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Martes, 23 de agosto de 2011

CORREO

Un día en la audiencia

Por mi calidad de testigo en la causa Díaz Bessone y Otros, recién se me permitió ingresar a la sala de audiencias del juicio al comenzar los alegatos de las querellas. El día en que las abogadas de la Liga por los Derechos del Hombre y Familiares alegarían por mi caso, al recorrer la sala con la mirada, recordé una frase de Norberto Lechner: "El poder transpira orden".

Sobre un estrado en altura, se encuentran ubicados los jueces constituidos en Tribunal. A su derecha, los abogados y abogadas de las querellas. A su izquierda, el Ministerio Público representado por los Fiscales. De frente al Tribunal, los reos y sus defensores letrados. Detrás de ellos, un blindex divide este recinto del lugar reservado para el público.

La entrada a las audiencias nos es franqueada por personal de Gendarmería previo trámite de registro. Hasta allí la frase de Lechner se plasma en toda su profundidad. En un momento sentí que algo rompía ese orden estatuído por el poder: el enorme vidrio que nos separa de los asesinos y que refleja las fotografías que Alicia Lesgart, amorosamente, lleva a todas las audiencias.

Elevadas por nuestras manos emocionadas, las fotos se alzan sobre los hombros de los represores, interpelándolos; constituyéndose así en un símbolo de nuestro deseo de Justicia. Desde ellas, cada compañero nombrado por nuestras abogadas recupera entidad, desdiciendo las nefastas palabras de Videla: "No están, no tienen entidad, están desaparecidos".

La transparencia también rompe algo del orden de lo temporal, al devolvernos los rostros de nuestros compañeros desaparecidos y asesinados, confundidos con los de nuestras jóvenes abogadas, Leticia, Gabriela, Jesica y Daniela. Ellas tienen escasos años más de los que nosotros teníamos cuando los represores nos tuvieron a su merced.

Sentí que mágicamente, desde este lado del cristal, el poder dejaba de transpirar orden... Este se deshacía en los recuerdos, las lágrimas, las manos unidas y la solidaridad de todos los que presenciamos las audiencias, mezclando tiempos, sentimientos, historias y esperanzas.

En un momento, entró un compañero, se sentó delante de mí, y levantó una de las fotos que Alicia pone en los asientos vacíos. Y la imagen de Leonardo, mi marido, reflejada en el vidrio, me inundó el alma de ternura. Me abracé a las pancartas que siempre llevo conmigo al juicio y les dije a mis ausencias queridas, que a pesar de los órdenes del poder, todo valió la pena y que seguimos de pie compareciendo, orgullosos, ante nuestra historia.

María Inés Luchetti

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