CONTRATAPA
› Por Miriam Cairo *
El relator de actos obscenos conoce bien su propio egotismo. La pajarita conoce su propio egotismo. El malabarista afectivo, la oculista neblinosa, el farmacéutico belicoso, conocen su propio egotismo. Lo que cada uno de ellos dice, es cosa de los otros también. "Aunque haya personas que nada tengan que ver con las personas", agrega el creador de ambig_edades como si manejara cierta información privada, al alcance de algunos pocos privilegiados. Un creador de este tipo (o de cualquier otro) es persona peligrosa pues toda realidad que lo roce es pasible de transformaciones no consentidas.
Por su parte, la oculista neblinosa quisiera seguir hablando un poco más acerca de la pequeña oscuridad reflejada en la luz pero carece de medios para expresarlo porque todavía la luz le sigue provocando una inmensa ceguera.
A su vez, para el malabarista afectivo, un pensamiento no existe así como así. "A su alrededor se necesita tiempo, historia, gente". Todo eso lo hace muy peligroso, y por lo mismo, "hay que imponer por la fuerza una idea muy serena", se apura a decir el farmacéutico belicoso, que aunque se esmere en escribir poemas de receta, no puede sacarse las botas del discurso. Pero como la poesía no necesita sus versos para ser ella misma, no se preocupa por vomitarle la verdad en la inmaculada chaqueta.
Unas y otras percepciones forcejean en el pensamiento de todos, a excepción de la olvidadiza, que se afirma en el no saber de sí porque ha tenido una crianza silenciosa y poco reconocida.
Un desborde esotérico, vecino de la esperanza, los extravía por caminos que son y no son de este mundo. La respiración de las piedras a orillas del río, el quejido de una copa al momento de caer, el llanto sucio de un zapato que se rompe poco a poco, son para ellos tan nítidos como el tañer de una campana. Y aunque sea bello el rostro dormido, que se levanta de la desdicha, la pajarita afirma que cuando nos mire, sus pupilas nos harán cerrar los ojos.
"Sobre todo, no olvidemos que el discurso no gira alrededor del lector modelo sino alrededor del lector desconvertido", dice el relator de actos obscenos, que no quiere relegar su presencia sólo a las primeras líneas de esta página. Añade, además, que el desconvertido no vive en otro mundo sino aquí, en medio de gente vulgar y luminosa. Disconforme y comprensiva. Revuelta y especiada.
Dueña de un heroico pragmatismo de inutilidades, la olvidadiza de sí misma apunta que el desconvertido está próximo a los que temblequean por sí mismos. (Ella siempre busca el costado individual del sujeto social, porque ve en todo acto humano un ayudamemoria que la evoque.)
Ellos perciben la vida sin contraerla a una modalidad especial y la escrutan con sus facultades sensibles. A su vez, estas facultades tienen un carácter mutable, producto de su modo de ser imperfecto, deficiente, cuestionable. Todo cuanto ellos piensan y ellos son, puede cambiar, puede dejar de ser. Pero no sería correcto pensar que son un puro noser, porque (ya lo han dicho otros) lo que no es no puede cambiar.
Las cifras del enigma no se dividen ni se restan: se presienten. Se reconocen sin advocación. Se transforman en presencias difíciles, extrañas, amadas. Transmutan en fiebres, en combates librados entre cuatro paredes. En universos nadando sobre una cuchara. No alcanza una multiplicación para resolver su rayo secreto. No es suficiente el viejo saber, porque su resolución nos exige ir más allá de la ley marcial, de la ley de Dios, de la ley de gravedad, de la ley sálica, de la ley de tránsito. El enigma que constituye a cada uno de estos desemejantes, traspasa la obstinada línea del horizonte.
También se incurriría en un error si los consideráramos como individuos afectados de irrealidad porque lo que ellos buscan en cada vuelta de tuerca, es un nuevo engendrarse, un nuevo llegar a ser. Cada uno de ellos hace un bien a los otros. El relator de actos obscenos promueve la masturbación colectiva, y esto redunda en gran felicidad, sobre todo en las huestes femeninas. El malabarista afectivo hace acrobacias sobre el mundo girador en las ideas fijas, y así conmociona a los que escriben con las botas puestas. La pajarita tiene como misión deslizarse por el filo de las ingles y los temblores. Demás está decir, lo dichoso que se siente el relator obsceno, porque suma argumentos a sus narraciones. Por su parte, la olvidadiza de sí misma devuelve a cada uno, sonido por sonido, el eco profundo de la propia soledad. El farmacéutico belicoso hace explotar los pensamientos menos humanos y de este modo se convierte en espejo de lo que menos se quiere reflejar. El creador de ambig_edades siempre saca al mundo de sus casillas: el caballo ladra y el perro relincha, para que la oculista neblinosa, entre otros, no pierda el registro de la posibilidad.
Finalmente, y por primera vez, es necesario hablar de la narradora narrada que se mata creando personajes que la personifiquen, fornificadores que la forniquen, padres que la filien. Ella se esmera por hallar al lector desconvertido, porque es el único capaz de ayudarla a improvisar una balsa para navegar por los mares de la luna. Todo cuanto él diga en sus mails y haga en su conciencia, la involucrará siempre. Por el desconvertido, ella nunca será narradora o pajarita testigo, sino la médula y el producto de las más reales y libres disoluciones. Y demás está decir, cuánto hace la esmerada por acercarse también a su propio egotismo.
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