PSICOLOGíA › LA REBELDíA ADOLESCENTE SE CENTRA ACTUALMENTE EN LOS EXCESOS
La violencia contra los adultos, cada vez de mayor magnitud, se apoya en aditivos como las drogas. Los chicos adquieren así valor para actuar y, potenciados por sus pares, fantasean con un liderazgo. Pero están solos para recibir las sanciones.
› Por Susana Sala*
La rebeldía que se observa en los adolescentes, para diferenciarse de los adultos, gira hoy alrededor de los excesos, bien lo pueden relatar los docentes de escuelas primarias y medias, públicas o privadas: el maltrato hacia el adulto, descalificaciones humillantes, salivazos, empujones, hurtos de efectos personales e insultos, entre otras actitudes. Esto es violencia, ataca la autoestima, y quien no está bien parado y no sabe cuál es su rol, al ocasionar temor al semejante adulto o a sus pares y a sus padres, termina dejando la docencia o negándose la humillación como la sufrida por la profesora que vimos en los medios semanas atrás (a la que le quemaron el cabello). La conducta de algunos adolescentes con estas características casi siempre están acompañadas de un aditivo que los apoya, como yerba, químicos o alcohol, que les da valor para actuar, fantaseando con un "liderazgo poderoso", para la destrucción y la autodestrucción.
Parece ser que esta conducta agresiva les da puntaje en su grupo de pares, pero a la hora de los límites del adulto -sanciones o expulsiones-, el adolescente que se arriesgó y quedó expuesto sufre solo las consecuencias, nadie se juega por él, quedando excluido de sus lazos de pares, a pesar de haber sido alentado, incentivado y aplaudido. Carga solo con la culpa.
En el siglo anterior, en los años 60 o 70, las pandillas o barras denominadas así porque pertenecían a un barrio determinado, Saladillo, Echesortu, los del centro, tenían también una identidad, la provocación para pelear entre las barras, delimitaban territorios, probaban fuerzas y los encuentros eran a golpes de puños, pero con códigos y normas. En cambio, en este milenio, los encuentros son a matar, eso hace la diferencia, entre marcar territorio y eliminar al otro, "verlo muerto", es decir que esa fantasía que a veces nos genera la agresión, frente a una ofensa o a un sentimiento de indignación, y pensamos: "yo a éste lo mataría". Algunos adolescentes lo concretan.
En la historia de la humanidad, los grupos humanos lucharon contra aquellos que consideraban sus dos mortales enemigos: 1) La amenaza de las fuerzas de la naturaleza: a las que hoy se le puede dar una significación científica, pero es inevitable porque nos impone su fuerza destructiva; 2) Los fuera de la tribu o aún dentro de ella, "los diferentes", "los otros". En la relación con los otros parece que no ha habido progresos, parece que durante el último siglo, "los fuera de la tribu", "los otros", han sido tomados por ciertos grupos humanos, a tal punto que debieron no sólo someterlos, sino eliminarlos, asesinarlos.
J. B. Say, en el siglo XVIII, se anticipó a las observaciones de Sigmund Freud sobre nuestras terribles tendencias repetitivas y afirmó: "Los hombres de todos los tiempos se asemejan unos a otros. La historia es útil no tanto por lo que en ella leemos sobre el pasado, sino por lo que en ella leemos sobre el porvenir".
A comienzos del nuevo milenio, las situaciones de violencia social, no sólo tienden a repetirse, sino que se complejizan adaptando formas variadas desde las más primitivas y concretas hasta las más sutiles y sofisticadas, nunca exentas de su dañina intención. La pertenencia a una tribu no garantiza hallarse a salvo de la violencia que cotidianamente ejercen entre sí los semejantes. En los pueblos primitivos, el sacrificio humano tuvo la función de apaciguar las violencias intestinas e impedir que estallen los conflictos internos, la "víctima", protegía a las sociedades antiguas de la violencia, convirtiéndose el sacrificio como una violencia sin riesgo de venganza.
Freud nos enseñó que el ideal del yo, heredero del complejo de Edipo, recibe aportes del narcisismo primario infantil y de los ideales del yo parentales. En la adolescencia, el ideal del yo necesita de un nuevo aporte para terminar de constituirse psíquicamente: es necesario el sostén de lo social, modelos identificatorios válidos que le den seguridad, confianza y admiración y es con este aporte comunitario que el adolescente podría realizar un lazo entre el ideal del yo infantil y los requerimientos sociales.
*Psicóloga. Integrante del Instituto de Adolescencia en el Colegio de Psicólogos.
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