Lun 31.12.2007
rosario

SOCIEDAD › LA CONMOVEDORA HISTORIA DE VICTIMA DE LA VIOLENCIA FAMILIAR

La mujer que un día dijo basta

Después de pedir, en vano, ayuda a la policía, en noviembre se encadenó a una puerta de Tribunales para denunciar a su ex esposo.

› Por Sonia Tessa

Vilma Cala supo que no daba más en la puerta de los Tribunales. Había concurrido a hacer una nueva denuncia por violencia familiar contra su ex esposo, Edgardo, pero no obtuvo respuestas. Desde hace años, la Justicia dictó una exclusión de hogar para el agresor, pero nunca se hizo efectiva, y él volvió una y otra vez, cada vez más violento. Vilma hizo más de 30 denuncias en la policía, ante el fiscal, en los juzgados de familia, pero nunca logró protección. Esa mañana, el 12 de noviembre, salió del Juzgado con una mezcla explosiva: miedo, impotencia, bronca, tristeza. Se sentó en la puerta del edificio de Moreno y Pellegrini, y vio pasar a una periodista. Le dijo que tenía miedo por su vida y la de sus cuatro hijos. Es que su ex marido había entrado a la casa que compartieron durante 20 años, y le había pegado a su hija mayor, además de romper varios electrodomésticos. No podía seguir esperando. El había amenazado con matar a sus hijos, para hacerla sufrir. Y los chicos tampoco podían confiar en el Estado. "No hagas más las denuncias, después es peor. No pasa nada, y él vuelve más violento", le decían. Sin dudarlo, esta mujer de 38 años se encadenó en los Tribunales y convocó a los medios. Desde ese día, el hombre no volvió a molestarla.

Vilma trabaja todo el día, siempre mantuvo a sus cuatro hijos. Aylen tiene 18 años; Darío, 17; Evelyn cumplió 14 y la más pequeña es Keyla, de 7 años. La vida no fue nunca fácil para ella. Es empleada doméstica desde los 14 años, y además, forma parte de un emprendimiento productivo del área de Agricultura Urbana de la Municipalidad, así que pasa la tarde fabricando productos cosméticos de la marca Rosario Natural. Durante años trabajó de 8 a 20, en casas de familia y conserva sus patrones: con los actuales lleva una década.

Los problemas de su pareja comenzaron temprano. Mientras eran novios, o cuando apenas había nacido la más grande; Edgardo la celaba, a veces era agresivo. "Hay muchas cosas que dejás pasar, pero después me empezó a golpear. Y yo me quedé porque pensaba en mis hijos", relató. Aunque cada historia es singular, algunas situaciones son calcadas. "Te da vergüenza que te peguen, y vivís escondida", contó Vilma. Después de la violencia, su ex esposo se arrepentía, lloraba y prometía que nunca más. "El tomaba, y después de pegarme me pedía disculpas. Yo lo perdonaba, porque pensaba que iba a cambiar", rememoró.

Cuando comenzó a golpear a sus hijos, en especial al varón, ella fue sumando desesperación. "Le pegaba a él porque era el que me defendía", recordó Vilma. Llevaba años de denuncias policiales, pero nunca obtuvo una respuesta. "Los policías son machistas, siempre piensan que vos sos infiel, o te ignoran", contó.

La exclusión de hogar llegó después de un episodio extremo. "Cuando el nene estaba en séptimo grado, un día tuvieron que internarlo en el hospital Vilela por un fuerte golpe en la cabeza. Primero, él dijo en la escuela que lo había chocado un auto, pero después reconoció que su padre le había pegado, cuando estaba borracho", expresó esta mujer. Pero la orden de Tribunales, que impedía al hombre acercarse a la casa de su familia, jamás se hizo efectiva. "Yo iba a hacer la denuncia y lo echaba, pero la policía no actuaba, así que él volvía como si no pasara nada, pero más violento", recordó Vilma. Recurría a la comisaría 17, pero le decían que no tenían móviles. En el Comando Radioeléctrico le aseguraban que irían a la brevedad, pero los efectivos no llegaban nunca. "En Tribunales recorrí todas las fiscalías y juzgados de turno, pero me decían que no podían hacer nada. Yo no sabía qué hacer", afirmó sobre el padecimiento de años.

Lo peor fue que sus hijos también comenzaron a descreer de la Justicia, y ella sintió que le faltaba el único apoyo que le importaba. "Me decían que no vaya a la justicia porque era peor, nadie hacía nada. Es una impotencia muy grande. Yo no sólo recurrí a la policía, sino también a la Municipalidad, al área de la Mujer, pero tampoco ahí hicieron nada. Me decían que cerrara mi casa con candado, pero yo no tengo por qué estar encerrada", indicó.

Vilma sabe muy bien lo que es vivir escondida. "Cuando tenía que salir toda lastimada me moría de vergüenza. Y también me hacía sufrir que los vecinos escucharan todo, porque sólo nos separaba una pared", recordó. Sus compañeros de Agricultura Urbana, y también sus patrones, la apoyaron para hacer la denuncia antes de que fuera tarde. El día que decidió encadenarse en Tribunales, ni siquiera tuvo miedo de lo que dijeran los demás. Fue un pedido de ayuda desesperado. Enseguida recibió muestras de adhesión y solidaridad. Su hija adolescente, de 14 años, la llamó para reprocharle su actitud. Pero después entendió que se trataba de una salida de emergencia. "La gente me abrazaba, me decía que hice bien, me ofrecían ayuda. Yo lo hice porque no daba más", concluye ahora. En su lugar de trabajo, en el predio del área de Agricultura Urbana ubicado en un galpón sobre el río Paraná, detrás de la isla de los Inventos, Vilma pasa la tarde fabricando jabones. Lleva una cofia blanca que cubre sus cabellos largos, con reflejos rojizos, y estruja en sus manos los guantes de látex que utiliza para trabajar. El gesto se repite durante toda la entrevista. Y sólo por momentos, con la vista clavada en el horizonte, se le llenan los ojos de lágrimas. Pero advierte: "Con todo lo que pasó estoy más segura y más dura. Antes me callaba, no decía nada, pero ahora hablo, aunque después me arrepienta".

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