Miércoles, 23 de marzo de 2016 | Hoy
Por Roberto Retamoso
"Ya sea que asignemos a la palabra "crueldad" su ascendencia latina, es decir, una tan necesaria historia de la sangre derramada (cruor, crudus, crudelitas), del crimen de sangre, de los lazos de sangre, o que la afiliemos a otras lenguas y otras semánticas (...) en todos esos casos la crueldad sería difícil de determinar o de delimitar"
Jacques Derrida: Estados de ánimo del Psicoanálisis.
La crueldad como historia de la sangre derramada, dice Derrida. ¿Y la historia de la crueldad?...La historia de la crueldad no sería otra cosa, siguiendo esa proposición, que la historia infinita y recurrente de los sucesivos actos por los cuales la sangre, la propia --el crimen de sangre, los lazos de la sangre- o la ajena, se derrama.
Pero entonces, legítimamente podemos preguntarnos, ¿qué es lo que lleva a esa serie donde la pulsión tanática sobrepasa o trasciende los límites del psiquismo, para convertirse en acto, esto es, en una intervención sobre lo real mismo que tiene como consecuencia la eliminación física de un otro?
Un desborde de lo simbólico, diría una explicación centrada en la mera subjetividad de quien derrama esa sangre, pero esa explicación resulta insuficiente si no incorpora el análisis del contexto, del entorno, donde el crimen se comete.
Porque hay contextos más facilitadores, que propician con más intensidad la realización del crimen. Son contextos donde los límites jurídicos, simbólicos, son depuestos, para posibilitar el grado máximo de una violencia asesina que no reconoce otra norma más que la de su propia efectuación, sin trepidar ante costos o sanciones.
El 24 de Marzo de 1976 se implantó, con la fuerza de las armas que debían defender a la patria, uno de esos contextos, para hacer de todo el territorio nacional un inmenso campo de cacería despojado de leyes y derechos. El poder, el poder de quienes detentaban el dominio de los vínculos sociales y de las relaciones económicas, por encima o más allá de cualquier forma de regulación jurídica, dispuso esa implantación siniestra, y la historia nacional entró en un período ominoso y oscuro, donde miles y miles de cuerpos fueron torturados y exterminados de manera sistemática.
El 24 de Marzo representa, en tal sentido, la inflexión mayor en el advenimiento histórico de un poder que se rige, raigalmente, por una voluntad exterminadora, cuyo efecto más notorio está representado por la figura del desaparecido.
"Yo, que he sobrevivido a millares de tardes
y cuyo nombre pone retemblor en las lanzas,
no he de soltar la vida por estos pedregales.
¿Muere acaso el pampero, se mueren las espadas?"
Jorge Luis Borges: El General Quiroga va en coche al muere
"Pisan mis pies la sombra de las lanzas
que me buscan. Las befas de mi muerte,
los jinetes, las crines, los caballos,
se ciernen sobre mí...Ya el primer golpe,
ya el duro hierro que me raja el pecho,
el íntimo cuchillo en la garganta"
Jorge Luis Borges: "Poema Conjetural"
Borges, el gran Poeta Nacional, a pesar de las provocativas y cuestionables posiciones políticas de su madurez, da cuenta como pocos de la tragedia argentina. Y lo hace evocando los años sangrientos de las guerras civiles decimonónicas, donde la suerte de unos se dirimía anulando la suerte de otros. Aunque "anulando" no sea más que una manera figurada de significar su lisa y llana eliminación.
Borges, como es sabido, ama los espejos, las imágenes especulares donde el rostro del uno devuelve las formas idénticas del rostro del otro, según un proceso infinito donde cada hombre no es más que la cara visible de múltiples hombres que lo precedieron, y de incalculables hombres que le sucederán. Por eso su mejor libro de poesía lleva por título, precisamente, "El Otro, El Mismo".
Por ello puede representar, con la simetría que lo caracteriza, los momentos finales de dos hombres que, en esa época donde la patria emancipada se desgarraba en una guerra incesante, militaron en partidos opuestos: Juan Facundo Quiroga y Francisco Narciso de Laprida. Así, de Quiroga rescata el temple soberbio, que lo lleva a preguntar, desafiante, "¿Muere acaso el pampero, se mueren las espadas?", mientras que de Laprida, docto hombre de letras, arrojado por el Destino a una muerte inevitable, imagina el instante postrero donde el duro hierro le raja el pecho, haciendo que sienta "el íntimo cuchillo en la garganta".
Los muertos borgeanos son, en consecuencia, producto de una pulsión que en el siglo XIX se proyectaba en los campos de batalla. Anticipan, de tal modo, otros muertos, engendrados por el 24 de Marzo de 1976, que ya no serán el producto de una confrontación bélica sino de la cacería desatada por la dictadura genocida que asaltó ese día el Estado. Pero que guardarán una patética semejanza con sus antecesores decimonónicos, puesto que serán asimismo las víctimas inocentes de un Poder que atraviesa, derrumbando cronologías y periodizaciones, las entrañas mismas de la historia patria.
"nuestro cementerio es la memoria /
allí enterramos a los compañeros queridos /
tenían un mar en la frente y les crecían flores con
distracción y tibieza..."
Juan Gelman: "Rodolfo dijo que"
En un desgarrador poema cuyo título reza "Rodolfo dijo que", posibilitando que en la forma amistosa, íntima, de la denominación se reconozca a Walsh, Juan Gelman afirma, citando palabras de su compañero desaparecido por la dictadura, que "nuestro cementerio es la memoria".
Se trata de una frase magnífica, que atraviesa, en la distancia impuesta por el exilio y el proyecto exterminador del poder genocida, el hiato que separa la primera boca que la pronunció de la segunda, que del otro lado del océano la acoge y hace suya.
Por otra parte, al narrar lo que Rodolfo dijo, Gelman hace mucho más que citar sus palabras, puesto que al recuperarlas va labrando, él también, las formas imperecederas de esa memoria compartida, dejando un legado pero también una demanda.
Esa demanda es la de no abandonar la memoria, donde moran los compañeros que cayeron bajo el fuego asesino del Poder. Esa demanda es la de mantener viva su ausencia presente, porque esa presencia de los muertos, de los que derramaron su sangre, nos reclama no olvidar, para luchar porque éso nunca más se repita.
La Historia, que es amante de las paradojas, nos coloca ante el 40║ aniversario del golpe genocida en circunstancias singulares: el presidente de la mayor potencia imperialista de todos los tiempos es recibido, en nuestro país, por un presidente que inauguró su mandato provocando una transferencia monumental del ingreso de los sectores populares al poder económico y financiero, la pérdida de las fuentes laborales para decenas de miles de trabajadores, y el desmantelamiento de un Estado que había bregado, en la última década, por la inclusión social y la ampliación de derechos civiles y políticos.
De modo que los rostros del Poder, se encarnan, notoriamente, al cumplirse el cruel aniversario, en Barack Obama y Mauricio Macri. Ante ello, está en nosotros hacer de la memoria el cementerio no de la Historia, sino del recuerdo imborrable de quienes cayeron por desafiar ese Poder, cuyas formas cambian sin que cambie su esencia ni su naturaleza.
Será, así, una memoria de la sangre: de la sangre derramada, pero también la memoria que late en nuestra sangre, la memoria de la sangre nuestra, que la mantiene viva enlazándola, como en una fábula borgeana, con la sangre de los muertos al igual que con la sangre de los vivos por venir.
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