CORREO
Desde mi juventud, y mi madurez, sentía, sin analizarlo mucho, que eso de jubilarse sólo le pasaba "a los otros". El implacable paso del tiempo me fue acercando de a poco a ese "estado" diferente. La actividad febril que había desempeñado toda una vida cesaba "por la edad y los años aportados". ¿Cómo? ¿Habían pasado tantos? ¿Cómo no me dí cuenta? Parecía imposible. Abandonar los compromisos cotidianos, no cumplir más horarios, dejar a otros las responsabilidades que durante años fueron exclusivas. Sí, esa era la realidad, cierta, cabal, novedosa. ¿Cómo enfrentarla? Mi salud física, impecable, la mental con todas las cicatrices buenas, malas y grises que los avatares de diferente tenor le dejaron marcada. Comencé la toma de conciencia. En el ser humano los cambios son parte del trayecto, éste simplemente era otro. Tenía que tener proyectos. Cada mañana debía abandonar la cama sabiendo qué "cosas quería realizar". Ya no más las que "debía" realizar. Era distinto, podía elegir las que me gustaran, y hacerlas cuando quisiera, sin horarios implacables, sin apremios. Y a fin de mes ¡me pagaban! Las ideas se agolpaban en mi mente. Encontraba entre las postergaciones de años, tareas que me embelesaban.
Y comencé. A poco de andar volví a sentirme plena, útil como siempre. Atiborrada de tareas que seleccionaba a gusto. Comencé a conectarme con mis pares. Ahora tan palpables y tan cercanos a mí. Y entonces, comprendí que la gran mayoría transitaba esta etapa en forma tan injusta como indigna debido a los "demasiado magros" ingresos mensuales, por debajo de la línea de pobreza. Algo así como una especie de castigo por seguir viviendo. Casi una contradicción con la ciencia que día a día logra tantas maravillas para prolongar el índice promedio de vida y su calidad. Me sentí mal. Ojeando diarios viejos descubrí que esto sucedía hacía años, sólo que yo le prestaba atención recién ahora cuando la injusticia también me tocaba. Cuando el adulto mayor mezclaba su llanto con el mío. Y mis neuronas intactas, febriles, que el paso del tiempo sólo las engrandecieron con experiencia, se revelaron. Contra la injusticia de los responsables de tanta ignominia, y contra muchos jubilados que dicen "no podemos hacer nada, por eso se aprovechan".
¿No podemos hacer nada? ¿Acaso estamos muertos?
No coincido, no soy poseedora de las respuestas, sólo tengo interrogantes. Debe haber muchos que piensan como yo, quizás simplemente tengamos que juntarnos e intercambiar ideas, para encontrar entre todos una solución válida, una salida. Pedir ayuda a los mayores que dentro de unos años también se jubilarán. O a los jóvenes amantes de la justicia, que con tanto ímpetu se revelan cuando se equivoca. Y este es el momento. A los jubilados no hay que darles "explicaciones", hay que darles simplemente lo que les corresponde. Por ello el aumento tiene que ser ahora.
Edith Michelotti
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