SOCIEDAD › EL DíA QUE LA ORQUESTA TABLADA TOCó CON LA DE LA ARMADA, ANTE LA PRESIDENTA.
Los chicos de la orquesta barrial rosarina estaban emocionados de antemano pensando en una foto con la presidenta de la Nación, en la gala de camaradería con las Fuerzas Armadas. Esa noche pudieron concretarlo, pero más allá de eso, son la demostración de un trabajo integral de integración social, orgullo para esta ciudad.
› Por Julia Comba
Hay algo que todos los niños y adultos de la Orquesta Tablada conocen por experiencia: En la esquina de Alem y Gaboto, donde se reúnen cada sábado para ensayar, el viento sopla más fuerte que en cualquier otro sitio del barrio. Algunos dan explicaciones urbanísticas relacionadas al monumental edificio de la Biblioteca Vigil ubicado en esa esquina, otros prefieren los argumentos esotéricos vinculados a la historia de lo que en ese edificio ocurrió. Lo cierto es que el domingo pasado, cuando la ciudad volvía a recibir al invierno y el termómetro marcaba siete grados, el viento se hizo sentir más que nunca en los rostros recién amanecidos de los que llegaban cargando sus bolsos e instrumentos para partir a Buenos Aires.
La Orquesta Tablada que dirige Carlos Goldfeld había sido invitada a tocar junto a la Orquesta de la Armada Argentina, dirigida por Marcelo Angel Zurlo, en la Cena de Camaradería que las Fuerzas Armadas organizan cada año. Este cruce musical estaba destinado a producir una imagen representativa del objetivo que persigue la actual gestión: "Terminar con la división entre militares y civiles", según lo expresaría la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner en su discurso frente a miembros de las tres fuerzas.
La escena era propia del folclore de un viaje "de estudios". Madres que repartían abrigos, advertencias y gotas para no marearse, padres que sacaban fotos a sus hijos junto a sus compañeros, chicos que se agolpaban en la puerta del colectivo para ser los primeros en subir. Fue en medio de ese ordenado caos que Juan se acercó "tímido" a preguntar lo que muchos no se animaban: "¿Podrá mi hija sacarse una foto con Cristina?".
Los profesores de Tablada ya lo habían anticipado en la reunión de padres previa al viaje: "Vemos que los chicos tienen la expectativa de sacarse una selfie con la presidenta y no queremos que se desilusionen. Tratemos de explicarles que, con suerte, la van a ver de lejos".
Pero Juan no había podido asistir a la reunión. Y el profesor, para no enterrar del todo sus esperanzas, le respondió: "Ojalá, pero va a ser difícil". En el fondo, estaba convencido de que sería imposible.
La Orquesta Tablada se creó en 2009 y, desde entonces, funciona en el marco del programa nacional Coros y Orquestas para el Bicentenario que implementa el Ministerio de Educación de la Nación en conjunto con los ministerios educativos de cada provincia. Durante estos seis años, la Orquesta ha crecido y se ha expandido en el barrio alcanzando hoy a más de 150 niños y jóvenes provenientes de diferentes escuelas de Tablada y zonas cercanas.
Cada semana, los chicos toman sus clases de instrumento y de lenguaje musical, además del ensayo que realizan los sábados, en las dos escuelassedes donde se concentran las actividades: la primaria Isabel La Católica n° 6430 y la secundaria Constancio C. Vigil n° 338.
La experiencia se repite, con sus matices propios, en otras orquestas con sedes en diferentes barrios de Rosario: El Triángulo, Unión y Esperanza, Ludueña, Empalme Graneros y en la localidad de Baigorria. Más allá de las diferentes formas de gestión y financiamiento, se trata en todos los casos de proyectos que utilizan la música como herramienta para la inclusión social, brindando a niños y jóvenes una educación musicalorquestal de calidad de forma totalmente gratuita.
