SOCIEDAD › EXPERIENCIAS DEL COLECTIVO DE MUJERES URBANISTAS
Estuvo en Rosario Marta Román Rivas, española en lucha contra
la hostilidad de las ciudades hacia la mujer. "Nos asignaron el espacio doméstico, el único donde parece que podemos opinar", lamenta.
› Por Sonia Tessa
La geógrafa española Marta Román Rivas dice que comenzó a pensar al urbanismo desde una perspectiva de género por su experiencia personal de malestar. Cuando su segunda hija era bebé, descubrió que la ciudad estaba llena de obstáculos para las mujeres. No había donde poner los cochecitos, no se los podía tener desplegados en el transporte público, todos los dispositivos estaban organizados para ciudadanos hombres, con sus capacidades motrices intactas. Primero se culpabilizó. Pensó, como le ocurre a millones de mujeres en el mundo, que las dificultades que debía enfrentar a diario se debían a su falta de habilidades. Luego, durante un curso con otras madres, descubrió que el sufrimiento era compartido. Y comenzó a pensar desde otro lugar la planificación de las ciudades. En poco tiempo integró junto a otras profesionales, algunas colegas suyas, otras sociólogas, el Colectivo de Mujeres Urbanistas. El impacto fue inmediato: al año estaba invitada a un panel junto a Jordi Borja, el reconocido urbanista catalán. "Sólo sabíamos nuestro malestar, que esta ciudad no nos incluye. En cambio, los hombres no sienten que la ciudad sea tan compleja", relató Román Rivas, que la semana pasada estuvo en Rosario en el marco del programa "Ciudades seguras: violencia contra las mujeres y políticas públicas".
La profesional, que reside en Madrid, participó de charlas con mujeres del distrito oeste, que llevan adelante el programa ejecutado por la agencia de Naciones Unidas para la Mujer (UNIFEM) en Rosario, Santiago de Chile y Bogotá. Y coordinado en la Argentina por CISCSA, y el área de la Mujer de la Municipalidad. "Es una maravilla escucharlas. Ellas sí que están tejiendo barrio, hacen una labor sobre un espacio con características de violencia social, no sólo en la calle sino dentro, que sobrepasa los límites del urbanismo. Están uniendo lo que ahora mismo está roto", consideró la investigadora.
Porque la ciudad es más hostil para las mujeres, Román Rivas, que siguió investigando la problemática, considera que lo primero es cambiar la mirada para planificar la ciudad. "Esa otra mirada conlleva otras prioridades, incorpora nuevos sujetos que hasta ahora han estado ausentes", apuntó. En el caso de las mujeres, esa incorporación como sujetos de derecho al espacio urbano es por su propia intervención. "Siempre hemos estado en la ciudad, en la calle, pero nos asignaron el espacio doméstico, el único donde parece que podemos opinar. Lo público nos ha quedado afuera, por eso las decisiones sobre la ciudad nos han sido ajenas", consideró. Y en esa línea, la mirada sobre las necesidades de género fue devaluada.
El trabajo del colectivo de Mujeres Urbanistas en España, que luego de diez años se encuentra en una etapa de "hibernación", comenzó a pensar la ciudad de otra manera. "Se trata de incorporar nuevos sujetos y replantearnos de arriba abajo todos los conceptos que rigen la ciudad. En las prioridades tradicionales, lo central es producir, la velocidad, llegar. Pero también hay que preguntarse quién llega. La movilidad es muy importante, y está matando las ciudades", indicó, pero alertó que "Para que uno se mueva muy rápido, mucha gente ha tenido que dejar de moverse". El ejemplo es lapidario. "Que un automóvil se mueva a 60 kilómetros por hora fue a costa de tener a los niños dentro de casa, de convertir a la calle en un peligro para los ancianos. Los coches ocupan mucho espacio, las calles funcionan como auténticas barreras más que como nexos, y entonces se ha estado rompiendo toda una vida vecinal", indicó.
Y en esa línea, las diferencias comienzan desde la niñez. "A las niñas más pequeñas se tiende a recluirlas más, se les mete miedo. Y llegan al espacio público pensando que algo malo les puede pasar. Ya les estamos inyectando ese miedo desde pequeñas", analizó Durán Rivas. Según los estudios realizados sobre el tema, "a los niños se les deja ir más lejos, salir antes, utilizar la bicicleta antes, se les permite un radio más amplio de acción, y a las niñas siempre estos derechos les llegan con un retraso de al menos dos años". Esta diferencia supone un acceso diferencial a las capacidades espaciales. Cuando una mujer se siente mal, dice sentirse perdida, o desorientada. "Con la cautividad reforzamos la desorientación, porque para dominar el espacio lo tienes que reconocer, ocupar. Esa capacidad que es tan básica en las primeras etapas de la vida está limitada para las niñas", puntualizó la investigadora.
Y cuando en la relación de las niñas con el espacio prima el miedo, Durán Rivas observó que socialmente se asumen otros peligros. "El riesgo del tránsito lo asumimos casi sin decir ni mu. Si queremos ciudades seguras, tendríamos que limitar muchísimo el número de vehículos y la velocidad, por ejemplo", indicó.
Es por eso que se definió como "muy cauta" al instalar en esta perspectiva el tema de la seguridad. "El miedo es una forma de control que se ha usado tradicionalmente. Es muy sublime, porque no tienen que ponerte una cadena, cerrar una puerta, o prohibirte. Te meten miedo y tú te autoprivas de eso", opinó. Y analizó también: "A las mujeres nos han enseñado a tener miedo en el ámbito público, pero los índices de violencia se dan sobre todo en el privado".
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