CORREO
Pasan los años y el deterioro en la cotidianeidad de las niñas y niños que nacen en las periferias marginadas de la ciudad es alarmante. Chiquitos, de entre ocho y quince años, que se asemejan a guerreros que luchan para sobrevivir a padres ausentes, violentos, a madres asustadas y golpeadas, a barrios con sinfonías de tiros y collage de miseria y fragilidad, a falta de educación y trabajos dignos.
Allí no hay pertenencia a un mundo saludable de valores, colores, risas verdaderas y juegos armoniosos, sino ausencias y "códigos" sombríos. Allí, ellos, los "niños guerreros y sobrevivientes" se inventan una nueva identidad, signada por la ausencia de referentes y afectos, la mendicidad, la inexistente autoestima, el desamparo y la tarjeta de presentación: violencia y drogas.
Llegan a la Fundación harapientos y tristes, sumidos en disfraces que les permiten sobrevivir las calles, todavía no son adolescentes y ya son madres y padres, con bronca y rechazo hacia la autoridad.
Como respuesta para algunos de estos "angelitos sin alas", vía judicial, Municipalidad o Provincia, van a parar a diversos lugares. Algunos caen al impresentable IRAR, otros, con un poco más de suerte a Hogares de huérfanos y algunos pocos afortunados a instituciones especializadas.
Es destacable y emocionante saber que los profesionales que trabajan en estas áreas a nivel provincial lo hacen con tanto amor y dedicación poniendo el cuerpo a diario, pero no basta. Aquí hace falta decisión política, desde arriba.
Por mi lugar, y luego de trabajar en la problemática social durante veinticinco años desde mi trinchera, veo que están poniendo "curitas" a grietas enormes de miserias y abandono. Están desorientados y sobrepasados por la situación nuestros gobernantes de turno. Esto es así, desde hace años.
¿Entonces? Nos quedan dos caminos: o echarlos por el agujero donde cayó Alicia en el mundo maravilloso de Lewis Carroll o pensar juntos entre las ONG y las autoridades, un proyecto serio y coherente, sostenido en el tiempo.
Esto es un intento más. Verán que no me doy por vencido, ni aún vencido.
Osvaldo S. Marrochi
Presidente Fundación Esperanza de Vida
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