SOCIEDAD › PARA REPASAR LA HISTORIA ECONóMICA ARGENTINA CON EL LIBRO DE RUBINZAL.
Ya desde el prólogo, Alfredo Zaiat invita a conocer esta obra, que "retrata la evolución de la economía argentina hasta la actualidad" y que "procura que cada uno de nosotros pueda convalidar, cambiar o matizar sus opiniones sobre el devenir económico local". Pero, advierte, "ahora sin la excusa de no conocer bien lo que realmente sucedió".
› Por Sonia Tessa
Diego Rubinzal es conocido por los lectores de Página/12 por sus periódicas colaboraciones en el suplemento Cash, desde abril de 2006. Este contador público y periodista económico, profesor e investigador de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad Nacional del Litoral vive en la ciudad de Santa Fe, donde también ilumina los temas más complejos con sus columnas en Radio Nacional. Su primer libro, Historia económica Argentina, 1880-2009 se presentó en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires y tuvo también presentaciones en todo el país. "Esta obra, que retrata la evolución de la economía argentina hasta la actualidad procura que cada uno de nosotros pueda convalidar, cambiar o matizar sus opiniones sobre el devenir económico local, pero ahora sin la excusa de no conocer bien lo que realmente sucedió", dice Alfredo Zaiat en el prólogo. "Su lectura será imprescindible para saber lo que pasó, pero, más relevante, para estar atento sobre lo que está pasando y, aun más importante, para construir un futuro mejor, sin engaños y donde el territorio que se conoce como Argentina sea uno para todos y no para una minoría", afirma en otro párrafo. El libro ya fue presentado en Rosario.
-¿A que público va dirigido el libro?
-Cuando lo escribí apunte a dos públicos diferentes, pero complementarios. Es obvio que el texto les puede interesar a los estudiantes (o apasionados) de la economía, la política y la historia. Pero también lo escribí pensando en aquellos que jamás leyeron nada de economía. Por eso es un texto despojado de tecnicismos innecesarios. Podemos decir que está escrito como una suerte de relato periodístico sin perder rigurosidad académica. En ese sentido, estoy muy contento porque el libro tuvo repercusiones muy favorables de los dos públicos.
-El libro recorre los últimos 130 años de historia argentina ¿Es posible realizar algún paralelismo entre los desafíos pasados y presentes en materia económica?
-Más allá de las especificidades que tiene cada etapa histórica, hay un dilema que se mantiene a lo largo de esos 130 años: definir como se integra Argentina al mercado mundial. A trazos gruesos podemos identificar dos alternativas polares. Una es constituirnos como una economía de base agraria asentada en nuestra generosa dotación de recursos naturales (aquello que los economistas denominan las ventajas comparativas estáticas) y la otra avanzar en la conformación de una estructura productiva más integrada y diversificada, en donde la industria, la tecnología y el conocimiento ocupen un rol relevante como eje ordenador de la economía argentina. Ese dilema estuvo presente en 1880 y también en la actualidad, tal como lo demostrara la disputa desatada alrededor de la Resolución 125. Tal vez los que mejor captaron el eje de esa disputa fueron los de la revista Barcelona. Por aquellos días, y en clave humorística, esa revista tituló que las entidades rurales no querían retrotraer el conflicto hasta el momento anterior al dictado de la Resolución 125, sino a 1880. El desarrollo agropecuario es necesario e imprescindible, pero siempre enmarcado en una estrategia de desarrollo nacional. Por el contrario, el discurso de la mayoría de los dirigentes rurales remitían a la revalorización de un mítico pasado exitoso simbolizado en el modelo agroexportador.
-¿Qué deficiencias presentaba ese modelo agroexportador?
