CONTRATAPA
› Por Oreste Brunetto
-Sí -me espeta el Morocho te hizo desastre acá, muchacho, en una punta de lados, te cantó. No, ¡si le va errar! y lanza el humo de su rubio -créase o no- sin filtro a lo Boogie en El halcón maltés. No hace lo que se diría frío, porque ha sido un invierno ridículamente benigno en esta babélica Barcelona, pero de vez en cuando sopla algo más que brisa.
Tal que en un cuento de Calleja, esa brisa cada vez más insidiosa nos lleva a arrebujarnos, sí, a arrebujarnos el poncho -léase sendos sacardi en los que vamos enfundados, tal como Barbieri y Riverol, cuando acompañaban al Mudo con sendas violas- pues estamos sentados en una mesa en la vereda. El hombre, además de tener como oficio el de guitarrero y cantor, declara haber nacido -a pocos días de acabar la guerra-, en Pichincha, en calle Suipacha enfrente del Casino.
-Y podés creer, hermano, que el primero que me habló de las andanzas de Gardel acá, fue un vecino de por acá, un catalino
-¿Ah, sí?
-Sí, Josep María, un veterano que conocí en el otro bar donde paro, que se llama justamente La Parada. Te juega al ajedrez con un jubilado tal que él. Bien te juega, el hombre. Cuando se harta de basurear al otro, me concede el raro privilegio de batirme en el damero. Y me revuelca feo. Feo, feo. Cinco a uno es lo mejor que he salido, ¡podés creer!
-....
-Y un día me cuenta que Carlitos era muy amigo de un jugador del Barca, un tal Samitier, crack de ésa época. Lo había visto jugar y lo admiraba. Y un día los fue a visitar donde estaba internado otro del equipo, el húngaro Platzko que era arquero y ahí se conocieron. Gardel iba a chamuyar con Samitier al Hotel Oriente, que todavía existe, en las Ramblas, más vale tirando pa'bajo. Samitier vivía ahí porque un hincha le pagaba la zapie.
-Ahá, respondo, algo atragantado con tanta y tan íntima información.
-Sí, una de esas lindas amistades, reafirma, no sé cuan ingenuamente o no...
-Ahá, subscribo un poco por cortesía y otro poco por cortedad de carácter y otro poco porque la novedad de la novedad.
-Gardel les organizó una gira, a los blaugrana, allá, en el Plata. Te jugaron contra Boca, River, Peñarol, y dicen que también contra Central, pero lo dudo. A los únicos que le ganaron, fue a Boca. 2 a 1...
-Ahá.
-Pero volviendo a lo intrínsecamente artístico: Sí, el Maestro te hizo un chiquero, acá. Vino por primera vez en el '24. El tango ya se conocía acá, pero como baile, solamente. Pero un punto, Spaventa, empezó a cantarlo. Fue el primero al que se le ocurrió. Como Cochrane y en el rock. Y Gardel vendría a ser Elvis Presley. Porque también le ayudó la pinta, lo que es. Vino, como te digo, por primera vez en el '24, y te siguió viniendo hasta el '32. Grabó y todo, grabó. En Radio Catalana. Un ejemplo: Anclao en París, que Cadícamo te compuso en el mismo hotel que te contaba, el Oriente. Se ve que era el hotel donde paraba la muchachada, los ranas, los cachafaces de entonces, ¡los muchachos que ya usaban gomina! Se ve que tendrían arreglado lo de llevarse alguna minusha dequerusa.
-atural, convengo gremialmente.
-Radio Catalana, quedaba acá nomás, me aclara, tirando para aquel wing y señala una de las calles, como saliendo, en dirección a la estación de Sants, pero en ese tiempo ese lugar era como decir la loma de la miércoles. Fue la primera radio en la que actuó Charles Romuald, ¡qué me contursi!
-Qué bárbaro...
-Mirá, tanto fue lo que lo quería el público, que no va que le regalaron hasta un coche, un Graham Paige, un modelo estilo a los de Elliot Ness, pero lo mismo, ¡un cochazo de la época! Otros dicen que se lo consiguió, barato, su amigazo, el tal.
-Samitier, exclamo, sabiendo que voy a acertar
-Sí, Gardel le había dedicado un tango, justamente llamado Sami...
-¡Qué grande!, arriesgo, a subrayando tanto la estrecha amistad del Zorzal con el centreforwarad culé, como tamaño regalo que ligó a su paso por estas tierras.
-Graham Paige, sí. Graham, como Alexander Grah ...
-Graham Bell, completo, como quien aprovecha un rebote de un balón en el borde del área penal. El inventor del teléfono, sigo, doblando la apuesta, porque siempre me lo confundo con Marconi. Como cuentan, bah.
-Exacto, aprueba, y suspiro al comprobar que acerté la doble parada.
-Vos no sos ningún chambón, pibe, agrega, elogiándome rudamente, como cabe entre varones de ley.
-Usted lo ha dicho, ché, le retruco. Ojo conmigo, que engaño: Modestamente; yo no soy ningún boludo...
-Actuó, sigue, sin atender a mi réplica, como repasando la lección en voz alta, en un teatro que también queda en las Ramblas, el Principal Palace. Pero debutar, lo que se dice debutar, debutó en el Goya, que queda cerca. También sigue en pié. Creo que ahí estrenó Anclao en París.
-Quién diría, ¿no? Yo sabía de París o Nueva York...
-Así es, pibe. Son páginas poco conocidas de la vida de ese gran cachafaz. Y luego de una pausa, agrega: Parece una broma, porque yo también estoy, no hace que te lo aclare mucho, pibe, anclao aquí, en el París.
Y ahí me doy cuenta que el bar en el que estamos, en la esquina de la calle París con Aribau, en el coqueto barrio del Eixample, se llama justamente París.
-Así es, mi amigo, yo también estoy tirado en la vida de errante bohemio. Y bandeado de apremio. Y anclao, varado entre estos dos bares: ¡La Parada y el París! Espero despegar antes de que me encane la muerte, como bate también el del gotán.
Y entonces, levantantando la copa, agarra y me dice: ¡Salú, muchacho, por la vida rante y la vuelta al barrio que nos vio nacer!!
¡Salú!, acompaño, sin mirarlo, nunca es grato ver a un varón compungido.
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