CORREO
Qué lo parió
Bienvenido el plumazo que metió a nuestro querido Negro Fontanarrosa en
la nomenclatura oficial. Un homenaje tanto a su descomunal talento como
una reparación al mismo Centro Cultural que apechugó su estigma de
origen casi sostenido en un nombre infame. Se liquidó otra voz de la
dictadura y nuestra esquizofrenia. Un buen exorcismo.
Pero... Qué lástima Catamarancio, se llama ¿no? uno de los
inolvidables cuentos del Negro. ¡Qué lástima Rosario que no jugaste
la pelota de otra manera! Hace unos tres años Felipe Pigna vino y
propuso otro nombre: Rubén Naranjo. Y a muchos nos pareció asombroso
que un porteño de visita nos sintonizara tan finamente; que mencionara
el compromiso con el arte y los derechos humanos de Rubén, y englobara
así al pintor de Tucumán Arde que pronto cambió los pinceles por la
lucha social, al batallador incansable de la vieja Vigil, de su
Editorial Biblioteca y sus ediciones memorables, al compañero de las
Madres y Abuelas de la Plaza 25 de Mayo todos los jueves durante veinte
años, al editor de El Tintero Verde, de la colección de Amsafé y de
Ediciones de Aquí a la Vuelta, al comentarista radial, al profesor
universitario y al autor de fina pluma y de libros necesarios, al
fundador y viga maestra de la Comisión No Gubernamental de los Hechos
del 2001, al presidente de la biblioteca Pocho Lepratti. Y... sigue la
lista pero entre otras cosas, ¿saben qué? Al pintor que volvió a los
pinceles para dar clase de dibujo y pintura a los chicos de la calle y
hacerles exponer sus trabajos. ¿Dónde? ¡La gran puta, en la amplia
escalinata del Centro Cultural a donde se los llevó a todos a exhibir
sus obras convirtiendo a esos escalones en una bulliciosa galería de
arte de la dignidad!
Hablamos de quien quizás fue el mejor de los rosarinos en enlazar la
cultura con el dolor y la esperanza.
La pregunta entonces es inoportuna pero hay que hacerla: por qué corno
al Negro no se lo homenajeó como se merece... en otro lado. Otro que,
si no existía, bien pudo crearse.
Porque el punto es ese: lo hecho, hecho está (algunos debimos haber
piado antes o más fuerte, pero no importa). Lo que motiva estas líneas
es una oportunidad que creo que aun permite el Centro Cultural. El hall,
o sea, su principal galería de arte, y lo que conduce ahí, la otrora
galería callejera, perdón, la escalinata, bien podrían llevar el
nombre de Rubén Naranjo. Bastarían unas baldosas haciendo memoria.
Y sería justicia.
Héctor Cepol
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