Jueves, 13 de febrero de 2014 | Hoy
PSICOLOGíA › ONU EMPLAZó A LA IGLESIA
Por Sergio Zabalza*
La Convención por los Derechos del Niño de las Naciones Unidas acaba de emplazar a la Iglesia Católica para que entregue los nombres de los curas pedófilos que durante largo años han cometido abusos sexuales. Se trata de un paso trascendente para reparar, justicia mediante, el daño infligido y, a la vez, prevenir que se perpetúe esta práctica criminal sobre quienes aún no cuentan con recursos para defenderse. Es que cuando de constitución psíquica hablamos, todo adulto --sobre todo si está validado por una institución- encarna una figura de autoridad para el niño. Huelgan los comentarios si los miembros de la institución se hacen llamar Padre y su tarea carga con el mandato de transmitir una ley moral que dictamina lo que está bien y lo que está mal. El cuerpo es la sede de la intimidad más entrañable de una persona, de allí que en el abuso no sólo se trata del dolor físico sino del significado que cobra para un niño la intromisión perpetrada por quien debería ser responsable de velar por su integridad psíquica y espiritual. Se trata del más cruel y flagrante desamparo.
El resultado es la trampa de silencio a la que miles de personas quedan sometidas en virtud de que, según los casos, se sienten culpables, responsables o amenazados por los flagelos padecidos. Encerrona que, por supuesto, el perverso usufructúa hasta sus últimas consecuencias. Explícitos o implícitos, los pactos de silencio se construyen con el cinismo del agresor, pero también con el temor de las víctimas, la pusilanimidad de algunos y la complicidad más o menos vergonzosa de otros. El trauma psíquico consiste en esta herida encriptada y solitaria. Por eso, el acceso a la palabra que supone un proceso terapéutico no es sin la remoción de todo un estado de cosas.
Por ejemplo, meses atrás se publicó El secreto de San Isidro, un libro sobre los abusos sexuales infantiles que cometió un profesor del colegio San Juan el Precursor (provincia de Bs Aires) en los años 70, crímenes que contaron con el encubrimiento del rector del establecimiento y de altos prelados de la Iglesia. El texto se nutre del testimonio de las víctimas y de otros contundentes elementos probatorios. Pero el largo silencio acumulado durante estos años no fue inocuo. En diciembre del año pasado, el obispo de San Isidro tuvo que formular un público pedido de disculpas debido a los abusos cometidos por un cura párroco (Juan Antonio Mercau) que a su vez, fue alumno de aquel profesor impune. En su libro, el autor Nicolás Cassese observa: "Malenchini (el profesor) no era religioso, pero sí lo eran algunos de los encargados de ocultar su accionar".
Nada hay más reparador que la justicia. Bienvenida esta actitud de las Naciones Unidas que apunta contra los pactos de silencio.
*Psicoanalista. Hospital Alvarez. Equipo de Trastornos Graves Infanto Juvenules del Hospital Alvarez.
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