde una escultura de Fontana a una carta de Lisandro de la Torre, de un viejo dibujo a una serie de cartas que hoy deben estar perdidas o guardadas vaya a saber dónde.

Libros dedicados, correspondencia de César Tiempo, de González Muñón, de Olivari, de Bernardo Verbitsky, de Rafael Alberti, de María Teresa León, un juego de cartas con mucho misterio que estaba haciendo para los poemas de no recuerdo quién, sus lentas y largas y tiernas memorias del pasado.

Julio Vanzo tenía una memoria privilegiada y en sus cuadros siempre había el sonido de una música como el resplandor de algún amor y de alguna nostalgia. Las tantas veces que pudimos pasar por su estudio (alguna vez será un lugar mitológico en una ciudad que suele perder sus cosas: muchos de quienes la viven desprecian sus mitos) pudimos comprender con tanta claridad, esa esencia de la que puede vivir y se debe sustentar un artista.

Recuerdo, en ese momento, una retrospectiva que le organizó Rubén de la Colina cuando era director del Castagnino, y que creo que ha sido una de las que más asombro me han causado.

En este juego de fotografías, memorias, cosas que uno quisiera que no se perdieran (a veces no se bien por qué, creo suponer que se trata de mantener cosas de la ciudad que no deben morir nunca del todo), aparece otra fotografía que también tiene el carácter de memoria imborrable. Se trata de la última vez que estuvieron juntos Raúl Soldi, Antonio Berni y Vanzo, con motivo de un diálogo que Soldi y Berni tuvieron en Rosario. La fotografía es de 1981 y Berni moriría ese mismo año. Tuve la suerte de asistir a esa charla y a sus prolegómenos, donde el tema del arte tratado por esos artistas fue algo inolvidable. Berni había dicho justamente que arte es una respuesta a la vida y que ser artista es emprender una nueva manera riesgosa de vivir, de adoptar una de las mayores formas de libertad, de no buscar concesiones. El arte debe resistir a cualquier embate de la tecnología y de hecho está resistiendo. "Todo lo demás puede derrumbarse, menos el arte...".

Todas éstas, claro, son memorias, que alguna vez sonarán en los oídos de los otros como la inconfundible melodía de esta ciudad cuyo verdadero canto suele ser tan secreto.

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