Miércoles, 21 de marzo de 2007 | Hoy
Por Celeste Galiano, Fabricio Simeoni y Federico Tinivella
"Quisiera ser tupperware para poder conservarte"
Salvador Trapani
Sin precintos ni avatares, pasarse la vida entre paredes de plástico resulta frágil.
Esperar cierto destape y seguir enhiesto. Sentirse fiambrera, cumplir el ciclo desde un recipiente, nacer, comer, reproducirse y morir en el cubículo inesperado de la conservación de la especie.
El señor Earl S. Tupper no podía imaginar el furor que iba a causar su invento cuando en 1946 pergenió el famoso tazón maravilla. Nada tuvieron que ver y cabe la aclaración el joven ni la mujer maravilla. Aunque sabemos perfectamente que don Earl pasaba horas escuchando wonderful world con dos pocillos de porcelana en las orejas, para amortiguar el eco.
El "tupperware", que significa "mercancías de Tupper", permanece desde entonces entre nosotros, ayudando a la preservación de los alimentos. Y es que sirve para todo: congelar comidas preparadas, no preparadas, no comidas, congelar comidas congeladas y descongelar, sirve también para no congelar absolutamente nada.
Guardar restos en la nevera y nevera en los restos y transportar los alimentos sin riesgo de que se desparramen. Por esta razón, el tupper cada vez viaja más a la oficina, a tu casa, a la luna y hasta se puede plegar
para transportarlo en una riñonera, bolsillo o estuche. Humilde y hermético, comparte el don de los hombres sabios, el silencio.
Quitar el aire es su secreto; así ama, así mata, preserva ocultando.
¿Discreto por convicción? No, opaco por naturaleza.
70 y 30. 70 y 30. Cerrar un tupper con precisión exige pocas artes y mucha ciencia: 70% de fuerza en la mano izquierda y un 30% de la derecha, como disparar una 9 milímetros pero con mayor sutileza.
Danger. El uso de un tupper nuevo sin lavar imprime un sabor a momia irremontable, un gusto empalagoso difícil de explicar parecido a respirar pelusa de aspiradora mezclada con polvo de rincón. No olvidar, los tupper se curan como el mate, las ollas de hierro y las personas a veces, claro.
Para apoderarse de algo uno debe crearlo cuidadosamente, pensó Confucio. Y Earl S. Tupper, con paciencia, aprendió a conquistar el mercado mundial de la practicidad. Jamás aceptó una campaña demasiado agresiva para promocionar sus ingeniosos ghettos atmosféricos. La guerra no se juzga, se evita.
¡Llame ya y obtenga 1000 tuppers, no causan sobredosis! Ni mangueras para enrollar, ni fajas reductoras, ni baba de caracol se ofrecen por más de dos unidades. Scheherezade y las 1001 noches, usted y los mil tupperware se animan al millar. La magia del vacío. Guardar significa amar, cuidar con persistencia, exhalar protección y volverse querible. ¡Guarda!
De todos los colores y de ninguno, el tupper juega al espejo, caja de trucos. Camuflaje, supervivencia, en la Naturaleza todo lo importante lleva tiempo.
Earl intuyó que los vacuos eran tan importantes como los llenos y concibió un objeto que ordenara atesorando. Quien ordena es poderoso y el poderoso elige.
Poder elegir hace feliz. Sólo se trata de durar, pensó Earl S Tupper cuando corría presuroso hasta el lavabo. De niño la fobia social lo había tomado de la cintura como lo hacía su novia Caterina Mc Intoch en las tardes chorreadas de crema de maní, en las costura de los campos de Conectitut.
Ella lo aferraba de atrás y al oído solía susurrarle versos de Roco Sumbaba, un poeta africano que había viajado hasta el país del norte escondido en un barril de cacahuates desde Kenia. Le decía entonces Caterina "la selva me quema los labios, la lengua, se quema, se quema, se quema ahí", todos poemas escritos por Sumbaba en su viaje de exilio. Textos que se habían convertido en lectura obligada en el sur de Tenesse, de donde era oriunda Mc Intoch.
Esos poemas habían cavado hondo en el desierto mental de Earl. Entendía que el viaje de Roco, su encierro, lo habían conservado en buena forma. Comenzó a pensar que aquello que es sometido a un encierro perdura. Recordaba ahora a su abuela Murdel que permaneció cinco años en el baúl de un Buick, alimentada solo con insectos verdes. Los ancianos del pueblo dijeron, al verla salir, en un descampado, de aquel baúl abierto, que ella pensó cerrado esos cinco años, que se veía más joven.
Sólo se trata de durar, pensó Tupper una vez en el lavabo y aquella idea tomó forma de envase plástico, aquí todas las bolsas son de cartón, no como en Argentina. El plástico es un polímero que protege los alimentos, no como el cartón que les transfiere su aroma y humedad, sintetizó Earl en su cuaderno de anotaciones. Al instante corrió desnudo hasta el jardín, tropezó con el triciclo de Michael su nuevo amante, que dormía después de una borrachera y gritó "plastic", plástico en castellano. He ahí el comienzo de una relación perdurable entre los humanos y su vianda, hasta la llegada del freezer, asesino del tupper, no de su esencia, que todavía olemos en los poemas de Sumbaba.
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