-El modelo agroexportador era profundamente vulnerable a los vaivenes del contexto internacional. Las diversas crisis que sufrió durante su vigencia lo demuestran. Más allá de eso, era un modelo de desarrollo profundamente desigual. Una rápida revisión de la prensa sindical de esa época permite observar como se denunciaba profusamente las injusticias sociales. Pero ni siquiera es necesario recurrir a esas fuentes, el célebre Informe Bialet Massé (surgido de las mismas entrañas del régimen conservador) documentó minuciosamente las pésimas condiciones laborales de la clase trabajadora argentina. Las asimetrías sociales incluso eran intensas entre los actores económicos del núcleo dinámico de la economía argentina. Las disputas por el reparto de la renta agraria (arrendatarios versus propietarios de tierras) y ganadera (invernadoresfrigoríficos versus Criadores), dan cuenta de ello.
-La crisis del treinta provoca la caída de ese modelo. ¿A partir de entonces como se recompone la economía argentina?
-La crisis del treinta modificó la estructura económica argentina. La drástica reducción del flujo comercial internacional incentivó el surgimiento de cientos de industrias livianas con ocupación de mano de obra intensiva (textil, alimenticia, calzado). Eso dio lugar a la instalación de núcleos fabriles alrededor de los principales centros urbanos argentinos (Buenos Aires, Córdoba, Rosario) y, por consiguiente, a una intensa corriente migratoria desde las zonas rurales a las urbanas. Con la irrupción del peronismo, ese incipiente proceso de industrialización convirtió en el eje del desarrollo económico argentino. A partir de ese momento, la industria relegó a la actividad agropecuaria a un segundo lugar en términos de contribución al PIB. Con el peronismo comenzó un modelo de Industrialización por Sustitución de Importaciones (ISI) que, con variantes, se extendió en nuestro país hasta el año 1976. Ese modelo estaba basado, entre otras cosas, en una importante participación en la distribución del ingreso de la clase trabajadora.
-¿La dictadura militar marca un quiebre económico-político-social?
-Por supuesto. Además de la tragedia en términos humanos (muertos, desaparecidos), la represión viabilizó un nuevo patrón de acumulación del capital que terminaría sepultando al modelo ISI. De acuerdo a la nueva visión económica, el salario era un costo que debía reducirse para mejorar la competitividad internacional. Así, el retroceso de la participación asalariada en el ingreso nacional revistió proporciones catastróficas. El modelo de valorización financiera impuesto por la dictadura generó una regresiva e intensa modificación de la estructura económica. La actividad industrial retrocedió en términos de su contribución al PIB, como en complejidad tecnológica. Por su parte, el Estado se constituyó en un proveedor de divisas a los grupos económicos concentrados viabilizando de esa manera el mecanismo de la bicicleta financiera. Así, la deuda externa se convirtió en una pesada herencia para la democracia. Con diversos matices, ese modelo continuó vigente, tal vez con la única excepción del primer año del gobierno de Alfonsín, hasta el estallido del 2001.
-¿El menemismo reforzó ese modelo?
-Sí. En la década del noventa se implementó una estrategia de apertura incondicional, desregulación financiera y privatización indiscriminada. Esa política, sumada al mantenimiento de una fuerte apreciación de la moneda doméstica, culminó en un desastre productivo. La extranjerización de la propiedad de sectores fundamentales de la infraestructura y de las mayores empresas del país, un endeudamiento externo insostenible, altos porcentajes de desempleo y pobreza, una inédita fractura del mercado laboral, fueron algunos de los resultados de la aplicación de esa receta neoliberal.
-¿Cuáles son las características del ciclo económico iniciado en el 2003?
-Desde la asunción de Néstor Kirchner hasta la fecha, la economía argentina registra inéditos niveles de crecimiento económico acompañados de altas tasas de ahorro interno, acumulación de reservas internacionales y superávits gemelos. Todo eso fue acompañado con una intensa generación de empleo y una recuperación de los salarios reales. Esa nueva etapa seguramente tendrá nuevos desafíos, pero más allá de eso, hasta el momento se reveló exitosa. Hay que señalar que el camino emprendido a partir del 2003 era el rumbo señalado por economistas de distintos partidos políticos e independientes nucleados a finales del 2001 en el Plan Fénix. Eso explica el ferviente apoyo de renombrados economistas al gobierno nacional, aún cuando no puedan ser catalogados como peronistas. El ejemplo de Aldo Ferrer tal vez sea uno de los más renombrados.
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