CONTRATAPA
› Por Oreste Brunetto
No hay duda de que cada escritor va sospechando que hay al menos un texto que le hará morder el polvo de la derrota, que hay un texto que finalmente resistirá a su supuesta destreza, un texto chúcaro, que no es de aquí, ni es de allá, no tiene edad ni porvenir, y ser feliz es su color de identidad, como muy bien cantaba el Indio Gasparino.
Seguro que no se va a dejar pialar, ese texto bagual. No va a permitir que lo saquen de la covacha en la que se retuercen las larvas textuales, los páginas nonatas, las apenas si concebidas, las siempre por desenclavar: Porque después de cierto tiempo, todo aquél que la vaya de escritor irá vislumbrando arduamente esas crudas lindes del oficio, ahí donde cesa el imperio de la pluma y la palabra, esa frontera allende la cual acaba lo bueno conocido tal que otrora la zanja de Alsina, que separaba al infiel del cristiano y reina la media lengua; ese confín donde se enseñorea el balbucir y por sus fueros campea un caos pestífero y anodino: Un caos, pero mal, mal.
Porque este caos tanto puede estar conformado tanto por cuantas frases que en el mundo hayan sido y habrán de ser, como de ese sarro inane compuesto por las que no han sido ni habrán de serlo nunca: No estamos hablando, no, de tonterías, de dimes y diretes tartajeados hasta el hartazgo para llenar de discurso el transcurso del tiempo que nos va matando como en esa hermosa Zamba de mi esperanza (que si ésa es de la esperanza, cómo será la del bajón!...), pues ese texto del carajo se nos va a escurrir de las manos como a Gianluca di Bari la canción que justamente se llama Una historia entre los dedos.
Porque con ese texto ladino no podremos, ese maldito puñado de frases nos doblará el brazo sorpresivamente, por más confiados que nos hayamos abocado a redactarlo, por haber acertado lindo antes con, un ejemplo, dos decenas de sentidos aforismos, medio centenar de loas, con mil y un palabras de elogiosa despedida para el amigo que se va, quizá cuándo vendrá, porque cuando un amigo se va deja un espacio vacío, etc.
Esto es indudable porque pasarán más de mil años, muchios más, y un texto al menos sorteará ileso las incontables jornadas de esforzado cuan estéril teclear; nos pintará la cara, logrando así bogar tan informe cuan altivamente, exclamando a su paso: ¡Libertad, Libertad!!, sin escorarse, y mucho menos naufragar por esos Eufrates y Tigris de locura de estéril tinta sangre del corazón, por más que muchos hayan querido atraparlo, extraerlo de su intacta virtualidad y traducirlo a la irreversiblemente sosa realidad del papel.
Nos insumirá miríadas de hojas de papel de gramajes surtidos sobre las que nos afanaremos sin descanso, invierno y verano tal que los carteros en los libros de lectura escolar; sobre esas cuartillas de dios habremos de garrapatear sin éxito oración tras oración, para luego desecharlas una y otra y otra vez: arrojarlas al costado tal como Sandro arroja al costado un papel viejo en esa bonita Podrá con nosotros, porque, como todos sabemos, nos preexistía, esa muy guanaca encrucijada textual que creemos haber elegido a nuestro antojo entre tantas otras no cederá ante nuestro empeño de extraerla del éter de la eterna eternidad.
Porque ese texto, queridas amigas, queridos amigos aquí presentes, y tal como diría José Luis Borges, no nos habrá sido dado el verterlo al papel. Ese texto nos ganará por cansancio, por puntos, no obtendrá de nosotros orden ni concierto, y seguirá proclamando cuán poco valemos, y cómo se viene la muerte, tan callando!.....
Va a proceder a bajarnos los humos que nos habrán nacido al calor de los aplausos luego de nuestras sentidas palabras al final de un banquete de bodas de plata con el corretaje. Nos hará conocer despiadadamente la real cotización de nuestras acciones dialécticas. Nos cortará el rostro cuantas veces se le antoje. Nos dejará con un palmo de narices, como bien dijo Corín Tellado.
Lo peor es que ese texto quizá sea la cifra de nuestro verdadero nombre, esa especie de mapa gramático que nos supimos conseguir, empezando y terminando cada día como el extraño de pelo largo que sin preocupaciones va. Pero también sea, ay!, nuestro epitafio, nuestro alfa y nuestro omega, principio y fin, tal que diría Flor Bela Espanca. Porque si acaso en principio fue el Verbo, a continuación nos esperaban infinidad de adjetivos, de conjunciones, etc. Y de tanto lidiar con ellas, y por momentos, lograr algo emotivo, nos desorientamos, creíamos que éramos Gardel...
Pero la verdadera prueba de nuestro error craso va a ser que veamos cómo también al final esté el verbo esperándonos, lo más choto, o sea: impertérrito, incólume: ¡Tanto padecer y terminar como al principio, con casi todo por decir!. No vaya a ser que el destino nos depare esa irónica cuan amarga chanza: que sea esas centenas de líneas bagualas nuestro verdadero nombre, el nombre que hubimos de tratar de ponerle al chico que uno viene a ser.
Pero no vaya a ser que esa página maldita, además de cifrar nuestro nombre, sea fundamentalmente nuestro puto epitafio, porque si fuera así, sería como para balearse en un rincón, en un bulín de la calle Ayacucho. Capaz nomás que de lo que se trate sea de nuestro fucking epitafio, no esas frases chupaculo, propias de un monaguillo, ese epitafio que, si acaso, a dos o tres comedidos se les ocurra grabar en un losa de travertino cuando, por fin, la hayamos palmado.
Es evidente que ése, nuestro verdadero epitafio va a ser seguramente algo mucho menos baboso que esas frases de sacristán, va a ser, en cambio, una especie de versión tuneada de los sonidos del silencio que cantaban Simon y Garfunkel: esa mezcla de grafitti de baño público con Oración a la Madre de Andrés Bello: ese Ser que tiene algo de Dios y que no se da vencida ni aún vencida a la hora de enseñarnos a hablar, a leer, a escribir! Ese Ser a quien no le mueve, Señor, para querernos, el cielo que le tienen prometido!...
Sí, seguro que ese puñado de líneas sean nuestro alfa y omega election, y no se trate de sonido y de furia como el decir de un loco, sino de un amasijo de frases imperfectas, un pegoteo surtido de bocetos a la deriva en el agrisoso plasma de lo desechado. Ese texto capaz de venir a ser algo peor que nuestro epitafio: ese texto sí que podrá ir a escupir sobre nuestras tumbas!
Es para sospechar que de eso debe tratarse, como en la película ésa de esos pescadores que no quieren imaginarse a la vida sin un río que la atraviese, y debe entenderse a ese río como metáfora poética de la patota de textos, del maloncito de párrafos que creemos infinita, queremos que lo sea, pero ay!, no lo es, tch, tch, no lo es, querríamos que fuese infinita para que nos tomase un par de reencarnaciones redactar todas y cada una de las páginas allí enredadas pareciera por Mandinga, porque no queremos volvernos sombra, no. Queremos ser luz, siempre querremos ser luz y quedarnos. Pero decenas y centenas se nos escurrirán, irremisiblemente, como se le escapa a Sandro el agua entre los dedos, en esa inspirada, inolvidable balada que es !Así!...
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