Fue el domingo pasado que 48 de estos chicos se subieron al transporte rumbo a la Capital sin saber que a los dos días sus rostros estarían circulando por los portales de noticias. De la misma manera que cada sábado ingresan al ensayo, fueron entrando al colectivo los hijos de los vecinos de Tablada, los del lado de acá de la calle Necochea y los del lado de allá, los que tienen 8 años y los que pasan los 20, los que llegan calentitos en auto y los que vienen caminando solos, los que tienen como único oficio el ser niños y los que deben transformarse en vendedores de curitas, pañuelos o golosinas cada fin de semana en los restaurantes de la calle .
Viajaron, llegaron, pasearon por la Casa Rosada, entraron al Museo del Bicentenario y ensayaron en el Ministerio de Defensa junto a los músicos de la Orquesta de la Armada. A la noche, se alojaron en un hotel con varias estrellas, servicio de desayuno continental y habitaciones con alfombras, y compartieron el comedor con huéspedes de diferentes partes del mundo. Ellos, los adolescentes a los que la Gendarmería los tiene acostumbrados a portar el documento y mostrar las pertenencias; ellos, los niños que sólo salieron de Rosario el día que viajaron por primera vez con la Orquesta y ellos, los hijos de las familias de clase media para quienes las diferencias sociales no significan una barrera porque, claro está, "esas son cosas de grandes". Son ellos los que estuvieron ahí.
Apenas habían tenido un mes para estudiar una obra difícil como el Himno Nacional. A pesar de los ensayos previos, cuando llegó la noche del concierto, hubo nervios e inseguridad. Llovía en Buenos Aires, hacía frío dentro del edificio Libertador y el clima de tensión que se vivía en la cena de gala abrumaba a chicos y grandes haciendo del tiempo una masa viscosa que no transcurría. Finalmente, con cierta demora, la Presidenta entró y la Orquesta la recibió interpretando "Ojos de Cielo". Se acercó, los aplaudió e ingresó a la cena. Después vino el Himno Nacional y a la hora del postre, otras dos obras. Fue hacia el final de la noche, antes de retirarse, que Cristina Fernández se acercó a felicitarlos. Ellos esperaban una foto, pero ninguno se atrevió a moverse de su asiento. Terminó el saludo, se encaminó a la puerta, los chicos la veían irse cuando alguno de ellos empezó a gritar: "¡Foto, foto!" y en un segundo todos se sumaron al unísono.
Volvió, se sentó en el piano y les dijo que se acercaran. Fue un sólo estruendo de instrumentos, atriles y sillas que descomprimió totalmente la tensión de segundos atrás. Todos querían la foto que habían pedido a los gritos y la consiguieron. Por esas cuestiones del destino o de quién sabe qué, la imagen que seleccionó la prensa y que recorrió los portales tiene en el centro a una nena que sonríe. Ella es la hija de Juan.
Tal vez Juan guarde esa foto como un tesoro, tal vez la deseche a los pocos días. Eso no es lo que importa, porque hay experiencias que quedarán más allá de una selfie y porque la oportunidad sirve para hacer visible un trabajo que se viene desarrollando en diferentes barrios desde hace años, con constancia y muchas veces en silencio.
En la Orquesta Tablada piensan que la inclusión social es democratizar el acceso a los bienes culturales, pero también brindarle a un niño la oportunidad de, alguna vez, poder ingresar a un restaurante para otra cosa que no sea vender estampitas. Prefieren creer que educar es incluir, porque el verbo educar debe implicar la posibilidad de cuestionar la noción de destino y para eso trabajan, aunque sea en exceso difícil y muchas veces frustrante. Y aunque muchos chicos quizás no vuelvan a dormir en un hotel de esas características ahora saben, no porque lo digan unos objetivos abstractos de un proyecto escrito, sino porque su propia experiencia les ha demostrado que ni ellos, ni nadie, tienen la entrada prohibida.
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