CONTRATAPA
› Por Sonia Catela
Cuando en medio de la noche cerrada, mi pichicho me descerraja una frase que rubrica con "me llamo Spencer", todo en inglés, me pregunto qué vino encerrado en el baúl de tía Rona.
Porque hasta donde abarco de la bibliografía circulante, esos seres en tránsito, improbables, llamados fantasmas residen pura y exclusivamente en Gran Bretaña, y no sólo en la deshilachada trama de la ficción literaria. Según se asevera, los fantasmas habitan, pena y alma, dentro de desvanes, chimeneas, tras los muros donde quedaron tapiados en vida, o en criptas y torres, en una jurisdicción que se circunscribe siempre al imperio de queen Elizabeth. Entonces ,¿por qué a medianoche, emerge del baúl una musiquita de violín, y se desplaza, poniéndose a zumbar, desde el pie de mi rosarina cama a mis orejas? Es cuando mi perro Colita se despierta y en lugar de ladrar, emite esa frase en inglés que altera el orden del espacio: "me llamo Spencer", acción propia que aterra al pobre cuzco al punto de dispararlo a asilarse bajo la cama. Alelada: "Colita, pero qué decís"; "Spencer", repica el pobre sin salir de su refugio.
Mientras cubro mis desnudeces, manoteo el diccionario angloespañol de uso en la correspondencia que mantengo con los parientes sajones y trato de ir descifrando lo que discursea mi perro sin detenerse a tomar aire; conjeturo que ese "algo", que invade mi cuarto, "Spencer", llegó atrapado en el baúl que me legara tía Rona, (muerta meses atrás en Londres), junto al resto de sus queridas pertenencias, en cumplimiento de su voluntad póstuma. E incluía el tal "algo". En Oad Street ese "algo" Spencer saldría a tocar sus mazurcas en su violín, y una noche de tantas, irrumpió para ejecutar su performance y se encontró en otro continente, en la ciudad de Rosario, dos de la mañana, con esta servidora en su lecho y Colita echado en la alfombra lateral. Pero si tía había sobrevivido a "algo", "algo Spencer" no debía constituir un peligro. Aunque de inmediato se reveló mañoso, por esa pésima constumbre de meterse en el cuerpo de una inocente mascota para, desde allí, parlotear. Spencer extraña su patria, la niebla londinense, el smog. Y cuenta su historia.
Mató por amor a una mujer. Lo ahorcaron el 7 de marzo de 1776. ¿Qué es un fantasma? dice. El residuo de voz y recuerdos de un hombre. Lo ha venido meditando. Con tía Rona no podía charlar. ¿Por qué? Sorda como una madera. Pero ella disfrutaba lo mismo de los conciertos. ¿Puede tocar un violín verdadero? No; arrastra sólo determinados elementos de su realidad de otrora a los que proyecta externamente; la música es uno. ¿Y qué más? ¿Qué más remolca de aquella realidad añeja? Spencer evade la respuesta; concluye la mazurca y se esfuma. Entre gimoteos, Colita, exhausto por la posesión, se duerme. Entro en Internet y, casi en colapso, busco al susodicho Spencer. Criminal, descuartizó a su esposa y desparramó los pedazos por puentes y pubs; se lo califica precursor de Jack el destripador. Descendientes de aquella remota víctima, testimonian ser perseguidas por Spencer, quien las acosa para vengarse de su ahorcamiento. Qué material de primera para un best seller de cuarta. "Traslada determinados objetos de su realidad externa". Vaya intriga.
Con la mañana Spencer se esfuma, humo entre las noticias que martilla la radio, el traquetear del ómnibus, las discusiones en la calle y las peleas de oficina. Vuelvo jadeante, acalorada; me ducho; alimento a Colita, ceno, abuso del vino. Pero el espectro inglés se reinstala en mi horizonte. Reviso con atención el baúl de tía Rona, especialmente unos bolsillos donde vi papeles a los que no les di importancia. Y aparece una esquela que se me había escapado, dirigida a mí: "Tratalo bien, sobrina, que te pondrá contenta. Tía Rona". Y ahí mismo suena la musiquita del violín de Spencer. Una ráfaga. Luego, mientras me atonto recurriendo a Tinelli, otra lluviecita de violín. Lavando platos, una nueva. Actúa como un cucú. Como no soy inglesa, el aire no debe sonar ni el perro hablar. Y quién detiene a Colita, que empieza a escupir historias a diestra y siniestra. Spencer ya no puede aprender nada fuera de lo que acopió en vida. Su memoria se limita a reiterados hechos, los de sus días, el resto se borra. Lo corto: "¿Qué hacés aquí, verdaderamente?". Colita me mira, lastimero; lloriquea de manera humana. Spencer llora. Como un flash gigante, un rostro se recorta en el espacio. Mi rostro. Una proyección de la realidad exterior de Spencer que él acarrea consigo y flamea fragmentariamente. Annette. La mujer que amaba. Le dio tres hijas. Una mala pasión la enamoró de un sombrerero y se la llevó. Nudo del desencadenamiento de las desgracias. El homicidio. La horca. Pero las tres hijas de Spencer se propagaron abundantemente a lo largo de las centurias. Y vengo a ser una de sus 1540 descendientes directas. Inexorablemente mujeres. Spencer me llama "hija". Cree que cuando las conozca a todas y se excuse con cada una, podrá descansar en paz. Pero como la reproducción no cesa, su diáspora se perpetúa. Cambia de tema: para congraciarse, se embarca en puntillosas disculpas por lo acaecido en Malvinas.
Lo interrumpo: "En cuanto a esos fragmentos de la realidad exterior que arrastrás... ¿conoces algún tesoro enterrado?". "No seas materialista", descalifica. Me larga un sermón sobre los albores del capitalismo industrial, y las catástrofes que éste desencadenaría en el corazón de los seres humanos. De paso elogia las virtudes de la abstinencia alcohólica y, usando los ojos de Colita, mira acusatoriamente la botella que vacié. Mi nuevo padre fantasmagórico se ha mudado a mi departamento, el que alquilé para independizarme, y como parte de su progenitura, predica y sermonea. También cuenta chistes que no entiendo.
Tengo que tomar con urgencia lecciones de inglés. Para acceder a sus jocosidades, pero, fundamentalmente, para elaborar un meticuloso código de convivencia. Horarios para su musiquita; temas en los que se puede inmiscuir y en los que no. Repliegue discreto durante las visitas de mis amores de turno. Si no está conforme, se devolverá el baúl a Oad Street o partirá hacia la casa de alguna de las numerosas "hermanas" que me desparramó por el mundo. ¿Estamos?
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