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Un importante sector de la juventud argentina afronta situaciones difíciles debido a sus limitadas posibilidades de transformar la realidad. A modo de ejemplo, en el ámbito educativo, el paso del colegio secundario a la universidad desnuda serias falencias de la enseñanza recibida, porque es común la incomprensión al leer textos, las faltas de ortografía, algunos inconvenientes en la expresión oral. Respecto al trabajo, a muchos les cuesta insertarse; desarrollar su capacidad en determinadas empresas. Y quienes están en actividad, perciben salarios que quizás impidan proyectarse a mediano o largo plazo.
Con frecuencia, la sociedad adulta pone en tela de juicio los comportamientos de los adolescentes sin hacer un análisis previo del porqué de la cuestión. A veces, abundan las opiniones apresuradas e infundadas. Hay que preguntar por qué numerosos jóvenes se muestran incrédulos, desganados, desesperanzados, y reaccionan contra una sociedad que critica sin saber que el Estado está ausente, que los ha condenado a vivir en el mundo de la droga, del alcohol y de la delincuencia.
Los hábitos de los adolescentes, que chatean varias horas del día, mandan mensajes de texto con abreviaturas y palabras mal empleadas, miran programas televisivos pasatistas; son resistidos por algunos sectores sociales. Esos chicos adoptaron esas modalidades porque les han inculcado que estudiar, esmerarse, capacitarse, formar una familia, tener la casa propia, ya no tiene sentido. Entonces, no preparan el futuro. Muchos de ellos dicen "para qué voy a estudiar si para manejar un taxi, atender en un bar, hacer promociones en la vía pública no hace falta contar con estudios universitarios". Lamentable, por cierto.
Marcelo Malvestitti
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