OPINIóN
Es lo que habrá pensado el intendente Lifschitz cuando veía cómo se le
escapaba de las manos la solución al conflicto del transporte y mientras
observaba atónito cómo los taxistas se plegaban para el caos. Encima la
ciudad quedó sola afuera de la empresa estatal del agua y los muchachos
del MNR hicieron circular un afiche tan jodido que todos condenaron.
› Por Leo Ricciardino
La que pasó fue una semana que no olvidará en mucho tiempo el intendente Miguel Lifschitz. Fue sin duda la más difícil desde que le tocó asumir el Ejecutivo local, con el paro de colectivos y la sorpresiva decisión de los taxistas de sacar sus vehículos de circulación en repudio de la agresión que sufrió uno de ellos durante un robo. Una ciudad entera sin servicios y con mucha bronca. Y lo peor de todo es que los conflictos no terminaron: El transporte se llevará también toda esta semana en la que -ya a partir de hoy- el oficialismo luchará en las comisiones del Concejo para reunir consenso alrededor del pedido del intendente para que el cuerpo le ceda sus facultades para aumentar el boleto y poder destrabar así la pelea entre empresarios y conductores de la UTA.
Pero a la vez, todo sucede en el marco de una licitación en marcha para renovar el transporte de pasajeros. Entonces el costo político se eleva a la par de la tarifa de colectivos, porque hay que convencer a los pasajeros de que tendrán que pagar más por el mismo servicio y que, cuando llegue el nuevo, a lo mejor puede venir con otro aumento.
Si hay un error que imputar en este tema, ese es el sostenimiento por un tiempo demasiado prolongado de una "tarifa política" a 75 centavos que ya era irreal hace dos años atrás. Pasó lo mismo que con la Tasa Municipal, tanto la dejaron dormir que después el incremento apareció desmedido y extemporáneo. Con la licitación del transporte, se perdieron ocho años en extensos rodeos para buscar el mejor momento para cambiar las cosas y se extravió el objetivo en semejante recorrido. Lo mejor de esta administración en materia de transporte fue la creación de la Semtur, pero sola no alcanza.
Y encima se agregó lo de Aguas. Una cosa es liderar un pool de municipios opositores que intentaron arrancarle al gobierno provincial todas las concesiones que quisieron -porque los necesitaban- y otra muy distinta es quedar solo y aislado sin más argumentos que un capricho político, para demorar el ingreso a la nueva empresa del estado Assa.
El socialismo comprendió tarde que Obeid había ganado esta pulseada. Hermes Binner seguía pidiendo que "el gobernador se ponga al frente de este problema", cuando ya estaba listo el proyecto de la nueva empresa y encima, las cosas que ocurrieron después a nivel nacional y en Córdoba, le terminaron dando la razón al gobernador. Es más, desde el gobierno nacional piensan copiar el modelo de Assa para reemplazar a Aguas Argentinas. Si Lifschitz y Binner hubieran advertido esto a tiempo, tendrían que haber sido los primeros en sumarse y tratar de impulsar un proyecto que, además, es coherente con sus postulados ideológicos. Serían así, socios fundadores y no como ahora que, a lo sumo, les tocará el rol de socios minoritarios, a la cola y a regañadientes.
Y por último, algo que no necesitaban ni merecían ni Lifschitz ni Binner: En la semana más negra de la administración socialista, aparecieron los muchachos del MNR con sus afiches tan inexplicables como jodidos. Colocando a Kirchner y Duhalde al lado de Videla, Massera y el gauchito del Mundial '78. Esto hizo retroceder al PSP a la época en que sólo era una fuerza testimonial, sin espesor político y sin aspiraciones para el poder. Una torpeza política que los seguirá por muchos años, por más denuncias de complot que ensaye la juventud alrededor de una propaganda tan explícita como extemporánea.
Algo ha pasado, algo se ha roto hace un corto tiempo. Es como ese equipo que viene ganando el partido con una estrategia ofensiva y juego bonito mientras la tribuna aplaude. Pero le metieron dos goles de contragolpe que no se vinieron venir. El sábado a la tarde, en la reunión ampliada de gabinete en la Granja de la Infancia, Lifschitz pisó la pelota y levantó la cabeza para ver cómo estaba parado su equipo para relanzar la ofensiva.
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