Dom 16.07.2006
rosario

SOCIEDAD

Un recuerdo notable para esta ciudad y su puerto

Por unos días de 1910 el famoso político y escritor francés
Georges Clemenceau estuvo en Rosario y dejó su testimonino
sobre la urbe que comenzaba a "explotar" con 200 mil habitantes.

› Por Leo Ricciardino

De sobra conocida es la visita que en el año del Centenario de la Nación, hace Georges Clemenceau a la Argentina. Pero, un poco menos, son los detalles de su breve pero significativa recorrida por la ciudad de Rosario. Cuando llegó aquí, Clemenceau, ya era un famosísimo escritor y político francés que, en sus testimonios de viajero, saca a relucir su viejo oficio de periodista. El mismo que tuvo junto a su amigo y socio en el periódico L`Aurore Emile Zola, para publicar aquella primera plana fundacional bajo el título de "Yo acuso"; una carta abierta al presidente de Francia denunciando el escadaloso caso Dreyfus que 1894 conmovió a la esa Nación y cambió para siempre la relación de la prensa con el poder. En unas pocas horas de estadía en Rosario, el experientado ojo de Clemenceau nota dos cosas trascendentes: Que estando en esta ciudad "no estamos todavía separados de la vida de Buenos Aires". Y también "la rivalidad que pone frente a frente a la segunda capital de la República con Santa Fe, la capital histórica de la provincia". Dice Clemenceau: "Rosario se queja, con alguna apariencia de razón de que la enorme cantidad de impuestos que paga a la cajas públicas no le aprovecha en la proporción a la que su cifra de población le da derecho".

A pocos años del Bicentenario de la Nación Argentina y a casi 80 de la muerte de Clemenceau, muchas son las cosas que éste escribió en sus crónicas de 1911 en L'Illustration de París, que aún guardan alguna similitud con el presente, como por ejemplo, las dos cosas que el francés nota inmediatamente en su llegada a Rosario. ¿O, acaso, esta ciudad ha dejado de quejarse de la cantidad que tributa al gobierno provincial y cómo esos impuestos vuelven en servicios y asistencia?.

Clemenceau se mantiene vivaz e interesado aún a sus 70 años. Recibe todo tipo de honores en la ciudad, los agradece, pero le llama más la atención observar y charlar con la gente del lugar.

Anota rápido en su libreta. "Por su aspecto exterior, Rosario de Santa Fe no se diferencia sensiblemente de Buenos Aires. La misma arquitectura florida, el mismo cuidado por aparecer grande y la misma actividad laboral, aunque en proporciones menores naturalmente". Y también que "la razón de ser de Rosario es su puerto, que domina el Paraná...Podría escribir un volumen sobre los trabajos del puerto ejecutados por una compañía francesa bajo la dirección de M. Flandrois, uno de nuestros excelentes compatriotas, originario de mi mismo pueblo vendeano...".

Clemenceau llega a este puerto en plena tarea de expansión para 1910. Cuando -como él lo dice- una empresa francesa es la que está colocando los nuevos pilotes de quebracho para ensanchar las explanadas. Son esos mismos pilotes que 95 años después, en marzo de 2005, cederían provocando el derrumbre varios metros del actual Parque de España.

El ilustre visitante señala que "el puerto fue visitado en todos sus detalles con el complemento obligatorio del paseo en barco. Todo lo que puedo decir en notas que, como éstas, han sido tomadas a la ligera, es que si los trabajos (...) han tropezado con grandes dificultades no por eso han sido menos llevadas a buen fin, con una obstinación de energía y seguridad de método admirables".

Clemenceau da cuenta también de que "por todas partes, atracados a los muelles, los grandes cargoboats ingleses y alemanes (entre los cuales no he contado, desgraciadamente, más que uno solo francés) cargan a razón de 600 toneladas de cereales por hora". Y detalla que "el concurso para la construcción del puerto es de 1902. Fue previsto para un movimiento de 2,5 millones de toneladas y se creía entonces que esa cifra no sería alcanzada antes de unos treinta años. Desde 1909 fue sobrepasada e inmediatamente fueron concedidos a la empresa francesa los trabajos de ampliación. Fácilmente se explica que, en estas condiciones, una ciudad con 23.000 habitantes en 1869, cuente en 1910 casi con 200.000".

El notable político francés destaca más adelante que "también se comprende la rivalidad que pone frente a frente a la segunda capital de la República con Santa Fe, la capital histórica de la provincia. Rosario se queja, con alguna apariencia de razón de que la enorme cantidad de impuestos que paga a la cajas públicas no le aprovecha en la proporción a la que su cifra de población le da derecho. La deplorable insuficiencia de los establecimientos escolares de Rosario es sobre todo un punto de vivas recriminaciones. No puedo creer que estas justas reclamaciones no sean atendidas dentro de poco tiempo".

Pasa luego a describir que "aunque quisiera no podría decir nada de la belleza eventual de la ciudad. Cuando la vi estaba completamente trastornada por trabajos de nivelación de terreno, gracias a los cuales ser verá bien pronto dotada, según creo, de parques que harán la admiración de los visitantes. Un excelente hotel, muy moderno, me ha parecido de buen augurio. La acogida ha excedido, como siempre, a lo que yo podía desear. En razón misma de los trabajos del municipio encontré a la ciudad en lo más fuerte de una crisis de especulación con las tierras. No oía hablar más que de historias fabulosas, al punto de verme casi tentado a comprar por cuatro monedas algunos puñados de tierra que, sin duda, valdrían hoy, o un poco más tarde, cien o doscientos millones".

Encuentro con De la Torre

"Una feliz casualidad quiso que mi llegada coincidiese con la apertura de un gran concurso anual de ganados. Gracias a la benevolencia del presidente de la Sociedad Agrícola, que es uno de los hombres políticos más distinguidos, no solamente de la provincia, sino de la misma República, he podido, al mismo tiempo que me ilustraba sobre muchas cuestiones de orden general, admirar productos que no hubieran presentado las más bellas de nuestras exposiciones europeas", apunta Clemenceau para luego destaca que "bien pronto" descubrió que su interlocutor de aquel día, Lisandro De la Torre, "era el jefe de un partido vigorosamente lanzado al asalto de la mayoría presente cuyo poder se funda, según me afirmó, en las malas costumbres administrativas, como por ejemplo la tendencia a usar y a abusar de la autoridad para "hacer marchar" a la masa electoral inhábil a fin de organizar la defensa del interés general contra las coaliciones de intereses particulares. "Mal que difunde el terror", es el caso de decir, pero Rosario no tiene quizás la especialidad. Sobre este tema, el hombre político, de claro talento, de palabra concisa y de acento enérgico, procuró destapar la herida ante mis ojos, con algunas incursiones rápidas en terreno enemigo...".

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