OPINIóN › SIETE DIAS EN LA CIUDAD
La suerte del concejal Daniel Peresotti, que puede terminar expulsado del cuerpo en pocas semanas, representa una vez más la poca fortuna que muchas veces tienen en la actividad pública, los que precisamente por la fortuna llegan ocupar un cargo. Los "vicios de origen" y lo que la política no suele perdonar.
› Por Leo Ricciardino
A riesgo de abrumar, aburrir y/o aún desperdiciar tiempo en el tema; la suerte del concejal-farmaceútico Peresotti seguirá ocupando algún espacio en la agenda periodística local del verano. Ahora, una comisión especial es la que determinará si merece o no ser expulsado del cuerpo por las denuncias de maltrato que personal de una de sus farmacias formuló en la Justicia. Pero lo que sucede detrás de esta escena es que Peresotti es...cómo decirlo...un edil incómodo para sus pares. Y no precisamente por lo que él cree de sí mismo que -como sucede con la mayoría de las personas- es algo exagerado y lejano a la realidad.
No es su vocación para la denuncia o su contracción a determinar debates en torno a temas medulares de Rosario, o su exitoso derrotero comercial lo que incómoda al resto de los legisladores locales. Se trata más bien de cierta perplejidad que ronda por las bancas alrededor de quien no siempre -y esto es evidente- transmite lo que quiere decir, significar o plantear. Ni siquiera en estos días cuando ha tratado de ejercer su defensa pública.
El farmacéutico tiene como hubo otros casos en el Concejo Municipal, un vicio de origen que la política no suele perdonar salvo que el protagonista pueda superarlo luego con su accionar hasta "borrar" prácticamente ese "defecto" originario. Es claro, no viene de la política. Algo que ya perdió el supuesto "valor agregado" que esto tenía en la sociedad -por ejemplo, en tiempos de lanzamientos como Carlos Reutemann o Palito Ortega-. Tampoco contó nunca con un apoyo explícito dentro del peronismo y llegó a los 33 mil votos que lo depositaron en el Concejo con dinero propio para sus campañas, con el producido de sus farmacias.
Por último y quizás más importante, el farmacéutico no es una persona que prestigie el cuerpo, mal que le pese. Nadie sabe y quizás nadie pueda probar todas las cosas que se dicen y dirán que hizo o dejó de hacer tanto en la actividad privada como pública para llegar a las posiciones que llegó. Y si bien es cierto que la ausencia de pruebas pone a estos ecos públicos muy cerca de meros pareceres y no más que eso; también es cierto que cosas por el estilo no se dicen de cualquier persona.
Nadie parece estar dispuesto a defender a Peresotti dentro o fuera del Concejo Municipal. A pocos incluso les importaría si el "juicio político" que reciba es más o menos justo. Pero una corta carrera política parece cada vez más cercana a su final.
Peresotti representó en su momento lo que parte de la sociedad cree sobre determinadas personas que lograron cierto éxito en el mundo de los negocios: Si manejaron con tanta destreza su dinero y lo hicieron crecer, ¿cómo no podrán hacerlo con las finanzas públicas? O también, si ya tienen dinero propio, se manejarán honestamente más que nadie una vez en el desempeño de un cargo público.
Pero los negocios y la política son muy distintos. O si se quiere, para no pecar de ingenuos, el negocio de la política es muy distinto al negocio del ámbito privado con el que muchas veces convive peligrosamente.
Como Larrauri en su momento, con las diferencias que ambos tienen, Peresotti parece ser otro de esos ejemplos en el que los éxitos deportivos, comerciales o de cualquier otra índole, no se trasladan de manera directa a la actividad pública.
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