CONTRATAPA
› Por Beatriz G. Suárez
En la película Match point Woody Allen muestra, sencilla pero originalmente, en que alto grado está la vida determinada por el azar más puro. Desde no poder calcular hacia cuál de los lados de la red de tenis cae la pelotita cuando (por casualidad) la toca, hasta la caída fortuita de un anillo que define finalmente la culpabilidad o no de un homicida. Se lee al principio del film que si los hombres y mujeres de este mundo supieramos que cada día transcurre con un altísimo porcentaje de cosas imprevisibles nos desesperaríamos.
El director muestra que en definitiva nunca somos dueños enteros de nuestros actos sino esclavos de algo que encima podría ser lo contrario de cualquier seguridad. Desde el mes de setiembre teníamos previsto con mi familia viajar a La Paloma, Uruguay y, como es de público conocimiento, todo pasajero dispuesto a viajar por esos lados sabía de la protesta que llevan adelante fundamentalmente los ciudadanos de Gualeguaychú a raíz de la conflictiva instalación de las papeleras a orillas del río Uruguay.
Hace cuatro meses que tengo dentro mío ese conflicto, ese dilema: hasta dónde mi viaje y hasta dónde la solidaridad y apoyo a lo que muchos creemos que es justo defender, la calidad de vida de los argentinos en resumidas cuentas. Pensé por ejemplo que ojalá nos tocara una larga cola, así, de algún modo, estar con ellos, sentirme (tal como es) parte del asunto. Desde que planeamos el viaje los cortes acompañaron el paisaje.
Hace unos quince días la información venía de todas partes, renunciamos a encarar el viaje por Gualeguaychú-Fray Bentos dado que el paso estaba directamente cerrado. Pensé en la gente que por un ideal dejaba sus laburos, sus hijos, sus negocios, y sus casas para defender algo por las generaciones futuras, pero también en mis vacaciones, a pesar de entenderlos. Descansar de mis locos, los medicamentos, las clases, la obligación de escribir, la Rosario densa de cuarenta grados. ¡Tantos veranos en Calamuchita! Dije, justo este tan oceánico.
Leí el diario hasta advertir que el único paso posible era Colón-Paysandú y hacia allí salimos una tarde con el escepticismo de quien alarga lo personal hasta el límite y a la vez el sentimiento de estar con la protesta pase lo que pase. Puente Rosario-Victoria, Nogoyá, Rosario del Tala, Basavilbaso, Concepción del Uruguay. Llegando a Colón se empieza a sentir el corte del puente. La Prefectura argentina advierte, los viajeros se cruzan, autos se acumulan.
Quise intentar un diario de viaje para quizás darle curso a esta pelea interna, al desnudo en que me iban dejando el olor de las papeleras y también el del mar en el que pretendía zambullirme, Colmada de cerezas, radiante, mientras otros inventan planes de salvataje a la gran destrucción. Fracasaba una y otra vez al hilar ideologías y justicia con una especie de egoísmo salvavidas que siempre me llega a esta altura del año. Deseaba fervientemente pasar de una buena vez al otro lado de este conflicto para olvidarme por unos días de Argentina, esa que pierde los papeles, la que manda asuntos importantes a la papelera.de reciclaje.
Casi llegando al corte vi en fotos el granizo de noviembre y la ciudad con tantos vidrios en exilio, el dos mil seis y sus asesinatos, Ariel Malvino, el novelín de Río Cuarto, el robo del siglo, y también a Evangelina Carrozo poniéndole el cuerpo a la pelea contra las pasteras. Sus brazos extendidos con el cartel "No pulpmill pollution" y yo queriendo cruzar, me sentí una mujer empobrecida.
Sin demasiadas palabras llegó el momento y curiosamente había una pequeña cola de ocho autos. El insensato adiestramiento que hago de mis emociones me traía alegría. Dije ¡Qué suerte! Y ya en el lugar aparecieron cuatro o cinco asambleístas con un cartel chiquito y pobre donde se leía "No a las papeleras" pintado con fibra y no mucho más. La tímida potencia del ser humano cuando su pensamiento no está embaucado. Por casualidad se abrieron las puertas y pasamos sin hacer siquiera un rato de cola. Habían tenido que levantar el corte unos minutos porque alguien empezó a gritarles o algo así.
Pasé a Uruguay "aprovechando la volada" pero cuando el auto aceleró miré para atrás y entendí todo. Tuve el alma en la mano y la posibilidad de que el contraste entre la claridad y la sombra resultara mas chico. Fui plegable en la caja de Pandora de mis contradicciones. Vi nítidamente como cuatro o cinco personas bien convencidas pueden mucho mas que mil cobardes. Quise volver pero adelante estaban las urbanas vacaciones y mi cansancio tal vez carbonizado. Miré por el retrovisor y estaban ellos pero en el otro espejo estaba yo con la mediocridad.
Antes de la aduana, los documentos y la reglamentación del absurdo (que ignora el destino entero de un país) estaba esta gente sostenida en algo más fuerte que la primera de enero, la temporada alta, el bronceador, etc.
Turismo a tientas en la ceniza fría de mi corazón. Fueron cinco minutos en los que pasamos porque corrieron el cartel casualmente de siete a siete y poco. Como aquellos encuentros fortuitos de Match Point que tienen más consecuencias que todo lo previsto y definen la historia de cualquiera. Como la proporción de casualidades que presentan los sueños. No esperé. No tuve calor con ellos, no levanté un cartel ni agité un pañuelo. Solo sufrí en silencio y tuve enrarecido mi destino. Pero hubo un Gualeguaychú medicinal. Uno de los señores creo que se dio cuenta y me saludó con su gorra en alto, como un paisano auténtico que fuera a nunca vacilar. Yo con mis nudos, mis patios, mis galerías y mis dudas, no pude decirles más que esta contratapa. No mucho mas que una contratapa.
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