CONTRATAPA
› Por Beatriz G. Suárez
Mire Doña Soledad, póngase un rato a pensar. (Alfredo Zitarrosa)
Tabaré Vázquez firmó un decreto por el cual se autoriza e indica al ejército uruguayo colaborar con la policía resguardando el predio de las papeleras que la empresa Botnia está construyendo a la vera del río frente a la ciudad de Gualeguaychú. Es esencial este revoltijo para pasar por alto una decisión que rompe con la armonía de la protesta.
Una convocatoria al ejército, una posibilidad para el ¡Apunten! ¡Armas! Y luego ¡Fuego! Significa en un punto olvidar lo que Argentina y Uruguay han sufrido y desesperado en torno a las verdades de metralleta.
Y así existiera remotamente la posibilidad de que vecinos de la zona ingresaran a la planta de pasteras (que ocupan 500 hectáreas imposibles de invadir, ni abrazar, ni ocupar así como así) no es mandando a capitanes con charretera que se previene o contesta.
Decididamente, el ejército: no.
A la vuelta de sus frases el presidente de Uruguay quizás ni imagine una lucha armada o bien que con el seguramente atractivo texto de este decreto equivocado se abre la posibilidad de que alguien pierda la vida.
O, si lo imagina, no tengo menos que gritar mi más absoluta decepción.
¿Será que este médico supone curas al modo de la ciencia? ¿Habrá enviado a su tropa a modo vacuna? ¿Verá sus armas como Penicilinas internacionales que eventualmente defendieran al país contra las hablantes bacterias de Gualeguaychú? El ejército no. Con él se pasa de la comprensión al desastre, de la democracia a la locura.
Esta turbulencia está volviéndose legendaria pero, un soldado puesto de este modo convierte a la ecología en una verdad animal que en nada se parece a la compulsión vital de algunos asambleístas que creen en que, contaminados, han de existir muy muy mal por el resto del camino.
El ejército y las pompas fúnebres son los lugares de este mundo que menos me gustan y, en el concreto tema de las papeleras un envío así es casi ciencias ficción.
El porvenir no puede ni por un pequeño porcentaje evocar matanzas, corderos blancos o que en el río Uruguay se diluya una sola gota de sangre. Un glóbulo rojo supuesto ahí por este doctor es cuanto menos un exceso. Ni el turismo, el papel, el trabajo de la gente o las canalladas bárbaras de las multinacionales justifican la decisión.
El ejército: no.
Custodiar en este caso es una palabra angosta, con un cuerpo mojado por equivocaciones y temores. Al decir Bataille (en un reportaje que alguna vez hiciera Margarite Duras) "La soberanía del hombre y el valor militar se oponen.
El mayor obstáculo en la búsqueda de la soberanía es sin duda la necesidad de aceptar la existencia del otro y respetarla completamente".
Decimos, con él, que tal vez esté en juego más que oras veces la figura del otro más que nunca, figura que en la mayoría de la intervenciones militares ha sido abolida.
Los presidentes firmando ordenanzas de esta índole, poniéndose de paso del lado de potencias económicas foráneas, defendiendo con ejércitos de balas lo que alguna vez luchadores como Artigas intentaron preservar para pueblos pobres como los nuestros me provocan(como creo a muchos) una distribución geográfica de la tristeza, más allá, muchísimo más allá de la Banda Oriental.
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