CONTRATAPA
› Por Beatriz G. Suárez
A la mañana (como nunca), encendí la radio. Un señor con voz agropecuaria hablaba -Está nevando en Godeken-, al ratito nomás un locutor informaba que el fenómeno iba dándose en todo el sur de la provincia de Santa Fe.
Entonces emprendí el viaje. Salí de Rosario, la mañana era helada. una zona libre para el frío, insuperable hacia la historia bajo cero. Lloviznaba con éxito sobre el capot mientras seguía escuchando la nevada que me esperaba más adelante. Soldini. Peaje. Coronel Domínguez. Ya en Acebal el aspecto del Monumento al Muñeco era distinto, le había cambiado la cara al carnavalesco bicho, y comenzaba a caer algo desconocido desde el cielo.
Avancé por la ruta como con hambre extrema, ansias de observar un cambio en el campo de siempre, alguna que otra vez inundado y nada más.
En Santa Teresa empezó la cosa. Caían copitos, desprendimientos de alas
perfectamente blancas, extrañamente simples, pedazos anónimos de quien asume la tarea de inundar la pampa con un notable grado de perfección.
En Máximo Paz la nieve caía como pelo lacio, se remataba sobre el
cementerio, cúpulas mayores y menores, feedlots de la izquierda y, con los brazos bien abiertos, unos chicos corrían desesperados en galope a ingerir la blancura.
Pájaros y perros desubicados por el pequeño glaciar de chiquero, un bautismo confirmando la hermosura.
Raro el pastizal, molinos, viento, raro el terreno sacrificado sin tregua por una fama pasajera.
Alcorta. Carreras. Melincué. Labordevoy. Y por fin mi destino: Wheelwright. Un grupo de vecinos se sacaba fotos en el
cartel de entrada, panorama de nunca jamás. Un "Bienvenidos" en metamorfosis por la meteorología.
Allá en el fondo permanece el enigma. No fue predicho, no salió por la tele, salió por la noche, con la linterna poderosa del cielo y la tierra; esta vez entre gallinas; un misterio inevitable que quedará para siempre. El julio en que nevó y nos volvimos felices y un poco mas viejos, nos impactó el agua helada hasta hacernos hervir el corazón con escándalo.
La nieve, una extranjera de visita, tranqueras le abrieron la puerta y
aportó diferencias hasta aplastar el trigal y darnos fuerza.
La gente estaba ahí, precipitando conclusiones, amontonada como pocas veces.
Agitando las manos.
Entré finalmente por el cruce de rutas. Quizá entendiendo algo invisible y finamente maravilloso.
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