OPINIóN › SIETE DIAS EN LA CIUDAD
Beatriz Sarlo y Ernesto Laclau pasaron esta semana por Rosario y dieron conferencias ante cientos de personas. ¿Por qué la política está en el estado actual?, ¿dónde empieza la responsabilidad de la sociedad?. Los desafíos de cara al bicentenario de la patria.
› Por Leo Ricciardino
Dos cientistas sociales que esta semana pasaron por Rosario nos recordaron que debemos aprender a vivir con los nuevos paradigmas. Siempre es un proceso doloroso que nos deja nostálgicos y huérfanos ante un escenario que todavía desconocemos, al que sólo nos hemos acostumbrado brevemente. Beatriz Sarlo y Ernesto Laclau, desde distintas ópticas, nos vinieron a recordar que la política es mucho más que eso que vemos por televisión; que hay otra complejidad superior a la pantomima de los candidatos para el 28 de junio. Y que, entre lo nuevo, debemos buscar el espíritu de lo colectivo. Que en algún lado está, sin duda.
Sarlo estuvo dando una serie de conferencias de cara al Bicentenario y Laclau vino a dar una charla y a expresar su apoyo explícito a Agustín Rossi. Pero más allá de los motivos, o en todo caso incluyendo esos motivos; lo que ambos demostraban con su sola presencia era la pasión por la política. El pensamiento académico que para nada pretende mostrarse aséptico sino en expansión hacia la realidad. No era otra cosa lo que podía decirse de Sarlo cuando describía en qué punto la Argentina está partida en dos por la distancia cada vez más grande y peligrosa entre los sectores sociales. O cuando mencionó la necesidad de que el país "encuentre una nueva imagen de sí mismo, así como en el Centenario se pensó en un país pujante y en crecimiento". Ahora debe pensarse en un país pequeño y con posibilidades que debe hallar su núcleo de coincidencias básicas para avanzar.
La clave de la educación que en su momento se pensó para nacionalizar a los hijos de los inmigrantes en el primer siglo de la patria y que hoy, lamentablemente, debe repensarse una vez más pero para millones de niños que no han visto a sus padres desarrollarse en la cultura del trabajo.
Laclau, por su lado, atacó de frente a toda esa mojigatería política disfrazada de republicanismo al señalar que "los populismos no necesariamente atentan contra las democracias" y destacó "los polos dicotómicos de la política: Movilización popular por un lado y pura administración de las instituciones por otro". Y se habló de "clientelismo político" de cómo ciertas categorías adquieren un significado descalificador para unos y reivindicativo para otros. En definitiva, se habló de política en serio, de la necesidad de defender algo que nos supera, de pelear por conseguirlo, de establecer cómo se piensa una sociedad más justa hacia el nuevo milenio, y en el marco del bicentenario de la nación, pero esta vez sin la utopía materializada en los socialismos concretos. Lo cual lo hace mucho más difícil.
Todo esto sucedía ante cientos de personas que colmaron los auditorios donde hablaron estos pensadores en Rosario, y eso era también alentador. Se puede estar de acuerdo o no, pero nadie permanece indiferente ante los argumentos lúcidos que no aparecen por ningún lado en la campaña electoral.
Hay una necesidad enorme de escuchar algún tipo de desarrollo que exceda la frase efectista, o esos silencios misteriosos que parecen el preludio de algo importante que vendrá, pero que nunca llega. Es sólo silencio, no hay misterio, es sencillamente la incapacidad de elaborar un pensamiento original por fuera de lo que se conoce en la práctica cotidiana.
Es hora de darse cuenta de la distancia enorme que la sociedad ha tomado de la política creyendo así que podía señalar desde afuera los errores de los actores evolucionando en el teatro de la realidad. Pero la realidad somos todos, y esos que vemos ahí y que muchas veces nos decepcionan, no son más que parte de nosotros. Un nosotros que se desintegró y que perdió el rumbo en el desinterés.
Pero aún hay nostalgia, y eso indica que se conoce cómo era todo esto en otros tiempos. Que a la decepción hay que superarla con compromiso y que la magia no juega ningún papel en la política. Que todo se consigue con esfuerzo consecuente y sobre todo, que las elecciones no premian ni castigan cuando no se distinguen las opciones y sólo se ven las caras que emergen de los afiches. Que los consensos no siempre son posibles, que hay discusiones que deben clausurarse para seguir. Que la política es básicamente tensión, pero no para romper siempre, sino para construir cosas nuevas, sintetizadoras de nuestras experiencias sociales.
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