Viernes, 9 de abril de 2010 | Hoy
La muerte suele cambiar "el color del cristal a través del cual se mira". Si observamos en nuestro pasado, el posicionamiento que teníamos con personas que amábamos, odiábamos, admirábamos o de aquéllas que simplemente renegábamos y que un no lejano día partieron de este mundo, probablemente nos sorprendería nuestro nuevo enfoque.
No es lo mismo la evaluación de las actitudes del amigo díscolo, neurótico, caprichoso, si está vivo o si está muerto.
Las posibilidades están abiertas cuando vive. Podemos decirle que lo amamos, o que estamos enojados o resolver no verlo nunca más.
Sabemos que pocos se detienen a pensar cómo sería si el otro falleciera. Suele ser difícil considerar a la muerte como parte de la vida.
Ante la pérdida irreparable, comienza a reubicarse el análisis de nuestra relación con el que partió. Sea un familiar directo, un pequeño o gran afecto. O quizás un dirigente, un político, un estadista, un profesor.
¿Cuántas cosas hubiéramos podido decirles si una correcta toma de conciencia lo hubiera permitido?
Cuántas cosas no te dije madre, padre, simplemente porque no me di cuenta que las sentía...
Sólo entendí todo el daño que me hiciste cuando te acompañé a tu última morada. Sólo tomé conciencia de tus defectos, cuando tu muerte me obligó a pagar tus sinvergüenzadas. Sólo supe cuanto te amaba cuando partiste. Sólo ahora me doy cuenta de lo que pasaba entre nosotros. Sólo ahora comprendo tus porques. Sólo ahora entiendo sus principios.
¿Por qué la muerte me contó de vos, lo que no supo contarme la vida?
"Todos somos mejores cuando morimos", decían las abuelas sabias mientras se preguntaban si en realidad no sería porque nadie se animaba a hablar mal de un muerto.
¿Cuál es el manto oscuro que aparece marcando el límite entre la vida y la muerte cambiando la visión de las cosas? ¿Es una escasez de recursos de nuestros pensamientos la que no nos permite la postura adecuada antes de que parta para siempre aquel que de una u otra forma nos importa?
Sencillamente creo que no tendría que ser la muerte la que produjera esos profundos y tardíos cambios.
Quizás si nos detuviéramos a razonar, a reflexionar sobre nuestros sentimientos y convicciones, si dejáramos de transitar la vida como si fuéramos eternos, podríamos lograr algo de equilibrio ante el natural pasaje.
Edith Michelotti
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