Dom 24.06.2007
rosario

CONTRATAPA

Doctores, licenciados e ingenieros

› Por Luis Novaresio

Todos podemos ser un doctor. No cualquiera puede ser un señor. Tu abuela

Uno: Tu abuela. Sí, mi abuela. Digo que tu abuela puede haberlo dicho, y de hecho lo dijo todos los domingos que íbamos a comer y alguno de nosotros le ofrecía levantar la mesa. Pero no es sabiduría popular. Ella lo decía ante tu ofrecimiento. Ves, es un señor. La ese de señor pronunciada por la nona sonaba como viento sur un 5 de julio.

Cosa rara esa de evaluar la caballerosidad o buena educación de alguien a la hora de poner o sacar la mesa, acompañando a la dueña de casa, que valorará el gesto como marca en el orillo de buena gente. Actividad menor, extender mantel, situar platos, preguntar por la panera, y todo con las correcciones que ella hará respecto de ubicaciones de utensilios varios para mostrar que ella sí, ella y sólo ella, conoce de lugares exactos. Rúbrica "DOC" de lo mejor de lo mejor.

Todos podemos ser un doctor. No cualquiera puede ser un señor. Mentira. Un espantosa mentira. Y todo dicho con respeto por tu abuelita. ¡Tu abuela!

Dos: La ceremonia es propia del Chavo. Dígame licenciado, decía el monumental Gómez Bolaños desde su metro sesenta y el Profesor Jirafales, ahora vestido de saco y corbata grises y pobres le respondía "Licenciado". El padre del Chapulín simplemente agradecía.

La primera vez que fui a una audiencia en tribunales fue por un choque. Resulta que no tuve mejor idea que frenar en el semáforo de Pellegrini y Corrientes cuando la luz fue roja. La señora que manejaba detrás de mí no compartió mi idea y visitó con la trompa de su auto el baúl del mío. En el pasillo del segundo piso, mirando hacia Montevideo, creo, estábamos todos: ella, la daltónica andá a la lavar los platos y su abogado, un señor que me iba a enterar luego era el abogado de la compañía de seguros de ella, mi abogado y yo. Cuando vino el momento de las presentaciones, mi duda era si darle la mano a la visitante de mi baúl, torpe especie del ser humano que, estoy seguro, una vez que se descifre el genoma humano, debería tener un chip menos, justo el imprescindible para ubicarse en tiempo y espacio a la hora de manejar un automóvil. No la saludo, pensé yo, si esto es un juicio, o sea una pelea civilizada entre nosotros, pero pelea al fin. Mi abogado abrió el fuego y le estrechó la diestra al abogado de ella al grito (porque gritó, eso no fue tono elevado) "doctor qué gusto verlo, buen día", le siguió el de la compañía de seguros al grito (otra vez) de doctor cuánto hace que no te veo y me parece que le decía a mi profesional, y el letrado de la insana que repetía doctor, che, qué bueno encontrarlo en esta audiencia. Mucha mano sacudida, mucho doctor de acá para allá y nosotros dos, los que íbamos a la lucha, ni jota. Ni saludo ni mucho menos doctor. La mujer chocadora me miró de repente, me extendió la mano y me dijo algo de forma. Nos saludamos con cariños pensando que no formábamos parte de ese reino doctoral y que más vale que nos cuidáramos entre nosotros porque el título profesional es un signo de casta mayor. Pertenecer, pensé, tiene sus privilegios.

Cada abogado que pasó por el pasillo en donde esperábamos saludaba a los leguleyos con un buen día doctor estentóreo. La empleada del juzgado nos llamó a la audiencia, mirando a los hombres: doctores, pueden pasar. Chocadora y chocado dudamos si teníamos algo que ver en todo esto.

Cuando pedí mi cortado en el bar de tribunales vi que mi abogado volvía a saludar al de la compañía de seguros. Che, Armando, vas a jugar al futbol al campeonato. Ahora entiendo, me dijiste. Doctor en el pasillo, frente al pueblo (¿al publico?). Acá se juega al futbol. ¡Tu abuela!

Tres: Primero fue el creativo intendente de la ciudad de Buenos Aires. Podrás decir lo que quieras, pero el hombre tiene sentido del humor y sentido común. Que no es poco. Explicó que él estudió en una especie de Instituto privado con docentes de prestigio que les expedía un reconocimiento de Licenciados aunque el estado no los reconociera. Al final, Jorge Telerman pidió que no le digan Licenciado sino Licencioso, que le gustaba más. Ahora resultó que el Gobernador de Chubut Mario Das Neves es apenas "aboga" y no doctor. La propia oficina de prensa del hombre explicó que tiene cursada el 80 por ciento de la carrera. Le corresponden más de las tres cuartas partes del doctorado, uno cree. Pero, claro, estos hechos de los últimos días, no son nuevos. Tuvimos jueces que no habían cursado ni Introducción al Derecho, avisos en los diarios que pedían profesionales no recibidos en determinadas universidades en determinados años y mucho más.

Sin embargo, el caso más resonante es el del señor Juan Carlos Blumberg que se autotituló Ingeniero por años. No es cierto que al hombre le confundieron su grado de estudios y él, por omisión, se dejó confundir. Por acción, Blumberg se definió como Ingeniero en actos públicos ante los tribunales, acuñó tarjetas personales con el título que no tiene, respondió a cada llamado que lo distinguió con el grado profesional. Hasta aquí otro Telerman, otro Das Neves. El problema fue que el Ingeniero fallido es el mismo que pidió ser reconocido por la sociedad como el representante espontáneo de lo que está mal en la Argentina. Con deliberación y aprobación popular, él mismo fue el censor de los errores de los mandatarios populares, controló desde el balcón a los diputados, movilizó a miles hasta los tribunales, proclamó frente a la Casa Rosada los errores de sus habitantes. Su grado de exigencia a los otros fue tan grande como su papelón ante el ocultamiento propio.

La pregunta final sería: ¿Blumberg mintió por él o por los demás? ¿Es más importante ser ingeniero para Juan Carlos o para los que escuchaban y apoyaban a Blumberg? Si es cierto lo que decía tu abuela, Blumberg debió haber mentido por una especie de frustración personal de no haber concluido con la universidad. A él, no le alcanzaba con ser "señor". Su ego, el de su familia o lo que fuera, requería un doctor, licenciado o ingeniero.

Si en cambio tu abuela se equivoca, a la mayoría de nosotros, como en el pasillo de tribunales en medio de debate de un choque, necesitamos de la aprobación externa de las formas para respetar, obedecer e incluso temer a quien tenemos enfrente. Otra vez, ¡tu abuela!

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