Martes, 13 de diciembre de 2005 | Hoy
La Confederación Farmacéutica Argentina (COFA) informó que entre agosto de 2004 y agosto del 2005, el consumo de antidepresivos, aumentó el 12 por ciento. Hay que tener en cuenta, que estos datos no incluyen, a los "medicamentos" con circulación "clandestina". En octubre de 1995, el Ministro de salud (Juan José Mussi), planteó que en Argentina, se vendían más psicofármacos que aspirinas. Los ingleses, más preocupados que los argentinos, por las "consecuencias", solicitan a sus médicos, no medicar a menores de 18 años, con ningún "antidepresivo". En EEUU, el mercado de estas drogas y fundamentalmente, las modificadoras del nivel de serotonina, movilizan 120 millones de dólares anuales, aproximadamente. Periodistas conscientes de New York Times, plantearon el aumento de suicidios (y homicidios), por el uso de estos fármacos. El 15 de octubre del 2004, el gobierno de ese país, ordenó que los antidepresivos lleven etiquetas con ribetes negros. La FDA (Agencia de Alimentos y Fármacos), a su vez, planteó la necesidad de adjuntar una guía informativa, que advierta sobre los efectos colaterales y secundarios. En el cerebro, la comunicación entre una neurona y otra, ocurre en un espacio o "sinapsis", donde los "neurotransmisores", se "vuelcan" y pasan informaciones, recogidas de las múltiples percepciones y asociaciones. La serotonina, (5 hidroxitriptamina), influye: en el estado de ánimo, en los comportamientos alimenticios y sexuales, en el ritmo de vigilia y sueño, en el proceso de aprendizaje, en la temperatura del cuerpo, en el funcionamiento del hipotálamo, (director de la orquesta hormonal) y en múltiples procesos más. Sin embargo, nada de esto, ocurre aisladamente, sino en un permanente interjuego con otros neurotransmisores, hormonas y múltiples sustancias químicas que circulan por la sangre, como la correlación con el nivel de colesterol y otros. Hay mandatos ambientales y genéticos. Un gen, en el cromosoma 17, denominado: "transportador de serotonina", también sufre mutaciones, por adaptación al medio y tiene respuestas distintas, en cada ser humano. Es un neurotransmisor, cambiante e influenciable; capaz, de inhibir o estimular, participar o recluirse, según las circunstancias del adentro y del afuera del cuerpo. No se cuantifica igual, en los oscuros inviernos que en primavera o bajo el sol veraniego. El "adentro" y el "afuera" del cuerpo humano, tiene fronteras físicas como la piel, pero también mentales y culturales. Por eso, los sistemas de gratificación o de castigo, con los que se cría a un niño, influyen en las cantidades detectables de varios neurotransmisores, no solo de serotonina, también de adrenalina, noradrenalina, dopamina, acetil colina. La cuantificación de serotonina en plaquetas, en orina o donde sea, no justifica recetas, sin recurrir a otras estrategias, que alivien la tristeza. Los pediatras y hebiatras, deben tener en cuenta, sus efectos y la vulnerabilidad del cuerpo, antes de recetar psicotrópicos, cuando se transitan cambios neurohormonales y emocionales. Una droga antidepresiva, no siempre "alegra" la vida, también se muestra, en la apatía de un rostro inexpresivo, en la alternancia de excitaciones y somnolencias, en el aliento concentrado, emanado de una boca reseca, que intenta tragar la escasa saliva que la droga le deja; también en la náusea y los bruscos cambios de comportamientos y sentimientos; en la inapetencia y adelgazamiento, en la constipación del intestino y del pensamiento, en el lenguaje famélico, en el cierre de la fábrica de sueños y deseos.
Mirta Guelman de Javkin
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