CORREO
Japón como paradigma
Sorprende que uno de los lugares más esquivos para los neonazis sea Alemania. En el resto andan mejor: Francia, Suecia, Austria... Pero en Alemania, pese a crecer entre la juventud desocupada del ex sector oriental, les cuesta hacer pie. ¿Por? Pues porque, según confirman integrantes de organismos de DDHH alemanes, se ha levantado un imaginario alrededor del Holocausto, no perfecto pero sí poderoso. La intelectualidad alemana, la juventud, las clases populares no son nazis. ¿Que hizo Japón con su proverbial respeto al orden que supo llevarlos al militarismo y a ser los nazis del Asia durante la Segunda Guerra? (la ocupación de Nankin, China, fue un genocidio que siguen negando oficialmente). ¿Tomaron eso pero, más que nada, a Hiroshima y Nagasaki como punto de partida para construir, como los alemanes con el nazismo, un nuevo imaginario pacifista y antinuclear? Sólo en el papel, en la Constitución que incumplieron, como dice Oé, uno de sus Premios Nóbel de literatura en un artículo posttsunami. Eso sí, aplicaron su obediencia de engranaje, a reconstruir primero pero luego a construir riqueza sin límite. O con el límite que hoy impone la realidad a una dirigencia increíblemente imprudente: imbéciles que sembraron de reactores nucleares esas islas que, con Chile, son los puntos más virulentos del Cinturón de Fuego del Pacífico. Y, para peor, instalaron no pocos a orillas del mar, de modo de no perderse los tsunamis. En Argentina, sin embargo, algunos se llenan la boca con ¡la madurez japonesa! ¿Y qué elogian hoy? ¿El amor por la naturaleza (que lo tienen pese a una gula burguesa a la que le importa tres pitos la extinción de las ballenas), o la magia de su pintura, o la exquisitez del haiku, o la profundidad fascinante del budismo zen, o su literatura de verdaderas vetas dostoyevskianas? No, admiran que pese al desastre no hubo saqueos. Que no son piqueteros ni autoconvocados como en estas tierras. Eso supone el culto japonés al orden, no algo que primero los hizo una sociedad de samurais, luego un absolutismo sin apertura social, más luego nazis, en los setenta parte de la triste Trilateral. Y hoy un obediente hormiguero vendido al consumismo. Porque, ¿saben qué? No hubo saqueos, de los que conocemos, porque no tienen villeros, y de tenerlos, difícilmente la derecha los hubiera fogoneado como aquí. Tiene razón Oé. Ojalá la calamidad sirva para modificar o hacer vacilar ese imaginario que, justo es decirlo, desde hace un tiempo también muestra signos de cambio. Por primera vez en cuarenta años, el electorado empezó a... rebelarse (¡bendita palabra!) y le dio la espalda a los gurúes de la economía. Un fantasma parece recorrer el mundo, y no de revoluciones armadas sino de una revolución ciudadana, la de los hartos de estar hartos. Y lo cierto es que los problemas que tenemos y los que se avecinan son de tal magnitud que dejan poca alternativa para no seguir despertando.
Héctor Cepol
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