Lunes, 22 de junio de 2009 | Hoy
Mujeres
A medida que se aproxima el mítico Bicentenario de Mayo se multiplican las evocaciones. Pero la historia oficial, la que atesora las imágenes de Figueroa Alcorta y la infanta Isabel de Borbón, omite o bien coloca en un lugar subalterno a aquellas personas que con su lucha vindicadora buscaron doblegar la violencia estatal, la explotación contra los trabajadores.
La Argentina de 1910, era la tierra de las mieses doradas que a raudales salían por los puertos, pero era también el escenario de las protestas sociales, las huelgas obreras y la deportación de hombres y mujeres de ideologías revolucionarias.
La huelga de inquilinos de 1907 fue un hito en esas luchas por la dignidad humana y tuvo en las mujeres anarquistas un claro exponente de insumisión y reinvindicación de género.
Nombres como de Juana Rouco Buela y Rosa Dubovsky merecen ser rescatados del olvido, estas mujeres padecían como casi todas la doble condición de explotadas y oprimidas.
El capitalismo, sustentado en el patriarcalismo impone mandatos que son consecuencia de las relaciones sociales de producción, pero además de la necesaria reproducción de la fuerza de trabajo, combustible principal del sistema que requiere atención y crianza de los niños, su alimentación y educación y un largo etcétera.
En sus memorias, Historia de un ideal vivido por una mujer, Juana Rouco, evoca los días de su llegada a la argentina, el clima social y político, la agitación proletaria y su pronta incorporación a la organización anarcomunista, la FORA del V Congreso.
Su larga militancia implica además de la diaria labor en procura del sustento cotidiano, la redacción de notas y manifiestos, la activa participación en mítines y asambleas.
Rosa Dubovsky, proveniente de Europa central, batalló junto a su compañero Adolfo, primero en su lucha contra el zarismo ruso y luego en estas latitudes en múltiples huelgas y revueltas obreras.
Es preciso evocar a estas mujeres valerosas que sabían de la ternura, de la lucha por el socialismo, la justicia y la libertad, de la vindicación de derechos para los oprimidos y que no esperaban honores ni laureles sino el día en que la humanidad se decidiera a erigirse sobre bases de justicia social y fraternidad universal.
Ellas sembraron la semilla que fructificará en este suelo más temprano que tarde.
Carlos A. Solero
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