CONTRATAPA
› Por Sonia Catela
En quinto lugar, por orden alfabético, le toca el turno a él: "Capellini, a la dirección"; se desgrana como si se arrancara en carne viva, con sus raíces, del grupo ("y allá ¿qué te hacen?", "te desnudan y revisan tu ropa a ver si fuiste el que se robó la agenda") la clase rodeada por un cordón de preceptoras, vigilantes, de uniformes tiesos (han tomado los punteros y los exhiben como instrumento de defensa y ataque, y al moverse en zigzag Marcelo se protegió del destello de un arma larga, pero no, sólo una confusión por la penumbra, los nervios); desanda el estrecho zaguán de baldosas irregulares; adelante, él, el sospechoso, a su retaguardia la preceptora en marcha rítmica, controlando cada uno de sus movimientos, mientras vocea consignas, "los inocentes no tienen nada que temer", "el castigo será ejemplar", "ésta es una escuela con moral cristiana", "el que roba, las paga", su esqueleto traslúcido bajo los rayos "x" de la guardiana, que relevan sus antecedentes pasados y los ya escritos en su futuro, su prontuario criminal, "vos sos el que oía rock mientras se cantaba el himno, aquí consta en tu legajo", ojos a los que ahora se suma el relámpago taladrante de la directora: "con que aquí tenemos al famoso Capellini; entrá. Usted, Nora, retírese". Las autoridades presumen que ha sido él, cotejan sus rasgos con un álbum de caracteres de Lombroso o qué; porque ¿él que hizo? no se va a alzar la agenda de la Milani, nada menos, ¿quién se atreve a eso?
"Capellini, ¿no?" y se siente aliviado de ser Capellini y no Roijman, ("pero ¿qué digo? ¿qué tiene que ver un Roijman en esto?") frente a él la directora recita, "parate en aquella alfombra, en el centro, sacate la chaqueta, la camisa, mirá cómo se vienen, mirá dónde usan el vaquero, sin cubrir los glúteos; ustedes los de quinto se creen con derecho a todo, quitate los zapatos, el pantalón, ("¿dijo el calzoncillo?"), sacate todo, ("¿será monja? ¿las monjas pueden ver totalmente desnudo a un varón?"), vos sabés quién lo hizo, Capellini, (es alta, corpulenta como un jugador de básquet), hasta que no hablés, no salís (pisa mi ropa ¿así la revisa? pisoteándola), si temblás, Capellini, es porque sabés algo", "no, señora, nada", la monja enciende un cigarrillo, (¿las monjas fuman?), te miro los tatuajes, Capellini, tus tatuajes obscenos, ¿sabe tu familia lo que le perpetraste a tu cuerpo?", "no, señora", (menos mal que soy Capellini y no Roijman. Pero ¿por qué se me cruza ese Roijman?), "ultrajaste el cuerpo casa sagrada que proviene de la divinidad", "¿puedo vestirme, señora", "cuadrate, firme, Capellini, más te conviene que digas lo que sabés", (me rodea como un perro, me da vueltas alrededor como un perro, bajo la claraboya central de la esta sala; pero con las cortinas cortinas corridas, de afuera no pueden verme en cueros, tampoco auxiliarme ¿por qué se me ocurre que voy a necesitar ayuda?), "hablá, mirá lo que le hiciste a tu cuerpo"
Lo marca con el puntero, le mete el puntero bajo cada axila para examinar que hay allí ("pero, ¿hay un nombre escrito en la pantalla de aquel velador? está lejos, no alcanzo a ver pero me parece que dice Roijman. ¿Y la pantalla apergaminada de la otra lámpara, ésa de dibujos azules, ¿no es piel tatuada? ¿y la de enfrente, con el ancla? ¿qué pasa? ¿hacen pantallas con pieles humanas? ¿y si yo fuera verdaderamente Roijman?")
Ha atardecido de repente o el cielo se oscureció por una tormenta, la directora demora en encender las luces, (¿dónde está ella?), "¿tendré que castigarte? Pero ¿por qué me agarrás de ahí, ¿qué te pensás, pibe?", "pero señora, si yo no hago nada... es usted", recibe el punterazo en las nalgas y un frotar contra su cuerpo, un refriegue obsceno, "pero señora"; lo hace arrodillar, lo guía por lo impensable, abrazándolo, "me gustan tus tatuajes, Roijman, pero ahora basta de charla, callémonos, ponete aquí, así" ("¿me llamó Roijman? entonces ¿ estoy en...?")
Inmediatamente las lámparas se prenden; Marcelo puede ver a la directora con su traje ascético, la arquitectura de la torre de su peinado intacta, fumando otro cigarrillo, sentada ante su alto pupitre de donde no se movió en ningún momento; recibe su reprensión "sos irredimible y testarudo, Capellini, vestite; por tu falta de colaboración y por encubrimiento al culpable, diez amonestaciones; y citaré a tus padres mañana, viernes". Subraya "mañana viernes", se deleita; él pasará el fin de semana castigado. Sale de la dirección, lo escolta la preceptora que acaba de recibir las directivas sobre la sanción a aplicar, entra al curso, "y qué tal, Capellini".
Capellini. Si es Capellini "todo bien". Se sienta en el pupitre, trata de fruncir alguna lágrima maricona, las esconde tras los anteojos negros. Al fin y al cabo, se salvó esta vez en que no es Roijman allá, en Buchenwald, con Ilse Koch, látigo y lámparas, se salva esta vez que es Capellini, Capellini y no Roijman, y se toca de cuerpo entero aquí en Rosario, "todo bien".
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* (Ilse Koch seleccionaba judíos con tatuajes para fabricar pantallas usando su piel, luego de mantener relaciones sexuales con ellos, en Buchenwald, campo de concentración ubicado en Weimar)
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