Martes, 21 de agosto de 2007 | Hoy
Por Oreste Brunetto
Modestamente, jefe, luché contra el fascismo, como usted, y, como verá, también, como usted, sobreviví. A lo último, con las últimas palabras, la voz ya me salió francamente empañada, tan emocionado me sentía como no creí que fuese a estarlo nunca más. El veterano me había preguntado qué había hecho yo por mi país para atreverme a pedirle que me dedicara el libro en el que cuenta sus andanzas como brigadista en la Guerra Civil Española. Porque don Milton Wolff a sus noventa y cinco años está entero, su fe de miliciano antifascista sigue intacta, como cuando se incorporó a la Brigada Lincoln, pues las Brigadas Internacionales también incluyeron a una integrada por norteamericanos. De esta Brigada Lincoln, Wolff terminó siendo comandante.
Entonces el hombre, luego de escucharme, estampó su firma en el libro. Aferrándolo, un rato después, solo y mi alma, salí del salón del Ayuntamiento de Barcelona, donde se había hecho la presentación, y ahíto de champagne catalán y melancolía, llegué hasta las Ramblas, para empezar a repechar el camino a casa, pero a poco de pasar por al lado del catamarqueño que encarna -como estatua viviente- al Che, atropellé un banco, y me senté a llorar por los ausentes.
Porque si usted es, como yo, de los que creía que ya tenía suficientes aventuras revolucionarias para contar a sus nietos, por el hecho de haber sido uno de los tantos clones patrios del Che, o sea, por haber sufrido el sindrome Guevara enfundado en una chaqueta verde oliva, y barbudo y crenchudo como cuando Ernestito estuvo en la Sierra Maestra, y curtiendo su mismo look se desgañitaba entonando canciones como Ay, Carmela!, qué queda entonces para don Wolff, que a fines del otoño de acá, con noventa y tantos años, presentó su novela autobiográfica Otra colina en Barcelona. Sí, el yanqui criado en el neoyorkino, proletario Brooklyn, no sólo sobrevivió a las batallas de Brunete, Teruel y Ebro de la guerra que enfrentó a nacionales con republicanos, sino que también a las de la campaña de Italia y Birmania, pues también se enroló en el ejército regular británico. Luchó por Europa y Asia, y además la fue cuerpeando, ha ido zafando de las alambradas de púa que la vida muchas veces te hace la joda de cruzarte en el camino: que un aneurisma, que un infarto. Y encima, el hombre no va que se agarró en serio lo de vivir para contarlo. El tipo te sobrevivió a todo esto para contarlo, agarra y te escribe una novela sobre sus jornadas de brigadista!..Andá empatále!.
La cuestión es que apareció, el hombre, en el salón del ayuntamiento de Barcelona, y -como diría Sasturain citando a Borges: el hombre se parecía a la voz. En este caso, el hombre se parecía a la idea que uno se hace de un veterano: Alto, enteco, correoso. O, como también habría cantado Borges en su Milonga para Jacinto Chiclana: Alto y cabal, con el alma comedida. Ni que hubiera sido Vittorio Gassman encarnándolo. Lo que se dice el physique du rol.
Y entonces todos empezamos a aplaudir, y después nos pusimos de pie, sin aflojar, seguimos aplaudiendo a ése que había luchado por todos los que allí estábamos, había empezado a luchar contra el fascismo cuando pocos de los allí presentes habíamos nacido. Entonces el doctor Moisés Broggi contó lo que había representado el flaco Wolff, por ejemplo, integrando la irrupción de la Brigada Británica en Brunete, u organizando la retirada en la batalla de Belchite. Y después habló Morán, un periodista que dio algunos datos de las batallas, del frío de la de Teruel, pero sobre todo de la del Ebro, y de las incontables veces que la cota 666 de la sierra de Pándols cambió de manos.
Pero a continuación, Milt, el flaco, por el mero hecho de erguirse, convirtiendo a los anteriores en petimetres, cazó el micrófono, y nos saludó, y muy brevemente, nos alentó, nos dijo: no todo está perdido, y hay más vida más allá de El Corte Inglés. Y entonces, enardecidos, volvimos a ponernos de pié, y a aplaudir desesperadamente. Y aún transidos, nos fuimos a fajarnos con la versión catalana del champagne, llamado cava. Y a relincharnos, a darnos ánimos los unos a los otros.
Un ejemplo: Julia, la intérprete australiana y testigo de la masacre de Timor occidental a mí, y yo a ella. Después, repito, después de salir, llegué como buenamente pude hasta las Ramblas, y me senté etc, etc.
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