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Jueves, 17 de julio de 2014

PSICOLOGíA › CADA PERSONA TIENE UN íNDICE DE AUTODESTRUCTIBILIDAD DE ACUERDO AL CONTEXTO

Del riesgo y sus condiciones

Una investigación corroboró que al conducir vehículos más seguros y veloces, las personas tienden a sumar velocidad, mientras los autos de menor asistencia tecnológica llaman a la cautela. Los factores que convocan a exponerse más.

 Por Jorge Ballario*

Hace poco, en una investigación científica, se corroboró lo que muchos ya sabíamos intuitivamente: que las personas que conducen automóviles más seguros y veloces tienden a desplazarse a mayor velocidad que quienes lo hacen en vehículos con menor asistencia tecnológica.

Mi experiencia coincide con este hallazgo: vivencié mis principales situaciones de riesgo manejando autos más seguros, y, sobre todo, de más potencia. En estos casos, me había expuesto, sin buscarlo conscientemente, a mayores peligros. En cambio, mi disposición al riesgo fue bastante menor cuando conduje vehículos más básicos. Podríamos decir, hablando mal y pronto, que mucha "polenta" debajo del capot azuza nuestra búsqueda de adrenalina.

Por lo visto, está en uno mismo el índice de exposición al riesgo que, con consciencia o sin ella, es capaz de asumir frente a las diversas circunstancias. Por supuesto, no todas son pasibles de ser encaradas con la misma predisposición. Dicho de otro modo: una persona no está dispuesta a arriesgarse en todos los ámbitos de su vida de la misma manera.

Complejizando un poco más la cosa, podríamos hablar de índices parciales: en determinadas condiciones, alguien podría hallarse, en una escala de 0 a 10, en un índice de riesgo de 8; y, en otra situación, esa misma persona podría estar en un índice de riesgo de 4. Puedo mostrar lo que digo con el caso de un amigo que, cuando viaja con la familia, lo hace a 120 kilómetros por hora, pero, cuando circula solo, se aventura a 180 kilómetros por hora. Queda claro, en este caso, que mi amigo no está dispuesto a arriesgar la vida de los suyos, pero, que, cuando él se queda en soledad -﷓sea por afán de aventura, o por baja autoestima-- su índice de autodestructividad aumenta de manera considerable. Otros ejemplos los brindan muchos héroes anónimos que, frente a circunstancias adversas, son capaces de arriesgar sus vidas para salvar a otros.

También podemos ilustrar nuestras afirmaciones con lo que habitualmente les ocurre a los ex fumadores. Para ello, debemos considerar que, por lo general, los fumadores son personas que poseen bastante ansiedad oral. Como consecuencia, cuando abandonan este hábito, suelen reemplazarlo por comer, que es también una conducta vinculada a la oralidad. Entonces, muchos de ellos pasan a canalizar su impaciencia a otras prácticas riesgosas, como las ingestas excesivas, lo que les ocasiona otro tipo de problemáticas. Sin embargo, la mayoría de las veces el balance es positivo, ya que los ex fumadores han cambiado un hábito de alto riesgo por otro/s de riesgo más acotado.

Puedo tratar de graficar un poco más todo esto con otra experiencia particular, dado que me considero alguien predispuesto a los accidentes -﷓felizmente, solo a los percances menores: al menos hasta ahora, no he sufrido ninguno grave-﷓. Veamos: cuando estoy alterado por algo, o demasiado ansioso, suelo tropezarme, caerme o golpearme, algunas veces sin consecuencias, y otras con alguna lesión: una herida menor, un esguince o hasta una luxación. En situaciones críticas o estresantes, estoy más proclive al accidente mientras camino, o mientras maniobro en forma rápida con el cuerpo; es como si me cuidara menos. En cambio, si esas condiciones adversas se dan mientras conduzco un automóvil o una moto --o sea, cuando un infortunio representaría algo mucho más grave--, estas solo aumentan ínfimamente mi margen de autodestructividad. Todo pareciera indicar que, en mi ecuación mental en torno al riesgo, las cosas se acomodan de un modo u otro en función de las expectativas --conscientes o inconscientes-- que genero sobre las secuelas de un "mal paso".

Continuando con las ilustraciones automovilísticas, podría agregar que, para que un individuo, mientras conduce por una ruta, lo haga con un índice de riesgo constante, debería ir variando la velocidad conforme a diversas condiciones: si es de noche o de día; si está transitando por una curva o por una recta; si hay mucho o poco tráfico; si el camino se halla en buenas condiciones o no, etcétera. Si hacemos ahora una analogía matemática, podríamos decir que, en la medida en que los diversos elementos de la ecuación mental de esa persona en torno a su seguridad se mantuvieran en equilibrio, su índice de riesgo permanecería constante. Es obvio que estas conjeturas solo buscan aclarar ciertos lineamientos básicos en torno al riesgo, pero que distan bastante de abarcar la infinidad de variables que participan en la metafórica ecuación relatada --variables externas, como la fatalidad o los imponderables, o subjetivas, como emociones, inteligencia o habilidades--. De hecho, si intentásemos incluirlas, complejizarían fenomenalmente la descripción.

En resumen: cada uno de nosotros conllevaría potencialmente múltiples posiciones en cuanto al riesgo que estaría dispuesto a asumir, de acuerdo a las diversas circunstancias por las que atraviesa. Es decir, las personas adoptarían, con conciencia o sin ella, un determinado punto de vista en cada situación que les toca. Algunas de esas posiciones son más estructurales -﷓por ende, más resistentes al cambio--, y otras más lábiles y susceptibles a sutiles influencias, tanto externas como provenientes del propio mundo interior del afectado.

*Psicólogo y escritor. Autor de "Las imágenes virtuales", entre otros libros.

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Un auto con polenta y tecnología de seguridad incita a la búsqueda de más adrenalina.
 
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