CONTRATAPA
› Por Luis Novaresio
Uno: ¿Y entonces? ¿Cómo deben leerse todos esos números ganados en tendencias, boca de urna, proyecciones, intenciones de voto en blanco, porcentajes finales? ¿Cuál es el resultado cualitativo de las elecciones? ¿Y entonces?
Dos: Alfonsín había cerrado su campaña en Rosario y cuatrocientas mil (¿vos decís quinientas mil?) almas se había animado a sacudir banderas rojas y blancas o a calzarse boinas. Vos y yo no éramos radicales ni queríamos serlo. A los dieciocho años el único fenómeno de masas que queríamos explorar eran los cuerpos ajenos y el deseo era que la fiesta no se acabase. El monumento nos había hermano con los que no queríamos más botas y nos abrazábamos con transpiración y deseo de cualquier cosa. Luder había presenciado el cajón quemándose y tu viejo, que le pedía a San Pocho, desde donde estés, hacé que ganemos, había perdido la sonrisa.
La radio Siete Mares estaba en el patio. El locutor (¿quién sería?) dijo tenemos los primeros datos. EL frío corría por la espina de todos desafiando el calor de aquel octubre de 1983. En la base Vicecomodoro Marambio ganó el peronismo. Te miré. Y vos miraste hacia la pieza de tu viejo. Silencio. Mucho silencio. De repente en la radio fue presentada Libertad Leblanc. ¿Quién?, chilló tu viejo. La que se pone en pelotas todo el tiempo, cantó tu madre, sentada, sin acomodarse los lentes mientras zurcía un pantalón viejo. La rubia lechosa lanzó una catarata de ideas diciendo que había ganado el Frejuli, frejupo o Frejupo, no me acuerdo, dijo la rubia, lo que preanuncia que las urnas van a reventar de votos peronistas. Cuarenta milicos congelados también habían votado. Y era fácil contar esa cantidad de votos.
Eran tiempos en donde las urnas no tenían bocas y las transmisiones de radio y TV se hacía en base a cuatro o cinco mesas masculinas del barrio de Echesortu hasta que a las once de la noche, si nadie cortaba la luz o hacía caer los sistemas, empezábamos a saber quién llevaba la delantera. El grito de alegría era recién de madrugada.
Tres: A las ocho de la noche del domingo pasado, la suerte, para casi todos los contendientes, estaba echada. A las diez de la noche, fueron los festejos. La alianza encabezada por el socialismo se impuso en la provincia. Dejemos los rodeos: el socialismo ganó en Santa Fe. Y en Rosario, si hay que evitar eufemismos, el PSP triunfó por paliza. El ARI, la esperanza de Carrió sustentada en el contrato moral y en el mensaje íntimo de su líder, fue digno en la ciudad de Rosario y en la de Santa Fe y pobre en el conteo de diputados nacionales. Y ya.
La matemática tiene ese raro resultado parecido a lo objetivo. Dos más dos da cuatro y no se conoce a casi ninguno que pruebe con agregarle decimales. Es cierto que nosotros en la tesis de filosofía presentamos la propuesta de abolir los números por considerarlos una convención autoritaria que condena injustamente a todo lo contable, pero ese es otro tema. Los datos estaban ahí: el Frente Cívico de Binner se quedó con seiscientos veinticinco mil votos y con el cuarenta y tres por ciento de los votos. El Frente para la Victoria de Rossi con cuatrocientos ochenta y cuatro mil y el treinta y tres por ciento de los votos.
Lo que vendría debió haber sido lo lógico. El picado de fútbol en la vereda en donde no se puede porque los vecinos duermen la siesta, los vidrios se rompen, deja de joder con la pelota tiene sus consecuencias. ¿Quién rompió el vidrio, dijo tu viejo cuando el de la mercería vino con el reclamo? Y allí estábamos levantando la mano, primero, bajándola luego para mitigar el dolor del chirlo bien aplicado allá abajo. Desde pibes, se sabe. El que lo hace en la escuela, va a la dirección, el que se queda con el vuelto en la panadería, responde en casa y así.
Los ganadores levantaron mano enseguidita. Lógico. Los cinco flamantes diputados mostraron que sonreían y el jefe de bancada mostró que podía saltar. Era un contento verlo a Binner arengando a la gente y pegando respingos como los del Capitán escarlata (¿te acordás?) sosteniendo un discurso moderado en la alegría y en el contenido. El mismo, el que llamó a trabajar por todos, a concertar, el mismo que lo llevó al cuarenta y tres por ciento.
Del otro lado empezó la comedia de Darío Vittori, esa en la que se abren y cierran puertas, salen y entran todos al compás de la sátira, sin que se sepa la verdad total. Hasta que por fin, con hidalguía y decisión no unánime, el jefe de los diputados peronistas reconoció la victoria, saludó al adversario y ofreció sus hombros para que los cargasen con lo que viniese.
Santa Fe es la tierra peronista de Carlos Reutemann, gobernada por Jorge Obeid, visitada en campaña en dos ocasiones por el presidente Néstor Kirchner y saludada por teléfono por él mismo. El senador, que no concedió una sola entrevista periodística a los medios de la provincia como gesto proselitista, eligió un medio capitalino para reclamar: tendrán que ir a buscar a otro lado, dijo. Buscar a los derrotados, se entiende.
El gobernador fue más creativo. Negó las matemáticas y propuso decimales en la suma de dos más dos. De cuatro diputados que se renovaban, obtuvimos cuatro, ganamos en la mayoría de los departamentos, no veo motivos para pensar en una derrota.
El Presidente, por fin, eligió el silencio. Es cierto que lo hizo a nivel nacional, pero también es real que fue sugestivo que sus otrora prestos ministros Fernández a la hora de atender a los medios santafesinos hayan acusado reuniones interminables o compromisos ajenos a su voluntad.
Párrafo aparte merece el intercambio epistolar de dos hombre grandes, con votos y responsabilidades. No condijo con el tono de campaña el tenor, la forma, de la nota de Hermes Binner pidiendo disculpas e instando a que el gobernador haga lo propio con la familia Lepratti. Ni siquiera el comenteario de que Pocho pertenecía al PSP explica todo. Tampoco los ojos cegados con capucha de soberbia del Ingeniero Obeid que debió haberse ahorrado el papel de ofendido cuando sus urnas perdidosas exigían cautela. En el medio estábamos nosotros, mirando la tele y no la Siete Mares, acostumbrados a veinte años de votaciones, deseosos de crecer a la hora de entender mensajes electorales.
Innecesario.
Cuatro: Libertad Leblanc dice que vive en Suiza y las bocas de urna se incorporaron como un son más del folclore local. Algo aprendimos. Los mismos que de este lado del mostrador gritábamos que se vayan todos, volvimos a creer en el más básico instrumento de la democracia que es el voto. Votamos. Con toda la responsabilidad que pudimos. Ahora se exige la respuesta de los votados. Los que perdieron, porque están los que perdieron, deberán entender que sólo les cabe el cambio. Los ganadores, deberán asumir que es una carta de confianza con fecha de vencimiento para hacer lo que proponen. No para sentirse los dueños de nuestras convicciones. Para que en la próxima, con memoria, sepamos si ambos, gananciosos y perdidosos, lo habían merecido.
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