CORREO
Si algo les faltaba a los camioneros para complicarles su subsistencia, la descubierta fumigación de los cereales en sus camiones que le costara la vida a varios de ellos, se suma al stress de la conducción en rutas y autopistas colapsadas, al mal comer y mal dormir que viene caracterizando sus jornadas laborales y de esto no se habla.
Hace dos años, en una parada obligada por la niebla en la estación de servicio La Ribera, compartí una mesa con un anciano de 56 años. Y no es una broma ni una equivocación, porque a quién tuve enfrente durante casi dos horas era un envejecido hombre de esa edad, enfermo de cáncer y que había perdido la mitad de su equipo.
Este hombre durante más de seis años, se había dedicado a transportar cereal con un equipo de chasis y acoplado, comprado con mucho sacrificio y hasta que el ritmo de vida lo desgastó, enfermándolo.
Me contaba de sus días y noches en las playas de la zona, esperando que le descarguen, de sus malos almuerzos, de su dormir sobresaltado ante el temor a que le abran las boquillas, del calor y del frío soportado, de los malos almuerzos y cenas y de los viajes de regreso con un cansancio agotador y un estado anímico comprometido, con un diagnóstico médico desesperanzador y con sus últimos análisis en valores que provocaron el enojo del médico, que le dijo "usted se está suicidando con la vida que lleva".
Qué sabía el médico de sus necesidades económicas, de sus obligaciones como padre y esposo, de las promesas hechas a su hijo para incentivarle el estudio y que veía que no podría cumplir.
Ese camionero era solamente un botón de muestra de la vida que llevan decenas de miles de compañeros de trabajo que junto a los conductores de ómnibus de larga distancia, son las actuales víctimas de una sistema de transporte que no los considera seres humanos.
En nuestras rutas y autopistas, por cada millón de toneladas de granos, salen no menos de 32.000 camiones. Los intendentes y presidentes de comunas, saben de las roturas de sus calles y caminos de acceso de sus ciudades y pueblos, como consecuencia del sobrepeso por eje de los camiones cerealeros y del colapso del sistema de transporte terrestre.
Más de 8.000 víctimas fatales por año, parece importarle poco a nuestras autoridades, deslumbradas con los anuncios de constante superación de los tonelajes producidos y mirando al resultado de las cuentas fiscales con las exportaciones, como si eso fuera más importante que la calidad de vida de nuestros comprovincianos.
Angel M. Contestí
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