Viernes, 2 de marzo de 2007 | Hoy
Por Beatriz G. Suárez *
La escuela marca el reloj.
Da el ritmo del año entero.
Una vorágine comienza, monstruosas cantidades de biromes en los supermercados habituales, guardapolvos al lado de fideos, aceites mixturados con hojas Rivadavia.
El mercado tiende a consumir como una araña a la educación, viajan fibras en changuitos absolutos. Comprame. Necesito. Qué lindo. De colores. De doce.
Dos gomas por si una se pierde. Dos gomas como mamá. Pone una en la reserva.
Un ojalillo se prepara para todas las rupturas.
La metralla del tiempo instala desesperación y horas en punto. Este mes trae el regreso a la carga, que los lleves vos y los busque el padre. Una lista larguísima de inglés, guitarra, flauta, cosas traversas, natación,
manualidad que llora, bailes clásicos, folclore, academia musical, básquet.
Mucho en la luna de Valencia.
Maestra particular.
La familia de ahora, partida en pedazos que a su vez hacen más familia y así, renovada (distinta y quizás mejor), reorganiza sus gritos, el perro se acomoda y un último sarcasmo desayuna temprano y sale. Sale al huracán de Rosario. Paladines de todo acomodan los brincos en los bancos y se enseña la enseña en cada Aurora cantada porque sí.
El esqueleto urbano ve correr guardapolvos, madres desesperadas poniendo fuerza y camperas, el monasterio del aula pide a sus susodichos formar fila y disciplinar prácticamente el mundo. Todo derecho y sin hilachas.
Marzo le contesta a enero que se vaya, que aleje el espectáculo de sol, que olvide de una buena vez al gran hermano.
Juanes, javieres, mirtas, martas, marios, espían el ojo del infierno, el trabajo así, la lucha; se escapa el impulso de alegría de vivir otra cosa, de darle marcha atrás a este capitalismo sin cuerda para inventar.
El cuchicheo de cuando la directora de el discurso podría devenir música o locura, la bandera podría izarse y no sufrir, un alumno podría bailar revuelto por el piso e inclinar la mañana hacia algo diferente.
Me duele el entorno de hechos que dirigen la batuta, que se aloque la cosa, que ya no exista el momento de mirar aunque mas no sea las cenizas hermosas del descanso y la vida con su hueco.
Me duele la obligación de llenar y llenar a los chicos con burda matemática sin dulce, con clases de italiano y fantasías de laburo en la Unión Europea.
Me duele el próximo lunes y mi hija en el enorme Poli, su cansancio por adelantado; que triunfe la portera y veamos los ojos fijos de nuestros chicos en los cristales sin entender exactamente porqué uno por uno sigue siendo uno.
Y que la dinámica amorosa no logre imponerse, y por llegar a tiempo se olvide la guitarra.
Y el mate.
La charla.
Por alguna abertura a la miseria.
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