CONTRATAPA
› Por Adrián Abonizio
La Patria Deportiva está de luto y no lo advierte. Se le van muriendo sus soldados, los más jovencitos, los de la primera línea, los carne de cañón y hacen como si nada, como si esa sangre joven nunca hubiese sido derramada. Cientos de pibes andan por el mundo chorreando fútbol y saudades, curados en parte de de las mataduras que provoca el exilio, seguramente amparados en un seguro social, exigencias y premios de una sobrevida mejores y algunos cobres con que mantener a la familia, enviar ahorros, monedas en euros, postales de viaje, muchos besos y algunas lágrimas.
A muchos les puede ir bien pero no todos son el Príncipe Azul petiso, un tal Messi que fue regalado al Imperio Español, con sus piernitas semirraquíticas y un trabajo de crecimiento para impedir su enanismo en ciernes. Lo dejaron irse por monedas, visionarios con barro en los ojos y le pusieron en la valija, de yapa, a sus papás que constituyeron el único vínculo con su tierra, los zanjones del Oriental, allá por el sur. La Patria Deportiva es ciega, sorda, muda y jamás se la vió pateó una pelota con arte. Lucen una preocupante esquizofrenia: o venden como reses jovenes a los pibes apenas destetados o los ignoran, los eluden, los echan a patadas en el culo del club de sus amores. Y estoy hablando de lo más hermoso que añora un pibe, de lo primero que se siente al despertar de las hormonas: debutar ,ya sea dentro de una piba o una camiseta. Y los insignificantes fracasados pretenden humillarlos.
Los que orondos muestran la estupidez, la prepotencia o la hipocresía como un blasón criollo, con la crueldad del que quiso y no pudo y ahora se las toman con los que sí pueden porque han entendido que son mejores que ellos. Ellos, los que han sido burros de carga, torpes en las áreas, pulpos patéticos del fútbol, pobrecitosm auténticos y desagradables perdedores. Hablo del meollo de esta cuestión: los fracasados reales, los dirigentes de bajo pelaje, los que eligen jugadores, los que siembran la discordia, los que reciben dinero por debajo de la mesa, los que averguenzan a los pibes. Los que no han llegado, mancados por pataduras, por débiles, por malas personas. Lo mismo ocurre en la ciencia y el arte. Se deja partir la carne joven para luego llorarla o vanagloriarse cuando alcanzan algún titular de diario aunque más no sea pueblerino. Todo lo escrito afuera es más válido que lo forjado en letras de platino criollas. El abanico es amplio. La Patria Deportiva está de luto y no lo advierte. Las barras conchabadas hoy por hoy son rematadores de ganado en pie, bufoso al cinto. La Patria Deportiva está repleta de gente baja, fulera pero con excepciones. Existen señores que cuidan a los pibes, que hablan con los padres, que vigilan a los posibles cracks: ellos son los mal vistos, los "giles", los que " no arreglan", los patitos feos, los "raros". Tipos como el Cheché Lutman, por ejemplo. Desde el ambiente de la tribuna se pregonan lugares hechos: "antes uno recitaba de memoria un equipo" y era el mismo que salía en la figus. No es un dislate ni una antiguedad: uno ve un pibe que promete, lo sigue en las inferiores y un día el pibe desapareció como tragado por la peor de las dictaduras: la del dinero y se entera que está recalando en latitudes exóticas. Ni debutó que ya fue carne en tránsito, ganado en pie. Se van cada vez más jóvenes. No está mal probarse en la lid a años luz del nido familiar: en la historia griega o de cualquier cultura el héroe joven iba a la guerra y regresaba vivo o muerto, pero siempre florido sobre su caballo o su carro, pues era el clamor popular ineludible para construir leyendas quien lo reclamaba. No pedimos héroes jóvenes recién destetados; pedimos poder disfrutarlos y además no somos griegos ni antiguos: somos la pampa bárbara y afectuosa que quiere ver habilidad y belleza. Ahora se van de la noche a la mañana, como si estuviesen apestados. Entre gallos y medianoche los ponen en un avión y como criminales los disparan en el anonimato hacia lugares que en la semana previa la familia del pibe ha rastreado con ahínco en el mapa. Bullendo en la sangre joven hay además una constante que no se respeta: el escalonamiento progresivo, el cambio paulatino, el hambre de gloria barrial que significa al fin, vestir la de primera, un domingo, si es posible de sol y con el comentarista aullando un gol. Todo eso se ha derrumbado. ¿Dónde?, ¿En que anónima canchita de césped sintético pierden hoy nuestros pibes los pibes su virginidad en la red? ¿O su despegue sobre la línea o su volada de palo a palo ? Parece la melancólica canción del triste que odia el progreso, el avance liberal del mercado, la carne en tránsito.
No es nostalgia, es justicia. Sucedió hace poco: a un pibe, virtual promesa, le fue descubierto un llavero del cuadro adversario el que lo había ignorado pero que con fidelidad seguía amando en secreto , y lo echaron no obstante que defendía con profesionalismo los colores de enfrente. Hoy está obligado a irse. Su fichaje es en Italia y hemos perdido, tal vez, el deleite de verlo jugar, que pueda debutar en esa postal arrabalera, un domingo cualquiera. Se llamaba Víctor Sebastián Cichirillo Vinti y lo han herido, pero vive.
La Patria Deportiva, como imaginamos ni enterada: ellos no miran fútbol, no les gusta, no lo entienden. No obstante goza de buena salud, hará goles y seguramente, habrá de resucitar lejos, desde Europa, donde, con suerte lo habremos de ver en la televisión por cable, un domingo tarde por la noche, a la hora que terminaron ya, todos los partidos locales y andará cobrando muy bien los goles que aquí, el asegura los hubiese hecho gratis solo por amor a la camiseta.
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