CONTRATAPA
› Por Sonia Catela
Hoy que garúa un tiempo de ceniza grisácea, (tristón, el de aquel diciembre de 2001), garúa historia, y por la TV sacan a pasear a los muertos, no me hablen de Leticia. Desde sus ojos y sonrisas amarrados, ellos, los muertos te descerrajan un "¿me soltás?", incómodos en la cárcel plana de la lámina donde se los aloja, porque si Leticia apareciera en alguna franja de estas sepulturas abiertas por doquier, Leticia remota, Leticia emigrante, en México, si por ejemplo ella pusiera la mano en el picaporte para salir a trabajar, las ocho y treinta allá, y yo que no le cebé siquiera un mate en la tibia cama besándole las guedejas de pelo enredadas en el bretel del corpiño, mientras trato de sacarme este muerto que se trepa a mi cuello, "Angel Lima", y corea junto a los otros difuntos, "castigo a los culpables", oyéndolos aunque te pongas tapones en la memoria, y Angel, instalado sobre mi crisma, empieza a desgranar sus cuitas que tan bien conozco como no conozco al hombre moreno, que, desde atrás de Leticia le dice "dejame a mí", toma la llave y por encima del hombro de ella abre la puerta del departamento, empujándola suavemente hacia un pasillo de alfombra sucia, hacia afuera, adentro cayéndome la historia de Angel Lima que se introduce, retorcida, por los caracoles del oído, se pone a correr por mis venas y me inunda de metales, de motores, de descargas de disparos que ahogan, pero si Angel quiere volver, Leticia no; se lo he pedido insistentemente, "nuestros planes, Leticia, al terminar tu beca", una beca de seis meses que se estiran como goma a casi un año, "no puedo dejar pasar de largo esta oportunidad", oportunidad que no vengo a ser yo, allá, Leticia en México, cabeza gacha, reclinada en el pecho del hombre moreno que pulsa el botón del ascensor, bajando como las penurias de Angel, quien me tironea de las orejas con su cuestión metafísica "¿por qué yo? ¿por qué me tocó a mí?", de siempre, preguntas para las que no poseo un menú de respuestas, ni el atisbo de una frase solitaria con la que salir del paso, "éramos compañeros" martilla Angel, sí, militábamos juntos, aunque tampoco cuento con una contestación adecuada para la carta de Leticia que llevo en el bolsillo, sin abrir, desde hace tres horas porque si arribaran noticias como "me radico aquí", "encontré un espacio que no desaprovecharé", ¿qué?
Con Angel y sus: "¿me escuchás?", como si pudiera evitarlo; nadie escribe cartas fuera de Leticia, las cosas se dicen por mail, salvo que no se trate de algo rutinario sino que en el estacionamiento el hombre moreno esté poniéndole la mano en la cintura y dándole un beso en la nuca, antes de subir al auto y arrancar, abrazándola con amor, ¿consolándola? ¿pasándole un pañuelo por sus cachetes empapados? ¿por qué? ¿porque Leticia se acuerda de mí? y el auto remonta la avenida de la Reforma donde un monumento se sucede a otro y Leticia los mira, pañuelo en mano, pañuelo que va de los pómulos a apoyarse en el tablero del automóvil, donde de tanto en tanto, el moreno apoya su mano encima de la de ella, dándole coraje.
Pero yo entendería, Leticia, no me queda más remedio que entender: la despedida, la dolorosa ruptura de lo que nos unió, porque, cómo no aceptarlo, si me pasean una vez al año junto a Angel, también aprisionado en la lámina chata de mi fotografía, y no es Leticia la que no quiere volver sino yo que no puedo reunírmele, como me pidió en su carta, que abrí al fin para leer que me decía "vení, amor" aquí, preso en la pancarta, en una ronda a la que nos sacan para hacer garuar historia de un tiempo grisáceo, tristón, cada diciembre, para pedir castigo a los culpables, para gritar a todo pulmón "presente", juntarnos muertos con vivos y movilizarnos, "presente", desempolvarnos y preguntarnos, zapatear, zapatear fuerte "para que esto cambie de una vez"* aunque esto no termine de cambiar de una maldita maldita vez.
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* "para que esto cambie de una vez", verso de Raúl González Tuñón, de su poema "La luna con gatillo".
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