Sábado, 2 de abril de 2011 | Hoy
Esperpentos
Según explicaba en uno de sus escritos el socialista libertario gallego Ricardo Mella la dictadura del número es una de las estrategias del régimen capitalista para que una selecta minoría de arribistas y trepadores puede erigirse en representante de la mayoría sumisa y pasiva.
En efecto, si observamos la realidad social que nos toca vivir, hallamos que está montada una estructura de dominación que a través de diversos mecanismos enunciados como transparentes que encubren siniestras formas de manipulaciones de voluntades individuales y colectivas.
Las estrategias están armadas como diría Michel Foucault, por dispositivos que operan como micropoderes que articulados de modo variable aseguran a los macropoderes la persistencia gracias a la permanente mutación de los discursos persuasivos.
La dominación no siempre se expresa de manera explícita, a los pueblos se les dice en las constituciones que la voluntad de los que están en la cúspide es su genuina expresión. En las sociedades como las que vivimos desde hace siglos, con una cada vez más desigual distribución de recursos materiales y simbólicos no es posible que la participación de las multitudes se expresen libremente. La ficción de la democracia es sólo eso una ficción.
La Región Argentina padece desde hace por lo menos cuatro décadas una derrota cultura de los que aspiramos a una transformación en sentido progresivo de una magnitud colosal.
El terrorismo de Estado hizo una tarea de disciplinamiento social. Nada podía ser igual luego de ese proceso regresivo a escala mayúscula, y de hecho nada fue ni es igual.
Si reflexionamos sobre los debates de los años sesenta y setenta del siglo XX y los comparamos con el presente podremos aproximarnos a dimensionar lo antedicho. Las acciones colectivas y solidarias que articulaban sujetos sociales como el proletariado y los sectores estudiantiles contrastan notablemente con el individualismo egotista instalado por el neoliberalismo en las décadas del ochenta y el noventa.
El grado de devastación y desarticulación social permite comprender en alguna medida la emergencia de los esperpentos políticos que pululan en diversos ámbitos: laborales, sindicales, gremiales, políticos, educativos. ¿La era del vacío como proclamó Gilles Lipovetsky? ¿La sociedad del espectáculo como afirmó Guy Debord?
Como dice Bertolt Brecht en su poema Preguntas de un obrero que piensa: "a tantas preguntas otras tantas respuestas".
Carlos A. Solero
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