PSICOLOGíA › SOBRE LA DIFERENCIA ENTRE ACUMULACIóN DE DATOS EN LA MEMORIA Y SABIDURíA
Si las personas pudieran saberlo todo, seguramente que no sólo estarían desbordadas por la información, sino también bloqueadas por tal exceso. Una paradoja: el que más sabe es el que mejor destreza tiene para vérselas con lo que desconoce.
› Por Jorge Ballario*
La gente, en general, cree saber mucho o poco, como resultado de comparaciones intuitivas que efectúa entre sí, o al contrastar sus respectivas sapiencias con los temas que circulan redundantemente en sus determinados contextos culturales, especialmente a través de los medios masivos de comunicación.
-Se imaginan si supiéramos todas las cuestiones, significativas y no significativas, conscientes e inconscientes, de cada uno de los habitantes del globo? Y si incluyésemos en la lista de ese cuantioso saber la totalidad de las situaciones históricas y presentes, la diversidad de las especies de animales y vegetales, como así también la variada gama de accidentes geográficos correspondientes a los distintos países y territorios que componen nuestro planeta, tal como lo concebimos, incluyendo asimismo otras posibles percepciones correspondientes a las múltiples culturas y subculturas que lo habitan, con los repertorios y producciones culturales de cada una de ellas, sumadas, lo que daría como resultado, sólo en el rubro literario (por citar alguno): la totalidad de los libros existentes, con la sumatoria de la información de sus páginas e ideas explícitas e implícitas que los componen. Si pudiésemos saber todo eso, seguramente que no sólo estaríamos desbordados por la información, sino también bloqueados por tal exceso.
Uno únicamente puede poseer una pequeña señal de la parte significativa de las personas, situaciones y objetos que conoce. Pero, tal como especulábamos antes, si conociésemos todo sobre todo, tendríamos un saber casi infinito y a la vez inabarcable y utópico. Y eso ni aun así nos garantizaría ser sabios, dado que el saber del sabio es fundamentalmente un saber intuitivo, dinámico y metafórico, capaz de reconstruir y recombinar constantemente su experiencia e información en función del nuevo conocimiento que requiere. Por otro lado, una excelente memoria podría ser paradójicamente producto de una insuficiencia para seleccionar los datos relevantes, debido a que una importante función de la memoria consiste justamente en olvidar: si recordásemos todo, el sistema mnemónico se abarrotaría de datos insignificantes, perturbando la calidad asociativa y el recuerdo.
Paralelamente, la realidad externa es una sola, y atraviesa todos los datos estancos que poseemos. Las diversas categorías, nociones y ordenamientos lógicos con que operamos la cuadriculan para poder organizarla y representarla como realidad interna. Esa cuadratura mental que poseemos es producto a su vez de la disciplina, de la represión, y de nuestra relación con la autoridad y el saber cultural, que vamos asimilando desde que nacemos, y que forzosamente nos conduce a esa cuadriculación racional y subjetiva, y nos aloja en la esfera humana, simbólica por excelencia. En esencia, las únicas opciones (no siempre conscientes) que se les presentan al ser humano, son: continuar así, o romper con el esquema cuadriculado racional con que nos estructuramos, para poder vincular de nuevo todo con todo, regresando a la sabiduría del ser original, o en todo caso a ese estado mental primordial donde supuestamente se la poseía, y que después se perdió, quedando el Sujeto aprisionado en la cuadratura comentada. Entonces, es más bien el retorno metafórico lo que nos permite la sabiduría, dado que no es posible obviar el proceso de socialización, al menos sin pagar un alto precio en salud mental, o en cuanto a la adaptación al medio humano.
Nuestras elucubraciones en este ensayo marchan en el sentido de no creernos tanto las categorías y ordenamientos racionales, que si bien poseen un indiscutible valor didáctico, en realidad representan al mismo tiempo un obstáculo en nuestra determinación de avanzar sobre lo desconocido, de la mano de la intuición, de la creatividad y de las analogías, siempre dispuestas a tendernos un puente hacia esa meta.
Por consiguiente, y tal como estamos viendo, el que más sabe es el que más y mejor se las puede ver con ese saber potencial e infinito, que sólo resta que cobre vida en su pensamiento; el que puede a través de sus vivencias, intuiciones, creatividad, razonamiento y meditaciones de su mundo mental, pensar, reconstruir o crear algo de ese turbio infinito. En consonancia con estas líneas, podríamos entonces formular la siguiente hipótesis: el que mejores destrezas adquiera para vérselas con lo que no sabe es paradójicamente el que más sabe. Ese hecho, más que ningún otro, constituye la verdadera sabiduría, ya que, por poco que haga alguien en ese terreno, tiene una considerable ventaja con respecto a los demás: se imaginan lo que significa rasguñar algo del infinito, por poco que sea lo que se obtiene? Es siempre mucho más prolífica esa acción que poseer algo más de los minúsculos y estancos conocimientos mnemónicos, que, como apreciábamos antes, son ínfimos contrastados con la totalidad del saber existente.
Lo deseable sería un equilibrado juego entre la memoria y la intuición creadora. Pero en la era de la informática, parecería ser que las características de las máquinas, como por ejemplo la capacidad para un extraordinario almacenamiento de datos, y la vinculación exacta y unívoca entre ellos, pasaron a ser particularidades muy apetecibles por los seres humanos, quienes, por no poder apreciar sus ventajas comparativas, se desviven por emular aquellas características artificiales, eclipsándose insignificantemente a la sombra de una expansiva y amenazante ola tecnoinformática idolatrada.
*Psicólogo. www.jorgeballario.com.ar.
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