Vie 04.11.2005
rosario

CONTRATAPA

La feliz

› Por Beatriz G. Suárez

Conocí Mar del Plata en enero de 1977, tenía los años de la incógnita y esa ciudad nos recibió entre proyectos mundialistas y alegría en serpentinas que tomábamos cuando el verano no aportaba una sola gota de sal a la acidez de vivir.

Era mi primera vez con el mar. Un fulgor bituminoso me dejó atónita ante el espectáculo de finalizar avenida Colón y encontrarlo condenado al infinito.

Una ciudad refrescante donde el reino de lo humano se hacía libre. La vista del agua enorme me alivianó e imaginé volar varias veces percibiéndome minúscula, invisible.

Era el verano de las generaciones, íbamos y veníamos al polideportivo municipal que preparaba los ladrillos de Videla. Tenía 14 años, pensaba en el tenis del profesor Loccícero quien en esa época había sacado campeón a Vilas del Náutico marplatense.

En mi pueblo existía una enorme fábrica de jeans "Induswheel" donde llegaron a trabajar mas de ochocientas personas. Los dueños contaban con "departamento en Mardel" y "carpa en Punta Mogotes" tal que no era raro encontrarse en la inmensidad amarilla con vecinos y amigos de los Adba que de alguna manera marcaron el paso hacia la feliz, al menos es mi diminuto pensamiento de nena. Para la niña.

Cada cosa era diversa, conocí la playa donde terminó Alfonsina y no quise nadar, comíamos cornalitos mientras mi abuela Tata preservaba fábulas y mitos, olvidaba tragedias, se nutría de olas y mi mamá manejaba el Fiat Berlina de Gaspari. Ella arremetiendo y poniéndonos patines.

En esa corredera donde me empujaban la progesterona y el mañana indolente conocí Mar del Plata más como un valor de los que podíamos irnos de vacaciones que como el defecto que venía desde el Estado enloquecido por eliminar gente.

Ya de grande volví, un invierno a comprar pulóveres a "B. Justo" (como la Pepe nombraba a la calle comercial), otras veces a "amar a alguien" (como decían los Bee Gees en Melody) sin lavarme las manos pero siempre siempre en la libertad de enero o el teatro rápido que atrapaba como tenazas mi cabeza.

Hoy los diarios nos muestran vallas y portones, el presidente de EEUU obligando a cerrarla como si no fuera nuestra, la Fragata Meko 360, misiles Sidewinder, aviones Pucará rodean la costa que dejó de ser galana. Alojado en el Sheraton George W. Bus no imagina mi historia, no sabe que miles la hemos recorrido con camperita y malla hasta el privilegio de la felicidad, que nos está salando desde chicos, desde que Villa Gesell no era nada, desde que esa adolescencia evitaba la gendarmería de ipso y nos proveía Mar del Plata de a litros.

Por eso es mejor que se vaya, que nos deje, que nos deje tomar café en el Torreón del monje o acampar llenándonos de arena como en las carpas de "los de Wheelwright". Que se vaya y no vuelva, que se lleve el huracán de su irremediable presencia, que los 5000 efectivos de la bonaerense vuelvan a Buenos Aires por otra causa, por otra cosa.

Y la feliz se despeje en playa Varese.

Que se encierre en las estrellitas de su bandera y nosotros logremos estirarnos en Mar del Plata deliberadamente.

¿Para qué queremos esta cumbre si impide la cima de lo propio y provoca esta urbe sin punto de partida?.

La Rambla, el barrio Los troncos, el puerto, los recuerdos de gente como yo se lo pedimos a quien sea.

Que Bus se vaya y con él las impensadas postales de su violencia.

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