Jue 22.01.2015
rosario

PSICOLOGíA › CUANDO LA ROPA OCUPA EN LA VIDA UN LUGAR MUCHO MáS QUE FUNCIONAL

Diferencia sexuada del vestir

La relación con la ropa y el vestir en
el hombre y la mujer son totalmente
diferentes en la mirada psicoanalítica

› Por Lucas Boxaca y Luciano Lutereau*

La ropa ocupa en nuestras vidas un lugar mucho más que funcional. No sólo por los valores estéticos que suele encarnar -nadie se viste para no estar desnudo-, sino por el uso psíquico que adquiere a partir de la diferencia entre los sexos. Sin embargo, no se trata de esclarecer una variación de género (de acuerdo con códigos que establecen qué debe usar un hombre o una mujer), sino de verificar una acepción que determina la particular posición que hombres y mujeres mantienen con las prendas más allá de sus rasgos propios.

Es algo corriente advertir que los hombres no se apasionan por la ropa como sí lo hacen las mujeres. Salvo excepciones, los varones suelen tener una actitud más o menos desprendida, aunque tampoco se la pueda calificar como indiferente. Es una relación que podríamos llamar "viscosa", dado que pueden utilizar la misma ropa durante años, hasta que casi queda convertida en un harapo.

Mientras que las mujeres pueden volver a utilizar un mismo vestido y, con una pequeña modificación, lo convierten en otro. En todo caso, si de algo se quejan los hombres es de la necesidad constante de las mujeres de adquirir prendas. "¿Otro par de zapatos? ¿Otro abrigo?", y así sucesivamente. Asimismo, no pocas veces una reunión entre mujeres concluye (o se inicia) con un bolso del que surgen vestimentas que comienzan a intercambiarse. Las mujeres se prestan ropa de un modo que los hombres jamás aceptarían. ¿No sería extraño que un varón comentara en una reunión que el pantalón que lleva puesto es de un amigo? Para que la ajenidad de la circunstancia se redujese deberíamos pensar que ocurrió algún incidente que lo justificara, una causa de fuerza mayor; mientras que entre mujeres la ropa pasa de mano en mano y, por lo general, se adquiere y se transmite con la fuerza del diminutivo: "Una remerita", "Una camperita", etc.

Ahora bien, tratemos de pensar esta cuestión, que a primera vista puede parecer una generalización empírica, desde una perspectiva estructural, que permita extraer modos de deseo, más allá del "género". Lacan sostenía lo siguiente: "La mujer demuestra ser superior en el dominio del goce, porque su vínculo con el nudo del deseo es mucho más laxo. La falta, el signo menos con que está marcada la función fálica para el hombre, y que hace que su vínculo con el objeto deba pasar por la negativización del falo y el complejo de castración "el estatuto del menos phi en el centro del deseo del hombre", he aquí algo que no es para la mujer un nudo necesario(1)."

En consecuencia, el falo está en el centro del deseo del hombre, tal como demuestran la dimensión del riesgo, el ansia (si se tendrá éxito o no), etc., que suponen la dimensión del falo y su negativización. Dicho de otro modo, que el deseo del hombre esté atravesado por la negatividad implica que está condicionado por la falta (de valores fálicos: dinero, libertad, etc., o cualquier otro sustituto para esta falta reducible). Por eso, podría decirse que con el falo se trata de "la limitación que le impone al hombre su relación con el deseo, que inscribe el objeto en la columna de lo negativo", como sostiene Lacan. De este modo, si llevamos esta reflexión a la cuestión de la vestimenta, en última instancia para el deseo macho se trata de tener ropa, del valor de la vestimenta como objeto de prestancia. De ahí su correlato, en la degradación constante a un objeto instrumental.

De acuerdo con esta perspectiva, que aprecia una relación más laxa entre la mujer y el objeto, la mujer desea a través de causar el deseo, con el recurso a la tentación, en la que los más diversos expedientes son válidos (desde una manzana hasta un portaligas, o un brillo en la nariz).

Una mujer sabe que no le falta nada; o, mejor dicho, que su modo de relacionarse con la falta no es través del tener. Es a través de fantasmas masculinos que suele expresarse la interpretación de que a una mujer le faltaría algo "dinero, sexo (como bien lo expresa el mote de "mal atendida"), etc" que se resolvería con un sustituto fálico. En todo caso, según Lacan, al hombre se le podría dar una suerte de consejo muy concreto: "Se trata precisamente de esto, que él se dé cuenta de que no hay nada que encontrar, porque lo que es el objeto de la búsqueda para un hombre, para el deseo macho, sólo le concierne, por así decir, a él."

A partir de estas observaciones, para concluir, cabría preguntarse si acaso la envidia del pene no es un concepto que, pensado como originario, resumiría una concepción del análisis desde la perspectiva del hombre. A esta posición responde Lacan en este mismo seminario 10, con una observación que merece ser tenida en cuenta: "Si resulta que ella se interesa propiamente en la castración, es en la medida en que entra en los problemas del hombre. Es secundario. Es deutero fálica".

(1)Seminario 10, J. Lacan.

*Psicoanalistas, docentes e investigadores en UBA. Autores de Introducción a la clínica psicoanalítica (2013) y Celos y envidia (2014). Este artículo es un anticipo de su próximo libro Impurezas del deseo.

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